Cercanas me saludan las montañas
con su perfil de abiertas llagas,
con su mar de pañuelos,
sus esperanzas
y sueños.
Los túneles son sombras que siempre dejan luz.
Los cerros son altares para el rezo.
El sendero es destino eterno.
Mi soledad es cruz,
inmensa, ingrávida
y azul.
Los olivos son olas que envuelven mi andadura.
Los almendros e higueras marcan tiempos.
Los pájaros muestran espejos.
Y con sol o con lluvia
todo es misterio
que alumbra.
Y al fondo, lejos, cerca, Úbeda, de puntillas.
Mostrando su grandeza El Salvador.
El Alcázar, su corazón.
Y el templo sanjuanista
su clara voz
tan mística.
Ahí, constantemente, mi Dama hecha universo.
La que aunque no me ofrezca de su fuente
el agua que se escapa, indemne,
yo le ofrezco mis versos.
Y sin quererme,
la quiero.
Lo digo.
Y al final, siempre,
después de recorrerme
su universo, asombroso y vivo,
el camino hace dentro, que me encuentre,
a pesar del cansancio, feliz, conmigo mismo.
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