Estamos llegando en este mundo a lo esperpéntico. Ahora
resulta que un presunto artista va de misa en misa acercándose a comulgar en la
mano hasta juntar, de una en una, la cantidad tan suficiente de Sagradas Formas
como para escribir en el suelo de una presunta exposición, y de una manera
gigantesca, la palabra “PEDERASTIA”. Y ante la correspondiente denuncia
presentada, un juez más que presunto archiva la causa diciendo que no hay
delito
contra los sentimientos religiosos y de odio, ni graves ofensas contra la fe
cristiana y libertad religiosa, y para justificarlo, el
elemento judicial expone en su auto que la palabra “pederastia” se escribió con
“objetos
blancos y redondos de pequeñas proporciones”. ¡Qué inteligencia
preclara! Felicidades, señoría. Y nada más enterarse de la decisión del juez va
el amigo presunto artista y escribe esto en las redes sociales: “¡No nos calla
ni Dios!” Genial. Eso sí que es rizar el rizo.
Lo mismo que pasa aquí cerca, en Úbeda, con una cooperativa en la que
faltan algo así como veinticinco, treinta o cuarenta millones de euros, vamos,
que ni se sabe, porque cada vez si dice una cantidad distinta. Y cuya solución
para recuperar el dinero perdido de los socios consiste, prácticamente, en que
ellos mismos lo pongan, y el que no lo ponga se le denuncia. Es algo así como
el panadero a quien le llevan sacos de harina para que haga un pan y resulta
que cuando le piden cuentas va y dice que si quieren pan que les traigan trigo,
y no ya a sacos sino a carros. Y además por narices, porque si encima se niegan
a llevárselo, los amenaza con denunciarlos al juzgado. El colmo. ¿No tendría
que ser al revés, que quien tendría que ir primero al juzgado es él por haber
metido las manos en la masa y habérsela comido? Esto sí que es también rizar el
rizo.
Y ya más que el colmo es que bajo a las oficinas donde un empleado anda
leyendo el periódico y otros dos mandando mensajes graciosos por el móvil en
cuanto lo delatan las sonrisas picaronas que veo en sus caras duras, y voy
entonces y pido a quien pueda de ellos un certificado de poca importancia para
un trámite corriente, y me dicen que me pase dentro de ocho o diez días. “Pero
señor, si el certificado sale por la impresora en cuanto le dé al botón de mi
nombre en el ordenador.” A lo que me respondió el eficiente empleado: “¿Pero es
que no ves lo muy atareados que estamos?” Y no me caí de espaldas como en el
tebeo por vergüenza. La que ellos, no tienen. Y porque fui e hice un mal gesto de
disconformidad ya ni me saludan al cruzarse conmigo por la calle. ¿Pero dónde
estamos llegando? Y es que esto ya no es rizar el rizo, es tener el rostro, el
corazón y el pelo de hormigón armado y querer hacer bucles después de secarse
al sol del mes de agosto. ¡Qué desastre!
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