domingo, 20 de marzo de 2022

LIBROS EN EL BASURERO DE BARCELONA

Invitado a visitar Barcelona para asistir a un evento el domingo, llego al hotel el sábado.

 

Después de descansar un rato en la habitación, me dispongo a dar un paseo por la zona centro. A pocos metros de la salida hay tres contendores de basura. Junto a uno de ellos, veo un gran saco de rafia azul a punto de estallar y sobre el suelo varios libros en perfecto estado, uno de los ejemplares todavía envuelto en el plástico de salvaguarda. Me detengo pensando que a alguien se les habrá caído accidentalmente. En ese preciso momento se detienen dos buscadores de desechos que venían montados en un curioso carromato en el que transportan objetos residuales. 

 

Los observo con atención. Se bajan y abren el primer contenedor. Con una especie de garfio largo, hecho de manera artesanal, sacan un destrozado tostador de pan que dejan en el carro cual trofeo valioso. También la parte metálica de una plancha. Visto que ya no hay más material valedero, se dirigen al segundo contenedor. Lo abren y empiezan a escudriñar. Pero qué va, ahí no hallan nada de interés más que bolsas con restos de comida y algún trapajo inservible. Toca ahora el tercer contendor, ese que tiene junto a él una bolsa gigante repleta de algo que no termino de captar y varios libros cercanos a la base que entorpecen las maniobras de búsqueda.  

¡Y oh sorpresa!  A uno de los señores buscadores de tesoros no se le ocurre otra cosa que apartarlos de una patada. Los libros ruedan hacia la izquierda como pelotas rectangulares. Levanta la tapa. Mira. Hace señales al compañero que introduce el gancho obteniendo una gran presa: tres películas en DVD y en cuyas portadas se perciben ciertas imágenes subidas de tono. Se miran entre ellos mientras sus rostros dejan escapar unas pícaras sonrisillas cómplices. Y al carro. Se frotan las manos, suben al vehículo destartalado y se largan calle abajo.

 

Me quedé entonces mirando con tristeza los libros desperdigados por el suelo. Como con disimulo, me fui acercando a ellos. Miré a un lado y a otro para asegurarme de que nadie me observaba y me agaché para ver de qué libros se trataba. Dos eran novelas, uno un tratado de recetas y otro un ensayo de economía. Todos, menos el gastronómico, en catalán.

 

Me incorporé y me dio por mirar en el interior del gran saco adjunto al contenedor. ¡Madre!, era todo un contenido también de libros. Perdí entonces la vergüenza y la timidez y por las claras los fui revisando. Todos cuidados, bien encuadernados, la mayoría presentaban cubiertas duras y hasta algunos en presentación de lujo. 

 

Y no supe qué hacer. ¿Cómo se pueden tirar a la basura obras de arte? ¿Cómo se pueden arrojar al suelo jirones de vida y de sueños con tanta indecencia y sin que nadie se interese en rescatarlos, ni siquiera los buscadores de desechos, que podían haberlos vendido, cuando menos, a libreros de mercadillo por unos pocos euros… 

 

¿Y cómo llevármelos yo, que solo disponía de un pequeño maletín…? ¿Y cómo disfrutarlos si estando en catalán no podría leerlos? Hasta que tomé una serena decisión: salvaría, al menos, los de lengua castellana. Volví a revisarlos y solo había dos. El de cocina y otro, de exquisita presentación, ilustrado a todo color, de medicina. 

 

Y con ellos me adentré en el hotel para, haciendo hueco entre una muda y la bolsa de aseo, dejarlos en el maletín. Pocos minutos después volví a bajar para dar el paseo pretendido. Pasé de nuevo junto a los contenedores y miré una vez más el saco con todos los libros en su interior dejado caer en el contenedor. Sentí gran pena y dolor. Me volví a acercar y los volví a tocar en la esperanza de que alguien, como la mano de nieve de Bécquer, viniera a salvarlos.

 

Ya tarde, de regreso al hotel, me fui hacia los contenedores y ahí seguía la bolsa gigante de los libros, nadie se los había llevado. Los containers ahora estaban repletos de bolsas de basura y demás residuos y desperdicios. 

 

Esa noche dormí con cierta inquietud. Cada vez entiendo menos a este mundo, cada vez comprendo menos este tipo de sociedad que hemos creado, cada vez me pesa más esta vida repleta de egoísmo, de mentira, de injusticia, de incultura, de deshumanización… 

Y es que, si no valoramos nada, si nos invade la inmoralidad y el relativismo, si nos reviste la irresponsabilidad, la desgana y el desconcierto, si somos máquinas de destrozo, si se arrancan y arrojan seres humanos al muladar…, cómo no se van a tirar libros a los contenedores de basura por mucho que se nos diga que son hijos, amigos, como algo de uno mismo… 

 

¿Cómo extrañarnos entonces de que Barcelona se esté convirtiendo en una ciudad sin alma? 

 

¿Cómo extrañarnos entonces de que no cesen de caer sobre nosotros las plagas de Egipto?   

 

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