Tengo un amigo escritor y fotógrafo que el pasado mes
presentó en su pueblo una extraordinaria exposición de fotografías relacionadas
con la naturaleza. Y fue tan grande su fracaso como bellísimas las fotos
expuestas. ¿Y eso por qué? Pues porque su pueblo, mejor dicho las gentes de su
pueblo, sus paisanos, bien que se lo pagaron. ¿El motivo? El precio de su
libertad.
Y es que, como ya he
expresado en otras ocasiones, ser libre no es fácil. Y menos ser independiente.
Uno puede optar por una ideología o un bando y ser despreciado, indiferenciado
y perseguido por los contrarios, pero siempre tendrás a los tuyos para la ayuda,
la comprensión o, al menos, el consuelo. No optar por ningún partidismo ni
bando sólo te puede conducir, por lo tanto, al aislamiento, al retiro y a la soledad.
Y, sobre todo, te conducirá de una u otra forma al fracaso, porque a nadie
tendrás a tu lado para ayudarte.
Y dentro de la libertad está el ejercicio del maravilloso derecho
de expresión. ¡Casi nada! Aquí, por el presente, se puede exponer lo que se
desee, se piense o se quiera. Siempre, claro está, que no se traspasen ciertas
rayas rojas marcadas por la ley. Así pues, podemos por lo tanto expresar
nuestros pensamientos, realizar nuestras críticas, comentar noticias, opinar
acerca de lo que se crea conveniente, exponer ideas, ideologías, creencias…
¡Qué maravilla! Pero también ¡qué alto precio!
Sí, un alto precio. Porque todo aquel que quiera expresar o
comentar algo y más si se hace desde algún medio social o de comunicación, ha
de saber que no le va a salir gratis. Eso sí, los que piensen como él lo
alabarán, pero los muchísimos que no piensen igual ya se encargaran de
apuntarlo en su lista negra para pagárselo cuando se presente la ocasión. Si expones
que tal o cual gobierno lo hace bien o mal, tendrás a miles de la oposición que
no te podrán ver. Si confiesas ser de tal o cual religión has de saber que serán
infinidad los que te etiqueten de retrógrado o descerebrado. Si opinas acerca
de los falsos, los incoherentes, los prepotentes y los especuladores, ya tienes
el puñal en el cuello. Si hablas mal de los políticos que conoces y te conocen,
olvídate del mundo, no te darán, ni así pasen cien años, ni agua. Si expresas
que estás a favor o en contra de esto o aquello ya tienes a los unos y a los
otros poniéndote la cruz. Si criticas el lugar donde vives en algunos de sus
aspectos, ya tienes el calificativo de mal ciudadano, traidor y desleal…
De ahí que haya periodistas, escritores, articulistas, editorialistas,
novelistas… que toda su obra está llena de rosas y flores, de parafernalias
aduladoras, de no mojarse, de todo es bello, o, en el peor de los casos, de andar
siempre en la misma dirección y color… Y claro, se cuenta con ellos, se les
invita aquí y allí, se les contrata, se les condecora… No tienen enemigos y, de
tenerlos, cuenta en el otro peso de la balanza con no pocos amigos y seguidores.
Sin embargo, los que van con la verdad por delante, se
atreven a delatar las sombras que ven alrededor, no se venden y anteponen su
libertad sobre los platos de lentejas, es decir que no se casan con nadie,
encuentran que tienen las alforjas cargadas de enemigos, que unidos a los
envidiosos y a los mediocres que sólo buscan apagar las luces que brillan a su
alrededor para que alumbre un poco su linterna sin pilas, conforman un ejército
tan de peso que asfixia.
La libertad de expresión es una de las cosas más grandes y
hermosas que puede tener un ser humano. No cabe duda. Pero ejercerla, y más
cuando se hace de manera continuada, es todo un reto, porque habrás de cargar
con las consecuencias. Y más, mucho más, infinitamente más, cuando se ejerce en
los pueblos. Entonces es como para echarse a temblar, y cuanto más pequeños
peor, puesto que a la postre, por una u otra razón, no quedará nadie que no se
sienta aludido o herido en su sentir.
Y eso es lo que le ha pasado a mi amigo escritor y
fotógrafo. Seguro que de haber sido solo fotógrafo, y mucho mejor si además
fuese lisonjero, sumiso y callado, el éxito de su exposición hubiera sido
impresionante. Allí habría saboreado las mieles de la gloria y se habría visto
aplaudido, alabado y agasajado por toda una multitud, desde el señor alcalde,
concejales y cura de la parroquia hasta el más humilde de los vecinos; pero
tenía que ser escritor, y de los que no se callan y denuncian. ¡Pues toma! ¡Ahí
las llevas! Bofetadas sin manos que son las que más duelen.
Y es que la libertad de expresión tiene un precio que ha de
pagarse. Pero pese a todo y a tanto y tan duro, merece la pena. Te hace vivir con
dignidad y morir con alas.
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