España –¿puedo decir España sin que me insulten?– me duele.
Me duele porque he estudiado su Historia y sé la gran nación que fue y siguen
siendo. Sé de su geografía, sus mares azules, sus montañas bellísimas, sus
valles riquísimos, sus ríos inmensos, sus regiones y pueblos diferentes y
especiales, su riqueza agrícola y ganadera, su comercio, su industria, sus
gentes… Sé de sus luchas, su fuerza, su grandeza… Sus victorias asombrosas,
unas veces por agrandarse, según la mentalidad de las épocas, y otras para no
perder su propia libertad. Sé de sus conquistas que, aunque llenas de errores y
ambiciones, fructificaron, siendo además mejores, mucho mejores y más
solidarias que la que otros países llevaron a cabo. Sé de su cultura, grandiosa
cultura, de sus inconmensurables artistas, sus genios. De sus deportes, de su
arte, de su arquitectura, con templos, palacios, catedrales, murallas, palacios,
edificios… asombrosos. Sé de sus santos,
sus maestros, sus fundadores, sus inventores, sus aventureros, sus soñadores… Y
sé de sus reyes, gobernantes y políticos… que, en general, fueron y siguen
siendo lo peor de todo.
En resumen, me duele España porque puesto todo en la balanza
del tiempo, sin sacar del contexto histórico los hechos, sin analizar el pasado
con la mentalidad de ahora, respetando lo que fueron sus gentes, sus
costumbres, sus tradiciones, sus creencias, su religiosidad, sus formas de pensar
y de entender la vida…, pesa más el platillo de las luces que el de las
sombras.
España es una nación maravillosa de la que, tristemente, no
pocos se avergüenzan. De ahí que silben su himno, desprecien su bandera, aborrezcan
su escudo, rechacen su idiosincrasia… Pero eso no es lo malo, lo peor es que
los que así se posicionan, ruidosos ellos, eso sí, soberbios y endiosados
porque se creen superiores, arrastran a otros muchos para que piensen igual de
mal y sientan el mismo desdén en su corazón.
Me duele España y envidio el sentir de otros ciudadanos del
mundo, que siendo sus patrias mucho peores que la nuestra, que han cometido
mayores barbaridades que nosotros, que además han aportado menos a la
civilización, y son más guerreras, más llenas de armamento, más peligrosas, más
dictatoriales y más injustas…, sin embargo se sienten unidos y llevan sus
emblemas no sólo en su exterior sino en la hondura de su ser.
Nosotros no. Nosotros a mirar sólo lo malo que hicieron
nuestros antepasados, a juzgarlos según nuestro presente, a criticarlos sin
ahondar en las raíces, a medirlos con la vara de nuestro ahora. Nosotros a
tirar chinas, piedras y peñascos sobre nuestro propio tejado. Inventándonos falsas
historias interesadas que no fueron. Nosotros, en lugar de ir hacia una Europa fusionada
y un mundo unido, a separarnos, dividirnos, destruirnos, autodestruirnos, resquebrajarnos,
a odiarnos a muerte. Nosotros a hacer de la justicia un cachondeo, a hacer de
las leyes una comedia, a hacer de la democracia un juego para sólo ocupar
sillones. Nosotros a dejar que lleguen al gobierno incultos, mediocres,
vulgares, inconscientes, sin ideas y sin ideales, personajes que ni saben
respetar ni respetarse, que se comportan como niños cabreados de colegio,
impresentables. Personajes, por un lado, que hablan pero que no hacen, que
dicen estar con los pobres y parados, pero para aprovecharse de ellos y
construir su propios totalitarismos, que discriminan, que apartan y desprecian
a los que no piensan ni actúan como ellos. Embusteros, trileros, demagogos y
vende humos, niñatos de papá de clase que hacen como que están contra las
clases. Clases las suyas cerradas porque nadie que no sea de la honda pueda
siquiera acercarse, entrar en el círculo. Personajes que disfrutan suprimiendo,
prohibiendo, cerrando, destruyendo, quemando… sin crear ni levantar nada donde
dejan el solar en ruinas y cenizas. Personajes, por otro lado, al otro extremo,
acomplejados, miedicas, que no saben relacionarse ni comunicarse, incumplidores
de promesas, dados a los pudientes y a la corrupción, que meten la cabeza bajo
el ala con tal de seguir en la poltrona. Pilatos que se lavan las manos cada
atardecer después de tanta ignominia vista y sembrada.
Me duele España y –lo confieso– pese a que me da miedo
decirlo, expresarlo, porque también a mí, a golpes de martillo, me han inyectado
la pusilanimidad, el temor y la cobardía, e incluso el desánimo dubitativo porque
hasta han llegado a confundirme los gritos y los comportamientos de los “tirachineros”
y “catapultadores”. Y porque sé además que éstos me dirán de todo y me las
pagarán en cuanto puedan, así pasen décadas.
Me duele España porque veo en los acontecimientos deportivos
extranjeros cómo los deportistas cantan unidos y con pasión su himno junto al
público que llena el estadio, que están al lado de sus logros gloriosos y
aceptan sus errores y fracasos, que aman su tierra. Me duele porque tienen que
venir, por ejemplo, los italianos, el pasado jueves, a aplaudir nuestro himno
que sonaba para acallar a los indignos que, escondidos en máscaras interesadas,
populistas y separatistas, y refugiándose en la libertad de expresión que valoran
sólo cuando les viene en gana, estaban silbándolo. Como me duele también el
desprecio que tantos trajeados de aldeanismo como descamisados de cara a la
galería, pero de buen paño cuando nadie los ve, falsos pacifistas que no cesan
de emplear cada vez que hablan términos guerracivilistas, les están haciendo al
Día de la Fiesta Nacional.
Me duele España. Me duele, en fin, por muchas cosas. Y la
primera y principal es porque –¡qué le vamos a hacer! –, en su plena, variada y
rica integridad es como me la enseñaron, la he conocido y la he vivido,
haciéndome además sentir orgulloso de ella. Pero sobre todo me duele porque –no
puedo remediarlo– la quiero.
Gracias amigo Ramón por tu sinceridad, a mi también me duele España, por esos insultos a nuestra Nación que quieren destruir.., yo me siento español y orgulloso de serlo y como dices al final, me duele España porque también la quiero..
ResponderEliminarUn abrazo Ramón de tu amigo que te aprecia más de lo que te imaginas..
José