Prepárense. No será que no nos los andan diciendo. Sí, sí, que vamos a tener cualquier día un apagón de aúpa que nos va a dejar helados.
Pero a mí lo que me deja helado en verdad es lo poco que somos. Ya nos lo ha hecho saber el dichoso coronavirus. Y como no hemos aprendido suficientemente la lección, ahora va a venir un corte de electricidad que nos va a poner en nuestro sitio.
Y en nuestro sitio quiere decir que vamos a descubrir una vez más lo mucho que hemos avanzado y, a la vez, lo poco. Porque los avances no nos han hecho más fuertes, sino más débiles. Mucho creernos dioses…, pero de barro. Con tan solo faltarnos la electricidad unos pocos días estaríamos perdidos. Y si nos faltara por mucho tiempo (y no digamos por siempre), sería el fin de muchos. Todo se paralizaría. Los medios de comunicación. Internet. El transporte. Las empresas. Los bancos. Los ordenadores. La calefacción. Los comercios. Los hospitales. Los electrodomésticos… Y por más hornillos de supervivencia y mas latas de conservas y papel higiénico que tuviésemos guardados en la alacena… de poco servirían… Bueno, tal vez para ganar unos días y acabar aún más tocados del ala.
Los que sobrevivieran volverían a los pueblos, a las aldeas, a la choza, al horno de leña, a la agricultura y ganadería de subsistencia…, mezclado con el desorden, el pillaje, la ley del más fuerte, el desgobierno más absoluto…
Pero no perdamos la fe ni la esperanza. Por lo pronto son solo amenazas de periodismo amarillo. No creo que se llegue a tanto. A nadie, en esta sociedad globalizada y capitalista, le interesa ni le conviene que el mundo retroceda a las cuevas. Pero también es cierto que debemos, aprovechando el bulo y la evidente dependencia de los combustibles, hacer un alto en el camino y reflexionar acerca de lo que somos y tenemos.
Porque, aparte de que somos nada, tenemos cada vez menos. Todo lo más: cuatro cosas, un ordenador y un móvil. Un par de aparatos que nos conectan al mundo, y en los que guardamos todo: correspondencia, escritos, cuentas, recuerdos, fotografías, periódicos, música, películas… Sin saber quién es el dueño y señor de todo esto. Quién es el poderoso mago que conoce todo lo mío, incluyendo dónde estoy, de dónde vengo y a dónde voy, y cuando quiera me deja sin nada, me borra cuanto tengo, me desconecta.
Hasta no hace mucho nos enviábamos cartas. Yo conservo algunas de mis padres, amigos y alumnos… Poseo un álbum de fotos que puedo tocar. Guardo algunos escritos y poemas manuscritos de hace años. Tengo recortes de prensa de sucesos que me han interesado. Conservo infinidad de libros y revistas… Quiero decir que si me tengo que alumbrar con la llama de un candil, podré ver, leer y tocar… Ahora, cuando envío un verso a “la nube”, y no lo imprimo, me da vértigo… Vértigo sí, porque, ¿qué es la nube?, ¿dónde está?, ¿quién la tiene y la maneja? ¿Y si la dichosa nube se disipará por algún extraño viento…?
Ya sé, cosas de hacerse mayor, de tener miedo a los nuevos tiempos. Pero los nuevos tiempos, por más que nos parezcan fabulosos, también son inciertos. Tan inciertos que si los poderosos o el poderoso que tiene todo el mundo de la electrónica, electricidad e informática en sus manos, le da por cortar un simple cable, nos vemos con una mano delante y otra atrás, cuando no hechos polvo.
Creo que pasar no va a pasar… Pero… ¿y si pasara? Por lo pronto avisos estamos teniendo… Y yo me mosqueo, por aquello de que el que avisa, ya saben…
No hay comentarios:
Publicar un comentario