¿Y qué quieren? ¿Qué critican los beatos de siempre? La Reina no es creyente, según su primo hasta es abortista practicante. Va a la iglesia obligada y siempre que puede deja de hacerlo, y más que lo hará. ¿Y qué pasa?
A quién hay que mirar es a la Iglesia. Esa Iglesia de boato y pomposidad que se resiste a ser verdaderamente evangélica y perder privilegios terrenales. Una Iglesia poco consecuente que abre las puertas en la festividad del 25 de julio a autoridades y poderosos y se las cierra a peregrinos que vienen de hacer cientos e incluso miles de kilómetros. Una Iglesia que cuando cierra sus puertas y quedan allí clérigos con sus ropajes de gala y demás parafernalias, rodeados de numerosos peces gordos, hinchados de comer y beber, engreídos y vivales, se pone a leer el evangelio de San Mateo, 28, 20-28, en donde se dice: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que se vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo…” ¡Casi nada!
Pues como quien ver llover. Y tan felices. El Rey sale del recinto diciendo, ya hemos cumplido. La Reina que se la he hecho muy larga la ceremonia y que tienen mérito aguantar tanto facherío. La Princesa y la Infanta que hubiera sido un completo aburrimiento de no haber sido por el vuelo tan espectacular del botafumeiro. Y los peces gordos preguntándose dónde ponen el mejor marisco, que para eso es hoy el día de Galicia.
Y luego nos quejamos de que los templos están vacíos, que a las misas dominicales asisten cuatro y mal avenidos, que la gente pasa de los curas, de la frialdad de conciencia, de que no hay vocaciones, de que los conventos no paran de cerrarse…
La incoherencia, amigos, la incoherencia. Y, sobre todo, el anquilosamiento de una Iglesia que anda noqueada por los tiempos, con grandes frentes a los que no sabe dar claras y convincentes respuestas, como la igualdad plena de la mujer, el celibato, las comunidades, la homosexualidad, el posconcilio… Inmersa en luchas de cardenales y obispos, acomodada, burocratizada, con párrocos funcionarios, adormilada, agitada un poco en tiempo de procesiones que sacan a la calle grupos de personas movidas, más que por la fe y la evangelización, por la fiesta y la tradición.
¿Y quién, ante este panorama, puede convertirse? ¿Lo llevo a una misa donde ya ni se arrodilla uno en la consagración? ¿Le presento al señor obispo? ¿Le hablo del señor viario? ¿Del deán de la catedral? ¿Del rector del seminario? ¿Lo invito a las catequesis de primera comunión? ¿A los cursillos prematrimoniales? ¿A un bautizo? ¿A una confirmación? ¿A una boda?... Puafff. ¿Le hablo del Papa, sabiendo que la mitad de la cristiandad misma lo pone verde, se ríe de él, lo ridiculiza, lo denigra, lo llama hereje…? ¿Le hablo de la penitencia, de la dificultad de encontrar un sacerdote en caso de necesidad…? ¿Le hablo de no hallar apoyo de nadie del clero cuando dices de hacer algo altruistamente para bien de los demás…? ¿Le hablo de cómo nos llevamos los cristianos? ¿Le hablo de los congresos eucarísticos, del sínodo, de los concilios, de los dogmas, del catecismo, de las encíclicas, de la doctrina social, del derecho canónico, del discaterio de la doctrina de la fe, de la casilla del IRPF, de los bienes del banco vaticano…?
¿O le hablo de Jesús, de Jesús de Nazaret? Y así le leo cada pasaje del Evangelio, le muestro la coherencia perfecta, el amor sublime, la comprensión más honda, la igualdad más plena, la entrega más generosa, la fraternidad más alta, la libertad más sentida, el camino más recto, la verdad más grande, el pan de vida, el sacrificio, la resurrección… y, de paso, de cuantos, en silencio y humildad, en su nombre, y siguiendo sus pasos, andan dando su vida por los demás aquí y en los confines de la tierra.
Y es que comparar a Jesús con la Iglesia superjerarquizada, mundana, dependiente y politizada, es comparar el sol con la luna, aunque la Iglesia tenga a Jesús y sea de Jesús… Y es cierto, y lo acepto convencido, lo que no acepto es que tanta oscuridad de siglos y tanto ramaje de intereses personalistas y tantos abusos ocultos y ostensibles pretendan dejarme ciego y hacerme comulgar, no con sagradas formas, sino con pesadas ruedas de molino, esas que sirven para, antes de que se escandalice a un pequeño, quienes pretendan hacerlo se las cuelguen al cuello y se arrojen al mar.
El día que, por ejemplo, en Compostela, en la festividad de Santiago, vea a los peregrinos en primera fila, y a los gobernantes sentados entre ellos sin emblemas, y al Rey o la Reina acudiendo sin compromiso político, solo porque así lo quieren, por propia voluntad…, y se lea el evangelio de san Mateo 28, 20-28, y todos se persignen respetuosamente antes y todos digan al final con fe y en absoluta libertad: “Gloria a ti, Señor Jesús”, ese día, digo, creeré que los que están dentro creen verdaderamente, creemos.