Hace poco más de un mes recibí una llamada telefónica de Manolo
Contreras, miembro de la cadena de radio COPE, pidiéndome ayuda para una niña
de catorce años que anda luchando contra una leucemia que llamó a su puerta
para robarle de un tajo la vida. Me pedía representar en La Carolina, el pueblo
de la pequeña, la obra “Malos tratos”, obra que el Grupo de Teatro Maranatha
estrenó en Jaén en el mes de junio del pasado año y que viene representando
desde entonces por diferentes lugares de nuestra geografía con carácter
solidario, para ayudar en este caso económicamente a la familia, todos en el
paro. Ni que decir tiene que nuestra colaboración estaba hecha. Para eso nació
este grupo, para, aparte de hacer teatro, arte y cultura, darse a los demás sin
pedir nada a cabio, sin cobrar ni un céntimo, donando íntegramente los
beneficios que se obtienen siempre y cuando repercutan en un bien social o religioso.
Y pocos como éste de sacar adelante la vida de una criatura herida por el rayo
de una de las enfermedades más crueles. Y allí que fuimos en nuestros propios
coches. El Ayuntamiento incluso envió una furgoneta para llevar desde nuestra
sede luces, sonido y atrezo.
Y allí, en la capital de las nuevas poblaciones de Sierra
Morena, el Grupo representó la obra el pasado 3 de octubre, consciente de que
este pueblo ha sido ejemplar en la entrega por esta familia. Muchas personas se
han unido a ellos y no sólo materialmente, sino también moralmente, dando y
ofreciendo ánimos y, sobre todo, haciéndose donantes de médula en una cantidad tan ejemplar como sorprendente.
Donantes porque se han concienciado, ante el caso vivido, de
la necesidad de ponerse a disposición de los demás, de dar, si fuera necesario,
parte de la sangre de su médula con el sentimiento de salvar la vida de otros
que desde un lugar cualquiera del mundo puedan necesitarla.
Y es que la pequeña Paula ha sabido muy bien lo que es esa
necesidad, y de saber, de paso, lo que es el dolor de que le sea negada. Porque
cuando los médicos encontraron, después de un trabajo ímprobo, una médula
compatible, la de un joven de veintidós años, residente en Brasil, y todo
estaba controlado y preparado para el trasplante, el joven se echó atrás y no
pudo llevarse a efecto. La desolación fue terrible.
La muerte, entonces, pareció que sonreía por su triunfo
sobre un ser inocente y bondadoso. Pero se buscó una última solución: la de aplicarle
un tratamiento casi en fase experimental que había que traer de Estados Unidos.
Los padres aceptaron y se puso manos a la obra. El tratamiento consintió en
cincuenta sesiones de una quimioterapia muy agresiva. En las carnes de la niña
se hizo el infierno pero la luz no dejó de alumbrar en ningún momento en sus
entrañas a modo de una esperanza hecha sueño.
Y ahí está la niña, en el colegio. Feliz, llena de ganas de
reír, de saltar, de vivir, sacando buenas notas, cantando, jugando… Ahí está la
niña, derrotando al monstruo que se metió en su sangre de inocencias. Ahí está
con su sonrisa limpia y llena de bondad… Y ahí, con ella, a su lado, sin
descanso, su familia, su papá y su mamá, dos personas coraje, dos seres
humildes rotos por tanta lucha, cansados, pero también ilusionados, orgullosos
de ver que su hija del alma anda naciendo de nuevo, confiados en que todo siga
bien y puedan ver a su pequeña volar definitivamente por los cielos blancos de
la salud total.
La obra salió bordada. Tanto el presentador, don Adolfo Salas, como los actores pusieron todo el ímpetu y
la fuerza que llevan dentro por la pequeña, por los padres y por todos cuantos
asistieron para colaborar. Y nos fuimos de allí llenos de gozo, sabiendo que la
obra que habíamos representado con el fin de colaborar con esta niña ejemplar
había merecido la pena. Y para mí, personalmente, más que la pena, porque me
fui de La Carolina lleno de emoción y de lágrimas, lleno de paz, lleno de honda
satisfacción, sobre todo después de ver como al finalizar la puesta en escena,
tras agradecer al público su asistencia y generosidad, mientras abrazaba a los
actores en el escenario por la pasión que habían puesto y la magistral
actuación llevada a cabo, los aplausos continuaban sin cesar hasta el punto que
tuve que volverme hacia el público y agradecer de nuevo el entusiasmo mostrado.
¡Qué hermoso todo, amigos! ¡Qué hermoso tantas manos
abiertas! Días así merecen la pena ser vividos… y recordados. Sobre todo porque
sabemos que cuando Paula supere este trance y su triunfo sobre la leucemia sea
definitivo, un trozo de nosotros, una gota espiritual de nuestra sangre, junto
a la de otros muchos, irá en las venas del corazón de su alma hasta la
eternidad.
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