Mi amigo Francisco Ángel, con quien jugaba a la pelota en la
plazuela en aquellos ya lejanos años de comienzos de los sesenta, tuvo que
emigrar al País Vasco. Fue un triste adiós. De vez en cuando me escribía y me
hablaba de la vida en Bilbao, de la escuela, de la catequesis a la que acudía
dos veces por semana y el párroco le daba puntos para después adquirir algún
juguete en la víspera de Reyes, de sus nuevos amigos y, sobre todo, de fútbol…,
y de Iríbar, que llegó a convertirse en nuestro ídolo. La correspondencia, como
suele ser normal, se fue desacelerando con el tiempo, hasta que dejamos de tener
contacto.
Fue en la Semana Santa de 2009, Viernes Santo, cuando en la
plaza del Mercado, viendo la procesión de la Virgen de la Soledad, se acercó a
mí con temor a que no lo reconociese. Pero lo reconocí al instante. ¡Mi amigo
Paco Ángel! ¡Qué alegría! ¡Madre mía, qué alegría! ¡Cuánto tiempo sin saber
nada de ti! ¡Cuéntame, hombre! ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Qué es de tu vida?
Y me contó que sabía bastante de mí por una prima suya y también
porque de vez en cuanto me buscaba por internet. Y me habló de que se casó ya algo
mayor… Mi mujer, al quedarse embarazada, contrajo
la rubéola. Los médicos nos dijeron que el hijo esperado sufriría
malformaciones. Abortar era lo conveniente. Nos lo aconsejaron, pero nos
negamos en redondo. Un cristiano no aborta. Y nació Hugo con parálisis cerebral
grado cuatro. Al principio, se nos cayó el mundo encima, después ha sido
nuestra alegría. Yo le hablaba de muchas cosas, pero cuando le contaba hechos
acerca de Jesús de Nazaret entonces abría los ojos y me sonreía. Tres años
después adoptamos una niña de color. Nos la dieron con pocos días. El padre
murió ahogado cuando naufragó la patera en la que intentaba alcanzar la
península. La madre, que llegó embarazada, murió en el parto. El año pasado
falleció Hugo. Fue terrible. Mi esposa y yo lo queríamos con locura, nos daba
fuerzas para vivir, nos fortalecía el alma, nos acercaba más a Dios. Pero nos
congratula saber que ahora está con Él en la perfección de todas sus
deficiencias terrestres e intercede por nosotros. Mucho antes de casarme me fui
de misionero seglar a la República de Chad. Allí estuve casi siete años, hasta
que caí enfermo y me tuvieron que traer a España. Creamos pozos, levantamos colegios,
dos sencillos templos y varios pequeños centros hospitalarios. Fui muy feliz en
aquel lugar... No tenía nada y lo tenía todo. Allí conocí también a Silvia, la
que sería me esposa. Llegó como cooperante de una ONG a la que ahora dedicamos
todos nuestros esfuerzos, en especial para ayudar a inmigrantes y niños
refugiados. Fundamos el grupo antiabortista “Deja vivir” y hemos creado un
centro social en Badalona, que mantenemos, sin ninguna subvención estatal,
gracias a loterías, organización de festivales, teatros, conciertos y
colaboración de particulares… No es fácil, la labor nos crea amigos que nos
ayudan y nos animan, pero también enemigos que nos calumnian, nos persiguen y piden
nuestro exilio… Y nos dimos un abrazo y nos prometimos no dejar de escribirnos.
Desde entonces, nos cruzamos algún que otro correo por
internet. El último, el día 31 de diciembre pasado: “Amigo Ramón, reza por mí. El próximo día 8 me operan del corazón. Es a
vida o muerte. Pero no tengo ningún miedo. Sé que Hugo cuida de mí. Y si sigo
adelante será porque él así se lo habrá pedido a Dios, y si muero será para que
llegue a él y nos podamos dar un abrazo grande y eterno. Feliz año nuevo. Un fuerte
abrazo de tu amigo Paco Ángel”.
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