jueves, 22 de octubre de 2020

LA TERCERA GUERRA MUNDIAL

Ninguno de los nacidos después de 1945 ha vivido una guerra mundial. Un largo periodo de paz ha venido dándose en el mundo desde entonces. Eso sí, numerosos conflictos bélicos han continuado surgiendo en puntos concretos del planeta, pero ya no a la manera de un enfrentamiento generalizado capaz de cosechar millones de muertos y dejar a su paso una estela internacional de hambre, miseria y dolor.

Sin embargo, el destino nos tenía preparado algo, si no peor, sí semejante, parecido; algo tremendamente horroroso: el coronavirus.

 Y ya van, según nos dicen, más de un millón de muertos.

Imagen: YouTube
 El enemigo, en este caso, no son las bombas, ni las ametralladoras, ni los tanques…, es un espectro invisible que te invade cuando menos lo esperas y te deja en la inseguridad de no hacerte daño, o dejarte herido para el resto de la vida, o decidir de golpe destrozarte los pulmones y asfixiarte.

Es un enemigo mucho más peligroso de lo que nos dicen los medios de comunicación, siempre al servicio del poder, atril desde donde enviar consignas y muro de contención para evitar descontroles, altercados y desórdenes.

Un enemigo contra el que no se sabe cómo defenderse. Algunas naciones están haciéndolo mejor que otras, no cabe duda, pero los confinamientos, el cierre de establecimientos, los estados de alarma, los toques de queda…, no son más que palos de ciego. De nada sirve que una ciudad entera o un país quede encerrado en sí mismo por un tiempo determinado si a la vez o incluso después se tiene o se vuelve a tener contacto con otras personas infectadas. La única manera de erradicar el virus de modo efectivo y total sería encerrarse toda la humanidad al completo una cuarentena sin asomarse siquiera a la ventana. Ni para aplaudir. Harta barbaridad, ya lo sé, algo imposible, pero todo lo que no sea eso es ir jugando a pasar las hojas del calendario a ver si sucede algo imprevisto o llega alguien y nos libera y acaba con este bicho tan traicionero. 

Un enemigo que, según opinan los expertos, ha venido para quedarse. Un enemigo, en fin, para el que no hay, por el momento, remedio seguro. Se habla de que cuando llegue una vacuna todo volverá a ser como antes. Y no es cierto. Para volver a la total cotidianidad que veníamos disfrutando harán falta años. Las vacunas, para ser plenamente seguras, necesitan numerosas comprobaciones. El virus, además, puede mutar, por lo que la vacuna de hoy puede no servir para mañana, como sucede con la gripe. También está por ver el tiempo de efectividad. La medicación, para contrarrestar la enfermedad, está en pañales. Las secuelas que deja apenas si se conocen. Incluso no se sabe bien el comportamiento del virus ni cuánto dura la inmunidad del que ya la ha padecido, algo que solo se sabrá con certeza mediante estudios detallados en larga duración.

Y a todo esto, la tremenda ruina económica a la que nos está llevando. Y los graves problemas sociales que nos está trayendo. Y las enfermedades sicológicas que anda causando y de los que nada se nos dice para no alarmarnos aún más. Y la desconfianza que nos ha sembrado. Y el miedo que nos ha invadido. Y la tristeza que vestimos. Y el dolor que derramamos. Y el llanto que ocultamos…

Como en una guerra. Una guerra terrible y angustiosa, con sus bombardeos y sus disparos y sus heridos y sus cadáveres. Una guerra que, aparte de todo, nos está mostrando la verdadera cara del ser humano. Y nos está descubriendo, de paso, la irresponsabilidad de muchos de nuestros jóvenes, consentidos, egoístas e insensatos. Y a la vez, el buenismo de los tontos, que la niegan o la subestiman. Y también el fanatismo de otros que, por política, intereses diversos o por simple cobardía, prefieren meter la cabeza bajo el ala y llamar alarmista y descerebrado a cualquiera que intente decir las cosas como son, como hizo, no hace mucho, el prestigioso doctor Cavadas en televisión, y a quien llamaron de todo. Una pena.

Una pena como esta pena de estar viviendo, se quiera o no, una auténtica tercera guerra mundial, más mundial que nunca.   

