Siempre he sido consciente de la grandeza de vivir. De saber
que antes de mi nacimiento hay una línea de eternidad sin fin en mi no ser,
para, de golpe, salir del seno de un vientre de mujer y ver la luz cegándome
los ojos, y ya ser una entidad que ha de vivir por sí misma, roto ya el cordón
umbilical, para unirme a un hilo invisible que alienta y que cuando se rompa,
tras el breve paréntesis, me llevará de nuevo a otra línea de eternidad sin fin
en mi no ser.
Se trata de un hilo delgado, muy fino, terriblemente débil
que, además, se va deshilachando con el paso de los años. Un hilo al que desde
que era muy joven he mirado con cierto temor, ahí, sosteniéndome,
manteniéndome, llevándome…, sabiendo que se podía romper, que podía venir algún
empujón extraño, algún roce imprevisible o alguna tijera sin piedad y cortarlo.
Parecido a lo que se cuenta en la mitología griega, donde la moira Cloto hilaba
la hebra, Láquesis la medía y Átropos, la más terrible de las tres, la cortaba.
Pero, pese a todo, el hilo es tan sorprendente que no puede
menos que admirarme. Un hilo que me sostiene en el aire, que me hace caminar, percibir,
sentir, pensar, abrazar, amar… Que me abre la ventana que mira al universo y
desde la que puedo ver el cielo, las estrellas, los paisajes, el mar, los
colores, las ciudades, los hombres y mujeres de la tierra… Que me invita a hablar,
componer, soñar… Por el que puedo incluso mirarme dentro y conocerme…
Y mientras lo hago, el hilo sigue ahí, sosteniéndome,
llevándome…, pese a estar cada vez más envejecido, más desgastado, más
deshecho… Pero con la fuerza suficiente para que aprecie cada instante que me sigue
regalando…, recordándome que se puede romper en un segundo, por lo que no vale
la pena guardar en el cajón del alma ningún trasto inservible, ninguna sombra
oscura, ninguna mancha de odio…, porque todo ello no hace otra cosa que
aumentar el peso y tensarlo.
No hay mayor regalo que la vida, amigos. Y la desgastamos
como una tiza con la que tiznamos sobre el suelo. Y nos equivocamos. Perdemos
demasiado tiempo en ponernos vendas para no ver, en perdernos por laberintos del
absurdo, en coleccionar álbumes de modas, en jugar falsas partidas de ajedrez
contra los demás, en almacenar estúpidas monedas de latón en alcancías de
barro, en convertirnos en muertos que entierran a sus muertos. Y no vale la
pena seguir en el error. No vale tampoco creer que el mañana es lo importante.
No hay más que presente, y en el presente hemos de estar. Saborear este
momento, disfrutarlo, compartirlo desde la paz, el amor, la entrega, la
belleza, el gozo… Disfrutarlo pese incluso al dolor, la enfermedad, la
bofetada, la soledad, las miserias propias y extrañas… Cada instante es algo
que ya no volveremos a vivir, que se nos escurre, que se nos escapa sin poderlo
evitar… Cada momento es irrepetible, único, especial, fascinante…
La vida, en definitiva, es magia. Plaf: estamos. Plaf: ya no
estamos. Y en medio: la maravilla de ser, de haber sido… Y hasta, tal vez, si
el Mago vuelve a hacer plaf: la de seguir siendo.
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