sábado, 4 de enero de 2014

INTEGRISTAS, FUNDAMENTALISTAS Y TALIBANES CATÓLICOS

Mi amigo Francisco Ángel, con quien jugaba a la pelota en la plazuela en aquellos ya lejanos años de comienzos de los sesenta, tuvo que emigrar al País Vasco. Fue un triste adiós. De vez en cuando me escribía y me hablaba de la vida en Bilbao, de la escuela, de la catequesis a la que acudía dos veces por semana y el párroco le daba puntos para después adquirir algún juguete en la víspera de Reyes, de sus nuevos amigos y, sobre todo, de fútbol…, y de Iríbar, que llegó a convertirse en nuestro ídolo. La correspondencia, como suele ser normal, se fue desacelerando con el tiempo, hasta que dejamos de tener contacto.

Fue en la Semana Santa de 2009, Viernes Santo, cuando en la plaza del Mercado, viendo la procesión de la Virgen de la Soledad, se acercó a mí con temor a que no lo reconociese. Pero lo reconocí al instante. ¡Mi amigo Paco Ángel! ¡Qué alegría! ¡Madre mía, qué alegría! ¡Cuánto tiempo sin saber nada de ti! ¡Cuéntame, hombre! ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Qué es de tu vida?

Y me contó que sabía bastante de mí por una prima suya y también porque de vez en cuanto me buscaba por internet. Y me habló de que se casó ya algo mayor… Mi mujer, al quedarse embarazada, contrajo la rubéola. Los médicos nos dijeron que el hijo esperado sufriría malformaciones. Abortar era lo conveniente. Nos lo aconsejaron, pero nos negamos en redondo. Un cristiano no aborta. Y nació Hugo con parálisis cerebral grado cuatro. Al principio, se nos cayó el mundo encima, después ha sido nuestra alegría. Yo le hablaba de muchas cosas, pero cuando le contaba hechos acerca de Jesús de Nazaret entonces abría los ojos y me sonreía. Tres años después adoptamos una niña de color. Nos la dieron con pocos días. El padre murió ahogado cuando naufragó la patera en la que intentaba alcanzar la península. La madre, que llegó embarazada, murió en el parto. El año pasado falleció Hugo. Fue terrible. Mi esposa y yo lo queríamos con locura, nos daba fuerzas para vivir, nos fortalecía el alma, nos acercaba más a Dios. Pero nos congratula saber que ahora está con Él en la perfección de todas sus deficiencias terrestres e intercede por nosotros. Mucho antes de casarme me fui de misionero seglar a la República de Chad. Allí estuve casi siete años, hasta que caí enfermo y me tuvieron que traer a España. Creamos pozos, levantamos colegios, dos sencillos templos y varios pequeños centros hospitalarios. Fui muy feliz en aquel lugar... No tenía nada y lo tenía todo. Allí conocí también a Silvia, la que sería me esposa. Llegó como cooperante de una ONG a la que ahora dedicamos todos nuestros esfuerzos, en especial para ayudar a inmigrantes y niños refugiados. Fundamos el grupo antiabortista “Deja vivir” y hemos creado un centro social en Badalona, que mantenemos, sin ninguna subvención estatal, gracias a loterías, organización de festivales, teatros, conciertos y colaboración de particulares… No es fácil, la labor nos crea amigos que nos ayudan y nos animan, pero también enemigos que nos calumnian, nos persiguen y piden nuestro exilio… Y nos dimos un abrazo y nos prometimos no dejar de escribirnos.

Desde entonces, nos cruzamos algún que otro correo por internet. El último, el día 31 de diciembre pasado: “Amigo Ramón, reza por mí. El próximo día 8 me operan del corazón. Es a vida o muerte. Pero no tengo ningún miedo. Sé que Hugo cuida de mí. Y si sigo adelante será porque él así se lo habrá pedido a Dios, y si muero será para que llegue a él y nos podamos dar un abrazo grande y eterno. Feliz año nuevo. Un fuerte abrazo de tu amigo Paco Ángel”.

Y ahora vienen unos políticos paniaguados, defensores de la muerte, desde sus tronos de arrogancia, y a estas personas las llaman: integristas, fundamentalistas y talibanes católicos. Como para correrlos a gorrazos.

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