El mundo siempre ha estado loco, pero ahora más. Los seres
humanos parecemos sombras vagando de un sitio para otro sin rumbo. El
descontrol nos embarga. La falta de valores nos deshumaniza. Los esquemas de ser no existen. Hasta lo más
mínimo se pone en evidencia, en duda. Nada hay que no sea relativo y efímero. Destruir
por destruir sin construir es el motor. … Todo, en fin, es un amasijo de
colores informes mezclados con negro que al final da una masa hacia lo oscuro
en la que ya no se sabe dónde está lo bello y lo horrible, lo bueno y lo malo, lo
serio y lo grotesco, lo sublime y lo vulgar.
Y donde mejor se puede apreciar este desorden es en el arte.
Con tal de alcanzar la fama se buscan nuevos caminos, nuevas formas, nuevas
maneras y nuevos modos, y como ya todo está inventado, se llega a creaciones, manifestaciones
y expresiones que rayan lo ridículo cuando no lo esperpéntico. Y como todo vale
no son pocos los mediocres que visten al rey de lo artístico con el traje
invisible de la nada mientras se las dan de inteligentes y llenos de talento,
convenciendo a los demás de que quien no ve el vestido del rey es porque es
idiota, poco culto y anticuado. Y así vemos formas sin forma, continentes sin
contenido, fundamentos sin fundamento… en la pintura, en la escultura, en la
arquitectura, en la música… y en la literatura. Y dentro de la literatura, en
la poesía.
Qué pena con la poesía. Qué lástima lo que están haciendo
con ella sobre todo los adalides del panorama oficial y oficialista y sus
vulgares e incautos imitadores, que los hay y bastantes, por aquello de la gran
facilidad a la hora de componer. Grupos de hipócritas engreídos que visten con caras
camisetas o camisas negruzcas cual si fueran de pobres jornaleros compradas en
el mercadillo de aldea, y van como sin lavar y sin peinar, pavoneándose de su
izquierdismo falso, pero que luego viven en castillos de lujo y no hacen por nadie
ni dan ni un céntimo a nadie. Corporaciones cerradas de camaradas que se
reparten entre ellos las adineradas tartas de los simposios, congresos,
convenciones, subvenciones, cursos de verano, publicaciones, premios y
condecoraciones. Poetas que salen en la televisión y demás medios, por aquello
de la fama, para después atraer a la gente a sus actos, dándoselas de
intelectuales que todo opinan cuando no saben ni hablar. Recitando poemas que
no entienden ni ellos. Destrozando técnicas, rimas, ritmos, musicalidad, métricas,
lirismos, figuras, conceptos, ideas…, porque no hay que tener ataduras, porque
hay que romper, porque el verso es libre, como surja, como llegue, como salga,
como le salga a uno de… Y, claro, al final lo que sale es una chapuza, un
churro, una amasijo de letras y palabras que da igual cómo se pongan, como se
separen y como se lean, porque nada dicen, nada conmueven, nada impresionan…
Todo un
jeroglífico que te deja con la cabeza caliente y el corazón helado.
Pero eso sí, viste mucho ir a un recital de estos genios: allí se ve a ellos
interpretar como dioses del parnaso y al público atendiendo y asintiendo con
gestos evidentes de intelectuales recién salidos del paraninfo de los
superdotados.
Qué pena con la poesía. Qué lástima que tan hermoso arte, el
más puro, el menos comercializado, el de más altura porque sólo puede brotar
del alma, haya llegado a tan abismal sepulcro. Porque la están matando. Sólo
está quedando para ser leída y escuchada por minorías en los salones de los
vivales con barroquismos de falsedad…, pero lejos, muy lejos de los niños, de
aquellos que en otros tiempos tanto gustaban del verso, y los leían y los
componían y hasta hacían con ellos flores con los que llenar las lapidas de sus
seres queridos como homenaje último más sentido; niños porque a ellos, se pongan
como se pongan, no los pueden engañar, porque ellos saben muy bien que el rey
va desnudo, que la poesía de los corifeos del presente es amorfa, sucia,
grosera, banal, anodina, fría, prosaica, aburrida…, no llega, no cala, no
transmite, no dice nada. Y de ahí también que no quieran saber nada de ella, y
no sólo la indiferencien, la aborrezcan y la detesten sino que desde su corazón
la llaman, no ya antipoesía, ni contrapoesía, ni apoesía, ni proesía…, sino pestepoesía, porque los niños, ellos, la
gente sencilla, sensata, veraz, honesta, de corazón limpio, se aparta, corre, se
larga, huye de ella…, huye de ella, eso, como de la peste.
Totalmente de acuerdo...
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