Desde que era niño me han fascinado las estaciones de tren.
No puedo evitar, cuando estoy en ellas, sentir una emoción especial. Eso de
estar allí, esperando, y ver que de repente, a lo lejos, un ojo redondo de luz
viene hacia ti a gran velocidad y te supera con una fuerza imponente y se
detiene para dejar bajar y subir a los pasajeros, es algo que impresiona hasta
tal punto que rara es la vez que no me deja los ojos bañados en lágrimas.
Las estaciones y el tren que llega y se marcha, han sido una
constate en mi existencia, con tanto énfasis que me han hecho asemejarlos a la vida misma.
Un tren que viene del olvido y en el que vas, se para de
golpe en la estación de este mundo y, como uno más de los pasajeros que lleva,
te bajas. Y aquí te encuentras desnudo, en soledad, sorprendido, ser único e
irrepetible. Y comienzas la lucha de sobrevivir. Y creces, y te esfuerzas,
construyes, sufres, te alegras…, y envejeces…, sabiendo que algún día uno de
ellos vendrá para llevarte. Y entre tanto, en la estación, ves una y otra vez
que llegan nuevos trenes de los que se bajan otros pasajeros y a los que suben
otros muchos que ya no volverás a ver… Y así hasta que uno de ellos se acerca,
se detiene y desde dentro te llama para que subas… “¿Este es mi tren? ¿Este es
el tren que espero sin quererlo esperar?” Y alguien te dice: “Este es”. Y te
ves obligado a subir… Y aunque pretendas llevarte la maleta cargada de todo
aquello que has acumulado, nada te permiten, habrás de hacerlo, como decía
Machado, ligero de equipaje, desnudo. Sólo te puedes llevar tu propia
conciencia, cargada de sombras o repleta de claridades… Sólo te puedas llevar
tus sueños en una pequeña bolsa invisible hecha silencio…
Y ya sí, ya has vuelto al tren del olvido. Y el tren arranca
y se pierde una vez más en la lejanía sin saber de fijo dónde te lleva, tal vez
al infinito, a esa estación de los trenes perdidos que decía el poeta Jules
Laforgue. Hay quienes creen que a un lugar donde gozar o sufrir. Otros piensan
que nos bajaran en otra estación diferente, que desconocemos. Y los hay
igualmente, como Nietzsche, que aseguran, porque todo lo consideran cíclico,
que después de un recorrido por la vía redonda del tiempo, nos volverá a dejar
en la misma estación para un nuevo volver a vivir.
Nada sabemos, en verdad, de cierto. Todo es cuestión de
creencias, de deseos, de pensamientos, de pareceres, de fe… Todo es cuestión de
ignorancia. Lo único verdadero es tan solo que el tren existe, que te trae, te
deja y te lleva.
Lo único verdadero también es que la estación, esta estación
de la vida, es un lugar asombroso que los viajeros nos encargamos, en lugar de
hacerla de sol hacerla de lluvia.
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