viernes, 8 de marzo de 2024

PANORAMA INFECTO

Siempre he sabido que nuestra sociedad está constituida por personas honestas y personas indignas, por mujeres y hombres nobles y entregados, y gente miserable, traidora y corrupta. 

 

Lo comprobé siendo muy niño. Jugando en las eras lindantes al antiguo colegio salesiano al fútbol con un grupo de amigos, sufrí un desafortunado percance. Un chaval de gran envergadura venía veloz hacia la portería, consistente en dos humildes piedras como postes, que yo defendía como ilusionado guardameta. Le salí al paso, y cuando me arrojé valientemente a sus pies para atrapar el balón, lanzó un derechazo que me golpeó de manera brutal la cabeza. Quedé inconsciente. Perdí el conocimiento. Cuando desperté, me hallaba en uno de los servicios del colegio bajo un grifo de agua tan fría como desconcertante. De los veintidós jugadores de ambos equipos, solo se quedaron para salvarme la vida no más de cuatro. Los demás huyeron asustados y cobardes. Nunca he contado esto, ni siquiera a mis padres ni a mis hijos. Tampoco he querido darle mayor importancia. Cosas de niños, he pensado siempre. 

Mas ahora, muchos años después de aquello, cuando se van a cumplir cuatro años de vernos confinados por culpa de la pandemia que nos invadió tan sorprendentemente y viendo el terrible panorama que vivimos por culpa de unos políticos egoístas y una sociedad acomodada y hedonista, he recordado la grandeza de aquellos sanitarios que se lanzaron a los pies del virus para detenerlo con infinito sacrificio y aquellos que lo daban todo para que el país no se parará definitivamente. Todo un ejemplo de superación humana. Muchas personas murieron en la más honda de las soledades, sin despedirse siquiera de sus familiares más cercanos. Multitud de bolsas servían de sudario para el enterramiento de miles de cadáveres. UVIS, habitaciones y pasillos de hospitales abarrotados de enfermos que se asfixiaban inexorablemente…

 

Y aplaudíamos emocionados y agradecidos todas las tardes a este personal que daba su vida para salvar las vidas de otros. Y admirábamos a transportistas, tenderos, policías…, que seguían al pie del cañón por el bien de los demás. Todo un ejemplo impagable de honestidad, dignidad y grandeza de corazón. 

 

Pero la cruz de la moneda no podía faltar. Y mientras millones de personas estábamos aturdidas, preocupadas y hasta desorientadas, conmocionados, y miles seguían muriendo entre tubos y máquinas sin alma, otras cuantas se dedicaban a enriquecerse a costa de la urgencia y necesidad de salir del paso. Millones de euros malgastados en mascarillas y material sanitario que no servían para nada, en una trama no solo corrupta sino canalla y abyecta que más que asco da vómitos de sangre maloliente. 

Una trama que está saliendo a la luz con el consiguiente paño oscuro de los que nos gobiernan para evitarlo. Y aparecen comisiones, y tráfico de influencias, y malversación de caudales públicos, y presiones de peces gordos…, y compra de pisos, y dinero en metálico, y decenas de armas y juergas y prostíbulos, y nadie se responsabiliza, y nadie se declara culpable, y nadie dimite… Tajo de sinvergüenzas flotando sobre la pasividad de una sociedad amoral y agonizante. 

 

Y ante este panorama infecto, me ha venido a la mente aquel niño que jugaba en las eras un partido de fútbol en una portería limitada por dos piedras y que, cayendo conmocionado por culpa de la fortuita patada de un grandullón, se ve abriendo los ojos bajo un chorro de agua fría. Y, como entonces, pienso que, quitando a cuatro seres de luz, los demás somos una banda de ciegos, temerosos y cobardes, huyendo sin orden ni concierto, guiados por ciegos y corruptos.   

 

¡Y madre, qué batacazo nos vamos a dar como nos descuidemos!

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