La pandemia que sufrimos es algo
natural. El Covid-19 es un virus desconocido que ha surgido, sin saber muy bien
cómo, en algún lugar de China, y que se ha extendido por el mundo debido a la
globalización.
Las epidemias son cosas normales.
Toda la vida han existido, desde que hay bacterias y virus. Es decir, desde la
más remota antigüedad.
Entonces, ¿de qué tenemos que tener
miedo? Ahora, como ha sucedido siempre, las personas saldrán de esta. Quedará,
eso sí, un enorme reguero de muertos, pero se saldrá como salieron nuestros
antepasados, y a seguir viviendo los que queden. Y hasta puede que siendo
mejores, después de reflexionar lo poco que somos y lo frágiles.
La única diferencia es que,
antiguamente, al más mínimo brote infeccioso que aparecía en un lugar
determinado, ya se estaba mirando al cielo. Y se tomaba como castigo divino por
los muchos pecados que se habían cometido. Y se oraba, se pedía perdón, se
hacían penitencias, se realizan rogativas, se procesionaban cristos y vírgenes,
se obligaban a propósitos de enmienda, se prometían conversiones…, en
definitiva, se imploraba a la Divinidad clemencia, piedad y misericordia. Y
cuando cesaba la plaga, se hacían fiestas de acción de gracias y se les
regalaba a las imágenes mediadoras llaves, mantos, placas y demás obsequios honoríficos
como símbolo y reconocimiento de haber sido escuchados.
Ahora no. En nuestros días no. Hoy
no se mira al cielo. Hoy Dios no existe, es una quimera, un invento. Y de
existir está lejos y ajeno a nuestro devenir evolutivo. Además, si en realidad
tuviera relación directa con nuestra existencia, entendemos que Dios no puede
castigar en cuanto es amor. Dios no puede enviarnos el mal en cuanto es bondad
infinita. Dios tampoco puede querer el sufrimiento debido a que es Padre
Santísimo. Sin embargo, dicen, al menos los doctores de la Iglesia, que esto de
la epidemias y demás sí es una prueba y un tiempo de dificultad que permite, en
cuanto, pudiendo Dios evitarla (ya que todo lo que sucede, aunque no lo cause,
depende de Él, y todo lo que quiere puede ser, es decir: es omnipotente), no lo
hace.
Por lo tanto, al menos para los
creyentes, es claro que Dios –que al fin y al cabo es un gran misterio– consiente
esta realidad que nos aflige. Y aunque no sabemos muy bien por qué, si podemos
entender para qué. Sin duda, para que, mientras está pasando y pase,
reflexionemos y nos demos cuenta de cuanto veníamos haciendo mal, que son
muchas cosas. Mal el creernos dioses inmortales, poderosos y engreídos. Mal en
cuanto disponemos de la vida de seres inocentes e indefensos. Mal en cuanto
dejamos morir de hambre y enfermedades banales a millones de niños y adultos. Mal
en cuanto estamos destrozando el planeta y la naturaleza. Mal en cuanto consentimos
las enormes diferencias entre ricos y pobres. Mal en cuanto el dinero lo hemos
elevado a los altares de la vanagloria. Mal en cuanto los vicios, la perversión,
la explotación, la especulación, las drogas, los maltratos, los crímenes, la
corrupción, las falsedades, la degeneración… nos ciegan. Mal en cuanto el
egocentrismo, la promiscuidad, las infidelidades, las injusticias, los robos, la insolidaridad, la
incredulidad, las idolatrías, el terrorismo, las guerras, los fanatismos… están
a la orden del día. Mal en cuanto no paramos de construir armas de destrucción
masiva. Mal en cuanto vamos sin rumbo hacia no sabemos dónde. Mal en cuanto la
inmensa mayoría de los que nos decimos cristianos no somos más que tibios
fariseos hipócritas. Mal en cuanto la Iglesia, a pesar de su gran labor, anda
dividida, acomplejada y confusa… Mal en cuanto todo lo hemos convertido en
relativismo, hedonismo, egoísmo y materialismo.
