Es terminar la feria de San Miguel y Úbeda se encierra en su
frialdad de piedra. Se diría que un velo de tristeza cubre su rostro mientras
deja que por sus ojos se atisbe un sonambulismo de noche oscura.
La tierra de que somos entra en la quietud del reposo, a
modo de una espera que, como los olivos, busca madurar entre la lluvia y los
primeros fríos, para darse después en redondeces de aceitunas cuando llegue el
instante de los golpes y las sacudidas imperiosas.
Octubre y noviembre son dos grutas donde hibernan los
rencores, las vanidades y los protagonismos. Y vienen bien. Los desencontrados
envainan sus dagas. Los vivales aletargan sus picarescos proyectos. Los sabios
y entendidos dormitan en sus sofás de piel blanca. Los de la superioridad moral
dejan de alentar manifestaciones siempre a favor de los suyos y de lo suyo. Las
procesiones, que tan naturales nos son, congelan en vitrinas acristaladas sus
ricos patrimonios. Los recuerdos se archivan en álbumes con pastas de
nostalgia. Las terrazas se recogen como mantones de manila después de la
verbena… Y ni siquiera la festividad de los Santos puede poner un paréntesis
para que los grises tengan algo de color. Muy al contrario, las flores se hacen
sombras y hasta el camino al cementerio viste sus cipreses con lágrimas de
tristeza y melancolía.
Sin embargo, la ciudad se hace más niña, más joven, más
pura. Las calles mojadas son medallas que cuelgan por el cuello de una dama
asomada a la luna de los poetas. Y cuando sale el sol, las torres y las cúpulas
se visten con el traje del asombro y lo besan hasta morir de amor y de serena
elegancia.
Son los meses de san Juan de la Cruz, herido en su convento,
muriéndose por las llagas del pie y por los clavos en el alma de las
incomprensiones y las envidias. Son los meses del cambio de hora, para ver si
cambia de rumbo este barco cubierto de velas que lleva helado el vino en la
bodega. Son lo meses del recogimiento para ver si los golpes de pecho se
transforman en abrazos de comprensión y solidaridad. Son los meses de las hojas
amarillas coronando las alturas, alfombrando los silencios y arropando las
soledades. Son los meses donde yo mismo me vuelvo más intimista y más cerca del
abismo del humo.
Llega a Úbeda el otoño y el túnel parece oscuro y largo.
Pero solo tiene la dimensión de un sueño. Porque será llegar diciembre, con el
puente de la Inmaculada y la Navidad, y todo parecerá tornarse en luz de
primavera. Porque a partir de entonces, volverán las claras golondrinas de san
Antón, las numerosas fiestas Cofrades, el Carnaval, la Semana Santa, la
Romería, las Cruces, el Corpus, el fin de Curso, el Renacimiento, el Verano, el
día de la Patrona, la Feria…, girando todo en un círculo constante de festejos
y diversión.
Un “sindescanso”, diría uno de los que no se pierden una. Un
“sindescanso” que descansa, menos mal, en los dos primeros meses del otoño para
respirar profundamente y no morir ahogados por tanto pan y circo.
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