Después de no llover durante meses, fue llegar la Semana Santa y el tiempo pareció venir con sed de fastidiar. Y así llevamos ya algunos años. Hay quien dice que es porque Dios está harto de tanta parafernalia externa y tan poca fe en el corazón. Y puede ser, pero lo sucedido en Úbeda en la noche del Viernes Santo, donde la lluvia cayó justo cuando todas las cofradías estaban en la calle, también vino a ser una lección del sentimiento de muchos, de arrojo, de coraje, de angustia, de verdadera penitencia, de amor cofrade.
Emotivo fue ver cómo muchos presidentes, y directivos, y hermanos luchaban contras las inclemencias, sin importarles el agua ni el dolor ni la pena que los embargaba. También algunas bandas permanecieron fieles. Se vivieron momentos impresionantes, emotivos, sorprendentes... Palios mojados, cristos bañados, túnicas y uniformes empapados...
Puede que todo esto haya dejado ciertos desperfectos en al patrimonio cofrade, pero todo se arreglará. Y los titulares volverán a procesionar con el mismo o mayor esplendor de siempre. Yo, hoy, pocos días después del golpe traidor de la lluvia en la noche del Viernes Santo, más que con la crítica, me quedo con la entrega de muchos, con su valentía, su disposición y su fe... Y me quedo con el convencimiento de que a nadie se debe culpabilizar de que se procesionara por las calles. Porque ya otras veces se ha suspendido la General por la inestabilidad del tiempo y luego, tras no llover, se ha pedido a gritos la dimisión del Presidente de la Agrupación de Cofradías como si se tratara del político de turno que los ha dejado sin el botellón del fin de semana. Tampoco se puede poner en duda la continuidad de la Procesión General. Desde hace años ya algunos lo vienen intentado desde un extraño afán destructivo y que, ahora, visto lo sucedido, será la excusa perfecta para aferrarse aún más en sus posicionamientos. La General sigue siendo la lección magistral del pueblo de Úbeda a sus gentes en la noche más terrible del año, la máxima expresión de la unidad de un pueblo que acompaña nada menos que a Cristo que es enterrado y yacente. Es el evangelio en movimiento, la palabra de Dios hecha plasticidad, arte y singularidad, una de las pocas cosas que nos quedan como propias, ya roto el orden procesional que nos diferenciaba y nos distinguía. La Procesión General ha de seguir teniendo lugar en Úbeda, porque si algún día acabará, nuestra Semana Santa no será otra cosa que una más del montón, una mala copia de la original que nos llega de otros lugares que sí luchan por mantener su propia idiosincrasia. La Procesión General no puede, por lo tanto, perderse, porque si se pierde, Úbeda, que ya ha perdido no pocas de sus grandezas, habrá perdido definitivamente gran parte del alma que le queda.
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