Es acabar la Semana Santa y a uno le surgen demasiadas preguntas.
La expectación ha sido grande. Los hoteles llenos. Los turistas por miles. Los bares y restaurantes a rebosar. Los penitentes y nazarenos numerosos. Los costaleros y portadores superándose. Las mantillas primorosas. Los tronos y pasos bien presentados. Las bandas, filarmónicas, agrupaciones musicales y demás, en gran cantidad, incansables y estupendamente ensayadas. Los cortejos recreándose en la parsimonia. Las autoridades cumpliendo sin falta. Las revistas, boletines, programas, cartelería… por demás. El tiempo de dulce. Las calles abarrotas. Las iglesias medio vacías… ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios?
Porque si echamos la vista alrededor, uno tiene que hacerse preguntas. No pocas veces da la impresión de que andamos en esos tiempos bíblicos que reflejan algunas películas, donde aparecen fiestas desenfrenadas, envueltas en alcohol y lujuria. Fiestas para la pura diversión, en donde la gente, vestida con inmoderación y actuando sin respeto, con vasos de cubalitro o botellas de cerveza, beben, ríen, se besan, se abrazan y se tocan al paso de los cristos y las vírgenes que en esos instantes más bien parecen muñecos que anuncian las ferias del pueblo. Y qué decir de los que, abarrotando algunas calles, ebrios y ciegos etílicos, hablan a gritos, se carcajean y ligan sin mirar ni importarles el cortejo penitencial que anda pasando por su lado. Y no digamos de aquellos penitentes que aún vestidos con sus túnicas y capirotes andan, tras terminar la procesión, metidos en bares poniéndose morados.
Por otra parte, dentro de las cofradías, se viven momentos de emociones inenarrables, encuentros entre hermanos, abrazos entre lágrimas, rezos sentidos… y un procesionar con verdadera meditación, penitencia y sacrificio.
Y por el contrario a todo esto, en los templos, dentro de los cultos establecidos, los oficios y vigilias…, prácticamente nadie en comparación. Allí se muestra a Cristo, se lee la pasión, se adora la cruz, se reviste el sagrario, se ora, se goza la resurrección y se presenta el Dios hecho Eucaristía que se deja comer para tener vida eterna…, pero nada, cuatro gatos.
Y mientras tanto, ¿qué opina Dios? ¿Qué dice Dios de todo esto? ¿Lo acoge todo con una sonrisa angelical? ¿Nos ama tanto que todo el mundo es bueno? ¿Es tan comprensivo que a nada le da importancia? ¡Cosas de jóvenes, la vida es así, esto es lo que toca vivir, no estamos en la Edad Media…! ¿Qué de malo tiene comer y beber, tener relaciones, disfrutar, gozar a tope…? Si Jesucristo bajara de nuevo a la tierra se pondría entre el gentío del bar de copas y tampoco miraría la procesión ni iría a la iglesia…, me decía muy convencido el mismo Viernes Santo un amigo muy ilustrado.
¿Y Dios? ¿Dónde está Dios? Y particularmente, ¿dónde está en Semana Santa? Nadie lo sabe. Lo mismo está en todo y en todos o lo mismo no está en ningún lado ni con nadie. Yo no lo sé. Yo solo digo lo que dijo aquel poeta, que dicen era ubetense, en pleno franquismo (¡anda que si viviera hoy!), que escribió un poema extraordinario y lo dio a conocer sin firmarlo, por lo que se considera anónimo a pesar de habérsele atribuido a diferentes autores: que estaban muchos, que estaban todos…, ¡TODOS, MENOS DIOS!
Pues eso.
Y no es una cosa de ahora. De siempre.
ResponderEliminar