miércoles, 27 de junio de 2018

QUE SE PREPARE EL REY


Que se prepare el rey.

Quién nos iba a decir a comienzos de presente mes de junio que Rajoy, después de contentar a los del PNV regalándoles cientos de millones en los presupuestos, iba a estar tres semanas después de registrador de la propiedad en Santa Pola.

Bastó que todos juntos, separatistas, golpistas, nacionalistas, socialistas, comunistas, podemistas y demás istas votaran a favor de quien había presentado una moción de censura en el congreso.

Y la ganaron. Y ¡hale!, fuera el presidente que ostentaba el cargo. ¡Hale!, sin más, de golpe, sin verlas venir. A la calle, para regocijo, aplausos y gritos jubilosos de sí se puede de una mayoría de los diputados.

Y no pasa nada, la democracia es así. Es lo bueno que tiene, que nadie, por más vueltas que le dé, puede perpetuarse en el poder. Que eso, que ahora estás y mañana ya no eres nadie.

Pero esto no para aquí. Tras la victoria contra la derecha, ahora queda ganar la batalla contra la corona. El único personaje de poder vitalicio. Y una vez derrocado el ocupante del trono, proclamar la república y crear la nación de naciones, los federalismos, los confederalismo y las independencias... Y dejar lo que ha venido siendo España en Es pa ñ a. Es decir, en que ciertos territorios constituyan sus estados libres e independientes, pero sin poner fronteras, que eso es carca, retrógrado, insolidario y de mala educación, para seguir jugando en la liga que deja muchos cuartos y que les seguimos comprando sus embutidos y sus cavas, cuando no sus troncos de árboles después de que los aizkolaris se hayan divertido cortándolos en competiciones de a ver quién es más leñador.

Y queda poco. Solo queda atravesar el Rubicón derribando al guardián que a duras penas lo custodia. Cualquier día, pues, de repente, alguien propondrá en el congreso una moción de censura contra su majestad el rey. Y la aprobarán por amplia mayoría, puede que hasta por unanimidad, y se vea el monarca haciendo la maleta para, como su bisabuelo, evitar males mayores. Porque aquí, en este país de países, para qué nos vamos a engañar, casi nadie es monárquico. Vaya, que no nos gusta que alguien que sube al monte se quede toda la vida en lo alto, y menos si lo dejaron allí nada más nacer. Que nos divierte mucho verlo caer rodando, y si se trata de un batacazo, es que nos tronchamos. Y si con ello, vemos caer también a la consorte, que siempre anda luciendo poses y vestidos, ya es que nos partimos en dos.

Las nubes de la tormenta están ya llegando por el oeste. Y comienzan a caer las primeras lluvias que están dejando a la constitución del 78 en papel mojado y la transición en una pobre “correlación de debilidades” que hay que reconstruir empezando por resucitar al dictador para volverlo a matar. El plan está trazado. Por lo pronto, hemos visto al actual presidente y sus ministros apenas saludar al jefe del estado con un mínimo gesto de cortesía –menos que cuando decimos a alguien buenos días–, cuando iban a prometer el cargo. Y ya andan por los barrios de Madrid haciéndose consultas simbólicas en relación a este tema. Es decir, la levadura se está echando sobre la masa para que llegado el momento de los truenos esté fermentada y todo quede en un simple espectáculo de luces y destellos.

Que se prepare el rey.  

jueves, 14 de junio de 2018

UNA NACIÓN DE PRIMERA

Solo hace falta estar unos días fuera de España para comprender lo grande que es.

Desde la distancia, con la perspectiva que ofrece la lejanía, uno se da cuenta de que tenemos un territorio mágico y valiosísimo. Y es que somos ricos en monumentos, paisajes, playas, montañas, ríos… Excepcionales en medicina e inventiva… Potentes en gastronomía y productos alimentarios. Geniales en arte, pintura, literatura, poesía, arquitectura, escultura, moda… Maravillosas nuestras fiestas, ferias, semanas santas, carnavales, romerías… Únicos en alegría, color, cante, baile, folclore… Originales en formas de expresarnos, de sentir, de gozar, de vestir, de saber vivir la vida… Competitivos en toda clase de deportes… Y herederos de una Historia gloriosa y sorprendente que nos hizo incluso ser la nación más poderosa de la tierra.

No tenemos, pues, pese a errores y desaciertos cometidos, como todos los países, de qué avergonzarnos. Ser español debería ser un orgullo, un gran orgullo. Muchos extranjeros nos miran con cierta envidia. Nada más saber que venimos de la piel de toro, suspiran y nos hacen saber que darían cualquier cosa por visitar este territorio único y asombroso, y si ya lo han hecho, confiesan que sueñan una y otra vez con volver a visitarlo.

Sin embargo, nosotros, movidos por extraños complejos, nos avergonzamos de nuestra bandera, pitamos nuestro himno, despreciamos nuestro escudo, desdeñamos nuestros emblemas, subestimamos nuestros logros e idiosincrasia, despotricamos de nuestro pasado, pretendemos destruir nuestros valores, buscamos dividirnos, separarnos, resquebrajarnos…

Y todo porque lanzaron sobre nuestro proceder, desde lugares lejanos, leyendas negras, tan ficticias como injustas, que fuimos los primeros en creer. Porque hemos tenido mala suerte con nuestros gobernantes y dirigentes. Muchos de ellos buscavidas, aprovechados, asquerosos corruptos, demagogos, populistas, penosos políticos sin clase ni formación ni ideales de altura. Falsos como una moneda de barro. Y porque nos mueve un ridículo coraje de querer ser importantes sin excesiva dificultad.

Y una última, la peor de todas, la de ser cainitas. Nos gusta levantar para destruir. Nos congratula regodearnos en la porquería. Nos va la picaresca, la pelea, el revanchismo, el odio… Nos cansamos de nosotros mismos. Nos encanta poner etiquetas, ridiculizar al otro, regalar insultos y despreciar a quien no piensan como yo pienso. Creemos que progresar es acabar con lo que hay, sea lo que sea, valga lo que valga. Nos recreamos más en lo malo que en lo bueno. Nos mueve el resentimiento. Nos cuesta perdonar. Nos contenta autodestruirnos. Nos complace remover las heridas. De ahí que, pese a una transición ejemplar y modélica, y llevar ya cuarenta años de democracia, no salgamos de la guerra civil y del franquismo, alimentados desde numerosas plataformas, en especial el cine y la literatura donde siempre los de un bando son los buenos. De ahí también que busquemos cambiar el pasado y nos pongamos las gafas monoculares con las que ver solo el color que interesa. De ahí esa horrible cizaña levantada en muchos corazones y tan difícil ya de cercenar.

Somos una nación de primera con muchos habitantes de segunda y dirigentes de tercera. Por eso hemos olvidado que la unión hace la fuerza, por eso nos hemos resquebrajado en débiles parcelas territoriales y por eso el virus del aldeanismo separatista no ha invadido. Estamos, pues, al borde de arder de fiebre y entrar en coma. ¡Lástima!