Hace unos días pronuncié una conferencia en Jaén titulada “Adolescencia y valores perdidos”. Difícil edad la adolescencia y más en el mundo de hoy.
Pero aclaremos que el hecho de que estos chavales sean díscolos, rebeldes y difíciles de entender es cosa que viene de milenios. Ya Sócrates decía que: "Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos". Y es más, en una vasija babilónica del siglo XI a. de C. aparece la siguiente inscripción: “La juventud de hoy está corrompida hasta el corazón, es mala, atea y perezosa. Jamás será lo que la juventud ha de ser, ni será capaz de preservar nuestra cultura.”
Lo que quiero decir es que las características de la adolescencia han sido y son siempre las mismas, lo que varían son las circunstancias. Y en las que ellos andan viviendo son demoledoras: una sociedad sin valores, hedonista, superficial, irresponsable, insolidaria, cómoda y atada a las nuevas tecnologías: televisión, ordenadores, videojuegos... y móviles.
Al día siguiente de la conferencia me llamó una madre llorado. Su hija de trece años la tenía sin vida porque es imposible que pueda dejar ni por un instante el móvil. "Siempre con ella, constantemente en su mano, tecleándolo con una rapidez sorprendente, viendo no sé qué, mandando mensajes..., y así mientras se viste, pasea, ve la tele, desayuna, come o cena... Y cuando alguna vez ha intentado quitárselo, se ha vuelto loca, pataleando y llorando amargamente, desbordando un raudal de ira por los ojos..."
El móvil es un invento extraordinario que puede servir para hacer mucho bien, pero también es una droga cuando se usa mal. Y eso están haciendo muchísimos jóvenes de hoy, usarlo mal, convertirlo en su propia cadena de esclavitud, en su triste ceguera, en una droga capaz de apartarles del mundo y de la vida. El joven ya no sabe relacionarse si no es apor medio del móvil. Algunos están en un mismo parque y se andan comunicando a su través mientras contemplan el mismo árbol... Una pena. Y no hay manera de que lo comprendan. No hay manera de que acepten que nada hay más hermoso que la libertad, la libertad de no estar atado a nada ni a nadie y menos a un aparato que te controla.
La señora acabó diciéndome, un poco más calmada: “Supongo que usted me comprenderá, porque estoy segura de que usará el móvil, no como mi hija, sino como lo usamos todos, con cabeza”. Lo que no se esperaba es que yo, en el año que corremos, le respondiera: No señora, es que yo no tengo móvil.
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