Me llama la atención un cartel colocado en los escaparates.
Es un cartel atractivo, mágico, que me reclama. Hecho a la antigua usanza, por
manos artesanas, nada de composición ficticia de ordenadores e imágenes de
corta y pega. Un cartel que asombra, que muestra composición, armonía, mensaje,
color, geometría, equilibrio… Me acerco más. Me fijo bien y veo que en él aparece el
tenante que el artista ha arrancado de la fachada del Palacio de la Rambla para
ponerle en sus ojos de piedra el antifaz del misterio y en sus manos, en lugar
del escudo, un bombo con platillos sonoros, mientras un bufón, hecho comodín,
baila haciendo sonar sus cascabeles de fiesta desde la carta con serpentinas de
la baraja monumental de Úbeda. Bajo él, la máscara blanca y enigmática que te
mira desde su ceguera y te impresiona. Y todo ello, cruzado, en la base, por la
sardina, el final, el entierro, la muerte que todo lo convierte en fría ceniza.
Una sardina que llora su desconsuelo, que deja escapar una lágrima por su ojo,
siempre abierto y alerta. Por último, bajo la cola del pez, el escudo de la
ciudad, tan bello, tan respetado por todos los que amamos a esta Dama de Sueños.
Y a la derecha, sobre el pedestal de la escultura, la firma. Firma que no me
sorprende, porque se trata de un hombre excepcional, de un pintor sublime,
grande en la máxima extensión de la palabra. Se trata de Antonio Espadas
Salido, nuestro hombre del Renacimiento eterno, nuestro Hijo Predilecto, nuestro
amigo... Y junto a la firma, en el ángulo bajo derecho, como ocultándose,
aparece un pequeño rostro enigmático que no quiero desvelar. Mejor que sea la Historia
quien lo haga.
Un cartel, en definitiva, el de Antonio, para anunciar el
Carnaval 2015. Esta fiesta de la sinceridad, porque, como siempre digo, en ella
las personas que participan son quienes quieren ser. Y es que, aunque parezca
lo contrario, a lo largo de esos días no se ponen el disfraz, más bien –valientes–,
se lo quitan para ser quienes son, y desde la comparsa, la chirigota, la
diversión, desinhibidos, lejos del corsé que la sociedad impone, mostrarse
verdaderos, auténticos y expresar lo que sienten.
Y para terminar, permítanme que yo les dedique a modo de
homenaje a todos los carnavaleros de ayer y de hoy, entre los que estuvieron,
en los años antiguos, familiares míos y de una manera destacada mi abuelo
materno, estos sencillos versos como si ellos mismos los dijeran:
Si
quieres saber quién soy,
el que soy en realidad
y no el que tú
crees que soy
cuando
llevo el antifaz
que
me pongo cada día
desde
el duro despertar
hasta
que vuelvo a acostarme,
ven al sol del
carnaval,
ven a mi
pueblo estos días
y lo vas a
averiguar.
De todos los
disfrazados,
ocultos en su danzar,
yo soy, fíjense
qué gracia,
el que no
lleva disfraz.
Porque
entonces me lo quito,
desnudo mi
falsedad,
para ser quien
quiero ser
y así poder disfrutar.
Y es que en
las fiestas dichosas
del sincero
don Carnal,
somos, sin más,
quienes somos.
Lo que somos
de verdad.
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