Aunque cubran tu cuerpo con el paño
del final de tu historia,
seguirás siempre vivo mientras alguien
te guarde en su memoria.
Querido Marcelo:
Cada vez
que en las noches solitarias paseo por esta ciudad nuestra, tan llena de
misterio, y me adentro en sus calles donde el tiempo se detiene en la historia
de todos los pretéritos dejándome una impronta de asombro en el alma, no puedo
evitar recordarte, amigo mío. No puedo evitar mirar a través de los espejos
invisibles del corazón para verte en todo tu esplendor, en tu elegancia de
hombre bueno, sencillo y enigmático, bohemio y soñador, creativo y temeroso de
las sombras que siembran miedos nacidos de una infancia difícil y espinosa, de
hambre y desamparo, de muertes prematuras…, para verte, en definitiva,
especial, único…, artista.
Y hablo contigo por entre las
esquinas donde la tenue luz de los faroles deja una extraña luminosidad por las
penumbras de los olvidos. Y me sonrío cuando te digo que fuiste un hombre en
contradicción contigo mismo, buscador de tristes pasados para convertirlos en
arte, hombre renacentista de nuestro permanente renacer de siglos, cantante de
melodías inolvidables, actor sin edad que ponía en la palabra y en el gesto la
maestría innata que sólo los elegidos tienen.
Me sonrío, Marcelo, y te digo que
todavía no he comenzado el libro de tu biografía que siempre quise dedicarte
después de tantas conversaciones en tu estudio, frente a San Isidoro, donde
cada día, desde el pequeño balcón que daba al exterior, mirabas el busto de tu
maestro Paco Palma para ver si seguía ahí, y limpiarlo si es que algún idiota
lo había difamado con alguna pintada, o recogerlo, como quien recoge a un padre,
con ternura suprema, si es que algún degenerado lo tiraba al suelo y manchaba su
perfil de la tierra de un jardín tan pequeño como indigno para quien tanto hizo
y tanto dio a Úbeda; tanto que hasta quiso morir y ser enterrado en ella para ser
por siempre, como diría Francisco de Quevedo, polvo enamorado de su polvo.
Y aunque me entristezco por no
poder estrechar tu mano, porque lo impide la niebla de los enigmas que limitan las
dos dimensiones de la existencia, me goza saber que sigues vivo todavía entre
nosotros. Vivo en lo más hondo de tu Salomé, tu musa y modelo, tu compañera, tu
confidente, tu campanilla de plata para alegrar los altibajos que te traían las
horas cargadas de incomprensiones, tu seguidora y crítica, tu luna siempre llena,
tu amor, tu gran amor. Vivo en tus hijos, herederos de tu sangre y tu talento,
que no dejan de quererte, de arrepentirse de no haberte dedicado más tiempo, de
no haberte regalado más conversaciones…, pero que no dejan, igual, de sentir
que dentro de sus vivencias se agranda cada minuto que pasa tu figura, conscientes
y seguros de que pensabas en ellos sin descanso, regalándoles abnegación, cariño
y esperanza…, al tiempo que en tus entrañas se iba quedando el escozor que deja
la garra de verlos hacerse grandes de manera tan rápida.
Pero también me río de muchas otras
cosas. De tus genialidades a la hora de pintar algunos decorados para mis obras
de teatro. De la sorpresa de que vinieras a mi casa una madrugada en la que
sabías que no podía dormir porque, faltando pocos días para el estreno, tú no
te sentías inspirado para hacerlos, poniéndote a pintar en la sede hasta el
amanecer. De nuestros viajes. En especial de aquél en que, estando ya el
autobús en marcha para ir a representar en Burgos, no apareciste, teniendo que
ir a buscarte por todos sitios, hasta que te hallamos y aceptaste, por fin, viajar,
pero en tu coche averiado, tan dañado que con el fin de llegar a nuestro
destino teníamos que parar cada pocos kilómetros para echarle agua. De aquellos
años en que íbamos con el grupo Sembradores de la Alegría a los asilos y
residencias de ancianos, y lograbas con tus boleros reactivar las ganas de
vivir de nuestros mayores. De las muchas vueltas que le dabas cuando te
solicitaba una ilustración para la revista IBIUT, pese a la facilidad con que
la hacías. De aquel primer cartel tan original para el “Retablo de la Pasión”. De
cuando posaba para ti a modo de referencia a la hora de crear algunos de tus
Cristos... ¡Qué momentos tan especiales! Todos llenos de añoranza, de calidez, de
ascuas encendidas en la conciencia de una edad que comienza a sentir la
tremenda delgadez de las hojas que van quedando en el almanaque que alguien nos
regaló un día al nacer.
