sábado, 25 de junio de 2016

LA ESTACIÓN

Desde que era niño me han fascinado las estaciones de tren. No puedo evitar, cuando estoy en ellas, sentir una emoción especial. Eso de estar allí, esperando, y ver que de repente, a lo lejos, un ojo redondo de luz viene hacia ti a gran velocidad y te supera con una fuerza imponente y se detiene para dejar bajar y subir a los pasajeros, es algo que impresiona hasta tal punto que rara es la vez que no me deja los ojos bañados en lágrimas.

Las estaciones y el tren que llega y se marcha, han sido una constate en mi existencia, con tanto énfasis que me han hecho asemejarlos a la vida misma.

Un tren que viene del olvido y en el que vas, se para de golpe en la estación de este mundo y, como uno más de los pasajeros que lleva, te bajas. Y aquí te encuentras desnudo, en soledad, sorprendido, ser único e irrepetible. Y comienzas la lucha de sobrevivir. Y creces, y te esfuerzas, construyes, sufres, te alegras…, y envejeces…, sabiendo que algún día uno de ellos vendrá para llevarte. Y entre tanto, en la estación, ves una y otra vez que llegan nuevos trenes de los que se bajan otros pasajeros y a los que suben otros muchos que ya no volverás a ver… Y así hasta que uno de ellos se acerca, se detiene y desde dentro te llama para que subas… “¿Este es mi tren? ¿Este es el tren que espero sin quererlo esperar?” Y alguien te dice: “Este es”. Y te ves obligado a subir… Y aunque pretendas llevarte la maleta cargada de todo aquello que has acumulado, nada te permiten, habrás de hacerlo, como decía Machado, ligero de equipaje, desnudo. Sólo te puedes llevar tu propia conciencia, cargada de sombras o repleta de claridades… Sólo te puedas llevar tus sueños en una pequeña bolsa invisible hecha silencio…

Y ya sí, ya has vuelto al tren del olvido. Y el tren arranca y se pierde una vez más en la lejanía sin saber de fijo dónde te lleva, tal vez al infinito, a esa estación de los trenes perdidos que decía el poeta Jules Laforgue. Hay quienes creen que a un lugar donde gozar o sufrir. Otros piensan que nos bajaran en otra estación diferente, que desconocemos. Y los hay igualmente, como Nietzsche, que aseguran, porque todo lo consideran cíclico, que después de un recorrido por la vía redonda del tiempo, nos volverá a dejar en la misma estación para un nuevo volver a vivir.

Nada sabemos, en verdad, de cierto. Todo es cuestión de creencias, de deseos, de pensamientos, de pareceres, de fe… Todo es cuestión de ignorancia. Lo único verdadero es tan solo que el tren existe, que te trae, te deja y te lleva.

Lo único verdadero también es que la estación, esta estación de la vida, es un lugar asombroso que los viajeros nos encargamos, en lugar de hacerla de sol hacerla de lluvia.

viernes, 10 de junio de 2016

VOLVER A VILLANUEVA DEL ARZOBISPO

Villanueva del Arzobispo es un pueblo al que para llegar desde Úbeda tengo que pasar por Torreperogil y Villacarrillo, otras dos villas que son también partes gozosas de mi existencia.

Y muchas son las veces que he tenido que hacer este recorrido a lo largo de mi vida. La más imborrable fue cuando partía de mi “Dama de sueños” y llegaba, en septiembre del año 1971, al colegio de los jesuitas para tomar posesión de mi plaza como maestro. Nervioso, con miedo, lleno de timidez, llamaba a las puertas que se me abrieron de golpe como dos abrazos de luz en mi corazón. Jamás me he sentido tan bien recibido, tan acompañado, tan acogido. Maestros, compañeros de estudio, alumnos, padres y madres de alumnos, las otras escuelas e infinidad de hombres y mujeres me trataban con amabilidad, respeto y amistad, como uno más de los suyos. Y tanto me dieron que me vi en la necesidad de darme yo también por entero.

Y tomé parte del mundo social, cultural, poético y teatral… Y durante nueve años fui un villanovense más. Allí representé mis primeras obras teatrales, especialmente infantiles, y una, “Padres e hijos”, con motivo del Día Internacional de Niño, que tuvo tanto éxito que tuvimos que representarla por otros pueblos de la provincia.

Villanueva se hizo así, y así será para mí mientras viva, el pueblo de las cien verdades. Porque si dicen de él, graciosamente, que es el de las tres mentiras, por no ser villa, ni nueva, ni tener arzobispo, yo aseguro que es noble, y leal, y honesto, y generoso, y agradecido, y abierto, y acogedor, y considerado, y solidario, y trabajador, y sabio, y…, así hasta cien virtudes que hacen me sienta orgulloso de haber sido y seguir siendo parte de él por siempre.

Y a Villanueva regresé hace unos días, el pasado 4 de junio. Ya lo hice el año pasado con la obra “El poder de la oración”. Y lo he hecho ahora para representar “Malos tratos” en el Teatro Regio. Gran teatro, bello, amplio, dignísimo. Tuvimos éxito. El Grupo Maranatha fue recibido con calor y fue muy aplaudido. Las palabras de la Sra. Alcaldesa a modo de bienvenida fueron de agradecer. El doctor don Adolfo Salas, que hace la introducción a la obra, fue escuchado con sumo respeto y atención. Los actores pusieron el alma. Y yo, al final, viendo al público en pie, me dejé llevar por el corazón y expresé mi amor a todos los presentes y a mi Villanueva del alma que no olvido y llevo siempre en lo más hondo de mí persona.

Volver a Villanueva del Arzobispo es para mí como volver a ser joven, a verme de nuevo viviendo en ese caserón asombroso que da entrada a la SAFA, a encontrarme paseando por sus calles, sus plazas, su parque de la luna llena por el que me adentraba en las madrugadas de plenilunio en la más absoluta soledad… Volver a Villanueva del Arzobispo es encontrarme una vez más con sus gentes, con mis viejos amigos, con mis antiguos alumnos, con sus familias, con mis compañeros, con la Virgen de la Fuensanta…, y, sobre todo, conmigo mismo, con aquel chaval que todo lo miraba con los ojos limpios de creer que el mundo era un paraíso repleto de bondades. Volver a Villanueva del Arzobispo es para mí saber que tengo un rincón en el mundo donde cada vez que llego palpo la rosa de amor que allí me regalaron y llena mi alma, y que está, sin marchitarse, por encima del tiempo y la distancia. Gracias.