Siempre he creído que hay un grupo de personas de gran
relevancia que, ocultas, mueven los hilos de los demás seres humanos, llevándonos
a donde a ellos les interesa.
De ahí esos bandazos que vamos dando, como si navegásemos en
un velero bajo la tormenta. Ahora, todos a estribor. Ahora, a babor. Un poco
después, a proa. Y cuando menos lo piensas, a popa…
Y para eso tenemos hoy en día a los medios de comunicación y,
sobre todo, a las radios y a las televisiones, con un tremendo grupo de
comunicadores y movilizadores que se encargan de difundir y poner en práctica aquello
que interesa y adoctrina.
Y así andamos. Confusos, sin ideas, descentrados, desconcertados,
perdidos…, infelices. Que hay que acabar con alguien de valores, o de forma de
pensar diferente, que está decidido a ir contracorriente…, pues se le estudia
el pasado a ver qué se le encuentra, que siempre habrá algún error o fallo a
destacar, y se le ataca desde todos los frentes posibles, ridiculizándolo si es
necesario, etiquetándolo, arrinconándolo…, hasta llevarlo al paredón de lo políticamente
correcto y allí derribarlo hasta hacerlo polvo. Que no entras por el aro que
marca la sociedad, la moda, los tiempos, la política…, se te denigra, se te
insulta, se te ponen adjetivos a cual más tremendo y se te indiferencia hasta
que mueras de soledad y de abandono. Que eres un ser que vas a tu aire, que no
comulgas con ruedas de molino, que no te dejas llevar…, pues nada, te catalogan
de peligroso, te critican ferozmente, te apartan y te irradian con dosis de
odio cuando no de persecución hasta que te consumas de incomprensión y de pena.
¿Y qué consecuencias aparecen al fondo de todo esto? Pues
muy sencillo, que las personas que conforman la gran masa de esta sociedad no
son felices. Parece que sí, pues viven, consumen, se divierten, viajan, llenan
los bares, las cafeterías, las tiendas, los supermercados, los conciertos, los
campos deportivos..., pero no. De ahí que nos juntemos y separemos con tanta
facilidad. De ahí que nos cansemos de todo tan rápidamente. De ahí el usar y
tirar. De ahí que no nos quede tiempo para nada…., y menos para pensar,
razonar, analizar… Y de ahí que aparezca también tanta informalidad, y
desconfianza, y engaño, y corrupción, y desbarajuste, y miedo…, desembocando todo
esto en tristeza, disgusto, desarmonía, en depresión, en muerte.
Yo conozco, por contrario, a una persona algo mayor que
teniendo apenas para comer, en cuanto solo recibe una pequeña paga de jubilado,
es verdaderamente feliz. Vive a su aire, viste a su gusto y, sobre todas las
cosas, es fiel a lo que cree, existiendo plena
coherencia entre lo que habla y hace. Así, cree en la naturaleza y la
defiende incluso costándole los tribunales. Cree en la belleza, y la anda
buscando por todos los rincones. Cree en la amistad, y aunque dicen que no
tiene más de tres amigos, los que tiene lo son de verdad, hasta el punto de
estar dispuesto a dar la vida por ellos.
No tiene televisión, pero tiene libros. No tiene móvil, pero habla con la gente
por las plazas. No tiene coche, pero puedes encontrártelo por cualquier parte. Odia
la mentira del arte moderno, pero ama la poesía. Cree en al amor de pareja,
pero más en la libertad personal, por lo que siempre ha vivido solo.
Y aunque nunca dice que es feliz, yo estoy convencido de que
lo es, porque nada le ata. Es feliz porque es consecuente, porque es fiel a lo
que piensa, porque siempre tiene ligero el equipaje. Es feliz, sencillamente,
porque no va golpeándose el alma de un extremo a otro del barco puesto que anda
sujeto al mástil central de ser quien quiere ser y no quien quiere los demás
que sea.
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