Y es que de tiempo; de ausencias
y presencias; de melancolías; de llamas titilantes; de espectros venidos del ayer;
de miradas lánguidas de personajes tan reales como simbólicos; de vides esperando
que llegue la primavera; de olivos cenicientos; de uvas arrinconadas bajo las
ventanas de azules imposibles; de membrillos perfumando de olores legendarios
las vetustas estancias; de campesinos curtidos y quemados por el sol de los
estíos y las heladas de los inviernos; de animales perdidos en su laberinto de
dependencia; de luces color de hogar en las ventanas de las casas envejecidas;
de niños inocentes descubriendo con serena fascinación un desnudo de mujer; de evocaciones
brotadas del subconsciente marcado por una posguerra que venía herida por la sangre
y los silencios obligados; de calles empedradas con sabor a humedad y a claroscuros;
de fachadas soñolientas; de radios antiguas emitiendo canciones que hacían
llorar porque hablaban de amores lejanos y suspiros de España; de desconchones
en paredes que dejaban al descubierto huellas de vidas ya lejanas; de estampas y
fotos sostenidas con cinta adhesiva; de objetos cotidianos con alas de
grandeza; de imágenes religiosas que sobrecogen; de esculturas a las que sólo
les falta hablar; de hiperrealismos mágicos…, de todo ello sabes tú, Marcelo
Góngora, más que nadie. Como sabes de sentimientos arrancados que hacen llorar
por la emoción, como sabes también de lo hermoso que es dejar para el recuerdo
eterno las esencias de Úbeda, tu pueblo y el mío, que diría Miguel Hernández,
tu pueblo del que no podías salir, del que no querías salir a costa de tener
que pagar el alto precio de no ver tus cuadros en los mejores museos del mundo
pese a ser tú uno de los mejores pintores de todos los tiempos.
Cada vez que me adentro en el universo de mi soledad buscada, vienes conmigo. Y son tantas las cosas de las que hablamos, tantas las reminiscencias que sacamos del arca de los días pasados, tantas las ilusiones en vuelo a hacerse todavía realidad, tantas las decepciones compartidas y tantos los mutismos cubriendo con su tela de araña color de indiferencia los limpios amaneceres de la independencia y la libertad…, que ahora sólo me queda decirte que me alegra sobremanera saber de esta exposición tuya in memoriam, de la publicación de esta obra escrita, de las facilidades ofrecidas por quienes nos dirigen, del respeto y la consideración que te siguen teniendo cuantos te conocieron, del extraordinario amor que los tuyos le han puesto para hacer que todo esto sea posible… Y, sobre todas las cosas, me alegra el seguir encontrándote vivo en nuestros monumentos, en nuestro espacio entre cerros, en nuestra Semana Santa…, así como en infinidad de hogares, de cuyas paredes cuelgan muchas de tus obras magistrales, trozos de tu vida, pedazos sentidos de tu alma…, de esa alma que ya anda en ese territorio donde la muerte, que tanto temías, ha sido vencida para ser tú, definitivamente, amigo Marcelo, parte de la asamblea de los grandes inmortales.
Cada vez que me adentro en el universo de mi soledad buscada, vienes conmigo. Y son tantas las cosas de las que hablamos, tantas las reminiscencias que sacamos del arca de los días pasados, tantas las ilusiones en vuelo a hacerse todavía realidad, tantas las decepciones compartidas y tantos los mutismos cubriendo con su tela de araña color de indiferencia los limpios amaneceres de la independencia y la libertad…, que ahora sólo me queda decirte que me alegra sobremanera saber de esta exposición tuya in memoriam, de la publicación de esta obra escrita, de las facilidades ofrecidas por quienes nos dirigen, del respeto y la consideración que te siguen teniendo cuantos te conocieron, del extraordinario amor que los tuyos le han puesto para hacer que todo esto sea posible… Y, sobre todas las cosas, me alegra el seguir encontrándote vivo en nuestros monumentos, en nuestro espacio entre cerros, en nuestra Semana Santa…, así como en infinidad de hogares, de cuyas paredes cuelgan muchas de tus obras magistrales, trozos de tu vida, pedazos sentidos de tu alma…, de esa alma que ya anda en ese territorio donde la muerte, que tanto temías, ha sido vencida para ser tú, definitivamente, amigo Marcelo, parte de la asamblea de los grandes inmortales.
Te sigo echando de menos. Un fuerte abrazo.
Preciosa reflexión para nuestro común amigo Marcelo, un artista bohemio, al que el terror al viajar le privó de mas altos vuelos..., siempre será un grande entre sus amigos.
ResponderEliminarUn abrazo amigo Ramón.
Maravillosas palabras Ramón.
ResponderEliminarExtraordinario.
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