Cuando el reloj da las doce campanadas de fin de año, nos comemos las uvas a trompicones, descorchamos el cava y elevamos las copas en brindis efusivos para fundirnos a continuación en abrazos deseándonos un feliz año nuevo, lo que en realidad estamos haciendo es un esfuerzo tremendo por huir de los fantasmas que sabemos nos esperan tras cruzar la línea que pone punto final a un año y da comienzo a otro nuevo que durará doce largos meses de incertidumbres.
Por ello, a medida que pasa el tiempo, los que nos vamos haciendo mayores, vemos esto de fin de año con mayor desasosiego, hemos corrido mucho hacia la trinchera enemiga, incluso nos hemos cansado ya de regatear los disparos, nos pesan las botas de tanto barro en las suelas, tenemos demasiadas heridas en la carne y llagas en el alma, y hemos visto caer a nuestro lado a demasiados amigos y compañeros, a demasiados familiares a los que abrazamos muchas veces deseándoles de todo corazón feliz año nuevo y ese año nuevo se lo llevó en una camilla sin conciencia al hospital de nunca regresar dejándonos ya tan tocados que nunca nos hemos repuesto del miserable golpe.
Y dentro de esa desazón e incluso miedo a lo que está por llegar, lo que más me inquieta es que el nuevo año, tan bien recibido con licores, manjares, fuegos artificiales, luces de colores, presentadores famosos…, es que en el campo de batalla seguirán cayendo demasiados porque los gusanos tienen también que comer su ración diaria, y nos dirán adiós personas ancianas y personas maduras…, y lo que es peor, jóvenes llenos de esperanzas y proyectos, incluso niños a los que no les ha dado tiempo siquiera a saber de qué color es el mar. Para algunos será tan cruel que esa misma noche, estando llenos de alegría, no saben que le quedan horas o pocos días para que un proyectil perdido le atraviese el corazón. Como también sé que este, o uno de estos años en los que entramos gozosos será el último mío. Me doy cuenta una vez más porque miro hacia la trinchera de los que nos disparan y observo que no se les acaba nunca el armamento, que tiran a ciegas y que alguno con cara de pocos amigos se ha fijado en mí y ya no me va a dejar tranquilo hasta acertarme. Y no me cabe duda de que si no es hoy será mañana cuando acierte, porque el elemento es imperturbable y más frío que el hielo.
Lo sé. Ya sé que alguno de mis lectores del blog, siempre buenos, dirán que menudo último artículo para fin de año, que es demasiado aguafiestas, triste, que no es momento para lo negativo… Pero, con todo el perdón y respeto del mundo les digo que se equivocan, que, pese a que lo que ahora escribo lo hago desde el dolor que me ha tenido imposibilitado varias semanas, es todo lo contrario, que este es un artículo, aparte de realista, optimista, lleno de gozo y esperanzador. Porque, pese a todo, serán muchísimos más los que llegarán al nuevo fin de año que los que no lo harán, y dirán, de nuevo, entre júbilo y fiesta, feliz año nuevo, porque la vida sigue, porque la vida es así, porque la vida es tan hermosa e ilusionante y tan rica precisamente porque sabemos que obligatoriamente se tiene que acabar y al mismo tiempo tan apasionante porque no sabemos ni el día ni la hora… Y tan maravillosa para los que tenemos fe que hasta nos duele menos morir, porque esperamos una nueva manera de existir en la que cada fin de año será tan extraordinario como que el que está por llegar, porque no habrá pasado, solo futuro sin tristeza ni dolor alguno, completamente justo, fraternal y eterno.
FELIZ AÑO NUEVO, amigos.
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