jueves, 15 de noviembre de 2012

EL ÁRBOL ATREVIDO


Delante de la fachada del famoso Hospital de Santiago hay un árbol espectacular, sorprendente, frondoso, cuidado y lleno de vitalidad... Se trata de un laurel al que muchos, ya un poco entrados en años, conocimos pequeño, diminuto, inocente, como si de un niño se tratara asido a la vida. Cada año el árbol, regado por la mística y la cultura que el edificio rezuma, por el sol brillante, como el de la infancia de Machado, y la templanza de la noches a la luz de unos focos místicos que le ponen alas a las torres sobre el horizonte de cerros misteriosos, se ha hecho mayor, adulto, como un galán crecido en los brazos de los sueños, y está ya tan sublime, tan por encima de todos los demás árboles del pueblo, que a medida que él ha ido creciendo y engalanándose en su verdor de oro mitológico, la fachada del viejo Hospital se ha ido menguando en su armonía, equilibrio y sobriedad... Hasta el punto que el monumento que mandara construir el generoso obispo don Diego de los Cobos ha quedado un tanto desfavorecido y desfigurado.

            ¿Y ahora qué? Menudo dilema para este pueblo nuestro. ¿Qué hacemos con este laurel tan atrevido y descarado que ha llegado hasta el punto de hacerle sombra a tan insigne monumento? ¿Qué hacer con él? No haya preocupación. La solución, por más que haga surgir comentarios a favor y en contra que vengan a dividir a la ciudadanía, por muchos ríos de tinta que corran, por más que los ediles y técnicos anden una y mil noches sin dormir buscando la solución, es inalterable y está escrita en el libro del destino de esta ciudad tan orgullosamente histórica.

            Y no será la primera ni la última vez. Ya nuestro admirado Antonio Muñoz Molina, denominó a Úbeda como ciudad arboricida. Aquí, todo árbol que crezca más de la cuenta, que sobresalga, que se atreva a destacar más allá de la escala de la vulgaridad, que decida transgredir las medidas de lo política y socialmente correcto, debe saber que está condenado al corte, a ser leña, astillas para el fuego del olvido... Y si el árbol fuera tan majestuoso y extraordinario, tan rico de aventura, que dijera Federico García Lorca, que cortarlo significara un hecho cercano al crimen clamoroso, entonces se le trasladaría a otro sitio, en las afueras, cercano a algún rincón donde pasar inadvertido, lejos, a modo de un exilio disimulado; como, por ejemplo, y tratándose del laurel tan soberbio del que hablamos, arrancándolo y llevándolo al corral del mismo Hospital. Espacio éste por el que, parece ser, se inclinan algunos de nuestros sensatos gobernantes, notarios siempre, más que de la verdad, de las injusticias. Aunque otros, buscando contentar a todos, aboguen por dejarlo donde está, pero podándolo hasta la indignidad y la vejación, que sería aún más triste.

            Está visto, amigos. No se puede ser árbol frondoso, ni se puede destacar ni sobresalir... Si el laurel hubiera sido más inteligente se hubiera quedado pequeño, siempre niño, todo lo más adolescente, envuelto en la clorofila de la mediocridad..., entonces, al no hacerle sombra a monumento alguno, hubiera sobrevivido y conservado íntegramente la corteza y las hojas, disfrutando siempre de un lugar privilegiado. Pero por listo, ¡hale!, a la hoguera o al destierro, o a mutilarlo hasta el ridículo y la humillación, ¡qué más da! El caso es que, el pobre, está condenado sin remedio. Y para que aprendan los que me leen, si es que aún no se han enterado, les dejo esta moraleja con rima:

                                   Árbol nacido en el pueblo
                                   bajo el sol de su consorcio,
si no quieres ser cortado
o arrancado de tu entorno,
no destaques, ni triunfes,
ni hagas sombra al poderoso.


                    

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