Yo soy de los que, de cierto, ven poco la televisión. Pero,
sobre todo, lo que me niego a ver son esas cadenas que te echan cientos de
anuncios intercalados con trozos de programas o películas. Y lo que no veo,
desde hace años, pese a que me lo intentan colar en cuanto me descuido, son
esos bodrios de obscenos personajillos despellejándose y discutiendo durante
horas, diariamente, dando a la luz, aireando, entre verdades y mentiras, problemas
íntimos, familiares y personales, ciegos por la pasta fácil, ebrios de
desnudeces, sucios en el alma de desamor, y lo que es el colmo, peleándose por
ver quiénes van en cabeza de la lista de las infidelidades, los adulterios y
las fornicaciones. Todo un ejemplo a seguir.
¿Saben cuánto cuesta un anuncio en televisión de unos veinte
segundos? ¿Saben cuánto tiene que hacer una persona de bien, de ciencias o de
letras, para que le concedan unos minutos en la pantalla? ¿Saben que hay
grandes logros que ni siquiera se citan?
Mas pese a todo esto, ahí los tienen. Hombres y mujeres de
pacotilla, vacíos, sin moral, ocupando meses y años enteros ese espacio.
Llegando a tanto que hasta la prensa seria habla de ellos, publican sus fotos,
los persiguen y nos cuentan sus vidas con tanto afán que se diría que ese día
no pudiéramos dormir si no sabemos algo al respecto.
Y así, hasta hace muy poco tiempo, en que, con sorpresa para
mí, menos mal, apareció, apenas unos segundos, en el telediario, un hombre que
parecía corriente, sin excesiva preocupación por su aspecto exterior, informal
hasta el extremo, sin bata blanca, mientras se decía que había logrado, después
de más de un cuarto de siglo dedicado a la medicina, lo que nadie había
conseguido, aparte del primer trasplante mundial de cara, mandíbula y lengua, y
otros retos tales como trasplantes de manos, piernas y brazos…, reconstruir una
separación de columna vertebral con la pelvis, mediante la utilización de hueso
del peroné, en un paciente tetrapléjico desde los nueve años y que sufría de
grandes y constantes dolores. Y punto. Apenas unos segundos en la pequeña pantalla cuando se le
debería de dedicar horas, días y años…, para que aprendamos todos, en especial
los más jóvenes y quieran ser como él, imitarlo, emularlo. Y no con el único
afán de ganar dinero, sino, sobre todo, para salvar vidas, para mejorar vidas,
para ayudar a los más necesitados. Cosa que él y algunos miembros de su equipo
hacen, yendo, desde hace años, patrocinado todo por su propia fundación que él mismo
costea básicamente, a países africanos en donde han realizado más de 11.000
intervenciones, Sin embargo, pocos son los programas dedicados a su persona, muy
pocos… Y si aparece, tiene que ser rápido, y si es mezclado con humor, mejor,
para que no baje la audiencia.
Qué pena. Tanta que nos puede arrastrar al pesimismo. El
mismo doctor Cavadas lo expresó en el discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional de Valencia. “La especie humana no tiene arreglo posible… Y muy poquita gente hace
cosas dignas”. Y aunque se puede estar o no de acuerdo con ello, como compartir
o no otros pensamientos suyos, sí creo que este hombre debe ocupar más
programas de televisión y radio, y más páginas en los periódicos y revistas, para
que el mundo sepa que con personas como él, la especie humana sí que tiene
arreglo, y habría, como consecuencia, muchas, muchísimas más personas que
harían cosas dignas.
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