Eso, materialismo, todo es
materialismo. Esté el gobierno que esté, mande quien mande. Todo es progresar, ascender
y alcanzar la cima de los placeres, conseguir el mayor estado de bienestar de
cara al exterior…, pero nada de mirar adentro de nosotros, nada de lo que
arrepentirnos, nada de escuchar a la conciencia… Y nada de Dios. Ni
mencionarlo. Como si fuera un apestado, algo peor que la misma infección de la
que mueren como perros miles de personas queridas. Nada de Dios, ni pronunciar siquiera
su nombre. Nada de oír, salvo alguna excepción, en ninguna de nuestras
televisiones, ni demás medios de comunicación, la palabra Dios. Eso sí: “saldremos
adelante”, “juntos venceremos”, “con unión somos más fuertes”, “resistiremos y triunfaremos”,
“este virus lo paramos unidos”… Incluso
la ilusionante y repetida frase de “Todo
saldrá bien” (copiada de Italia: “Tutto
andrà bene”). Que, miren por donde, es una expresión dicha por Jesucristo,
en mayo de 1373, a la mística inglesa Juliana de Norwich en
una visión que tuvo, y en la que tras hablarle de la tragedia del pecado
finalizó diciéndole: “Pero todo irá
bien”.
Nada de Dios. Dios sobra. A Dios
no lo necesitamos. Nada de con la ayuda de Dios. Nada de Dios nos socorra. Nada
de Dios nos libre. Nada de sea lo que Dios quiera. Nada de Dios nos perdone y
nos bendiga. Nada de Dios lo tenga en su gloria. Nada de Dios es nuestra
esperanza. Nada de si Dios quiere. Nada de Dios socórrenos que nos ahogamos…
Nada. Nos bastamos nosotros solos. Ya lo solucionarán los gobernantes, los políticos,
los sabios, los científicos, los investigadores... Dios es de catetos,
ignorantes, retrógrados, fachas, carcas… Decir Dios no está bien visto. Mentar
a Dios, sencillamente, es cosa de incultos.
Pues nada. A seguir. A continuar
navegando en el mar de la tormenta en la barca de la soberbia. A dejar que Dios
siga dormido. Ya saldremos nosotros solos, sin ayuda de nadie, sobre las olas,
la lluvia, los rayos y los vientos hasta llegar a buen puerto. Al divertido
puerto de viva la pepa y tonto el último. Pues nada. Eso es lo que hay.
Pero, permitidme, al menos,
aunque me llaméis de todo, que yo, como lo hacen otros muchos, sí miré hacia
arriba y hacia mí mismo y pida a Dios perdón y ayuda para el mundo entero.
Señor, despierta, te necesitamos. Y si salimos de esta, intentaré mejorar, y si
me quedo en el camino, por favor, dame tu mano y déjame sentir la eternidad en
la paz de tu presencia. Porque rezar no es decir solo palabras, es
comprometerse a transformar el comportamiento a mejor
Y todo porque para mí una vida
sin Dios es la más triste de las vidas. Y así lo he creído siempre, antes,
ahora y también mañana, cuando salgamos todos, Dios quiera que pronto, a las
calles y nos llenemos de nuevo de la luz del sol y de los abrazos.
Cuanta razón tienes amigo, yo no sé hablar como tú lo haces, pero estoy contigo
ResponderEliminarHola Ramón, mi nombre es Yolanda y quisiera pedirle un favor. Desde joven cita mis padres me llevaba a Ubeda para ver la obra de teatro Maranatha,a los años yo llevé a mis hijos, que entonces eran pequeños verla. Recuerdo que en aquellos entonces vendían CD en la puerta. Ahora tengo un peque de 7 años y me encantaría que la viera. La he buscado por internet y solo doy con dos reportajes fotográficos y yo le pregunto, habría alguna manera de poner conseguirla?
ResponderEliminarPerdone mi atrevimiento pero no sé por donde buscarla.
Muchas gracias de antemano
Un gran abrazo.