 

 

 

lunes, 5 de octubre de 2020

EL TATO CANTA A MIGUEL HERNÁNDEZ II

Víspera de la feria de San Miguel. Llaman a mi puerta. ¿Quién puede ser? ¡Qué raro! Desde que vivimos en el reino de la pandemia pocas son las visitas que nos hacemos. No está el horno para bollos. No están las cosas para tertulias, ni para conversaciones distendidas y ni mucho menos para anunciar proyectos. Anda todo como paralizado, a cámara lenta, a ir pasando el tiempo como quien atraviesa un túnel largo, ruinoso y desesperante, y solo espera que alguien, en algún momento, como Rodrigo de Triana, grite: “Luz a la vista”. O mejor, que alguien a la manera de un protodiácono vestido de esperanza, se asome al balcón de la noche y exclame con vehemencia: “Habemus vacunam”.

Cuando abrí la puerta apareció una figura conocida y querida. La figura de un hombre al que conozco desde hace muchos años. Un ser especial a quien estando ya en la dirección del colegio Juan Pasquau, cada vez que lo necesité me respondió. Un hombre creativo. Un hombre humilde por el peso del gran corazón que lleva dentro. Un corazón que le hace sentir el arte de la existencia y le empuja a vivirla y a componerle y a cantarle.

Venía a regalarme su última creación. Un disco grabado en la sencillez de un estudio personal, lejos del que suelen emplear las grandes marcas comerciales. Tal vez sea por ello, por no contaminarse de tanta química tecnológica, por lo que suena a limpio, a cercano, a puro. Como puro es ese plato que hacían nuestras abuelas al calor de la lumbre de leña. 

“EL TATO CANTA A MIGUEL HERNÁNDEZ II.” Lleva por título. Muy cuidado, bien presentado, con fotografías de cuando sembró, en 2016, su canto primero en el patio de la casa del poeta cabrero a quien tanto admira y tanto admiro. Con el gran guitarrista, Juan Manuel Álvarez, a su derecha. ¿A su derecha? Pero si es a la izquierda del cantaor donde ha de situarse. Sí, pero cuando se está en el templo del poeta de Orihuela, la atmósfera es tan dulce que cantaor y guitarrista se hacen un todo de unidad en el espacio y un viaje sin horas en el tiempo. Izquierda y derecha, arriba y abajo, las dos o las diez, ya no existen. Da lo mismo. Ya solo existe la gloria hecha infinito eterno. El prólogo es de su hermano José Ramón “Pepo”. Quien también presentó el recital oriolano. Otro hombre de bien, de vuelo muy alto y ágil, luchador tan heroico que hasta ha sido capaz de vencer a la muerte en más de una ocasión, desarmándola de la sangrienta guadaña a golpes de amor a la vida, la libertad, la familia y los sueños.

En las tardes de la triste feria de Úbeda, 2020, me he sentado a escucharlo, una y otra vez. Y mientras lo hacía leía los versos de Tato. Y contemplaba las fotos. Y me elevaba por la escalera de los quejíos, y los ¡ay!, y los lamentos… Y me parecía ver a Miguel asomado a la baranda azul del corral del mundo con las lágrimas saltadas por los ojos que tanta pena vieron y el alma serena y agradecida porque otro poeta, otro artista, otro cantaor del sufrimiento y el amor, le cantaba más que con la garganta con el duende genial que le corre por las venas.  

Felicidades Pepo, por tus palabras habladas y escritas. Felicidades, Juanma porque, te juro, que tu toque no solo acompaña, habla también, y recita, y llueve dentro hasta empaparte de belleza y elegancia. Felicidades, Tato. Para ti este poema con mi amistad y admiración. Gracias. 

 

            A TATO

              Quien tanto me ha hecho sentir.

 

 ¿Qué voz es la que suena

que se me clava dentro del costado,

y al llegar a la sangre

hace que broten versos por mis labios?

 

¿Qué voz es la que canta

que me eleva en el vuelo de los pájaros

y me desgarra el alma,

y sabe a libertad y gozo y llanto…?

 

¿Qué voz es la que escucho que me abrasa?

 

Y me responde un eco hecho de aplausos:

 

Es la voz de un poeta,

de un cantaor flamenco enamorado

del amor, de la paz, de la belleza,

de la vida, del beso y del abrazo.

 

Es la voz de un jilguero

que hasta muere cantando,

humilde y grande,

labrador y artesano,

ubetense y artista

por los cuatro costados.

 

Es la voz magistral

de Francisco Delgado Molina:

                                                 “Tato”.