Voy con mi nieta de dos años a un
parque de Bruselas. Llevamos pan para echarle a las palomas, que se acercan,
siempre asustadizas, a picotear a toda prisa las migajas que ella les arroja
desde su silleta.
Antes, yo había dado un repaso a
la prensa española en internet. Rápida, a la ligera, cansado y harto de
políticas, de articulistas subvencionados, de sucesos morbosos, de horrores y
desastres…, de señoritas y señoritos de corazón vacío de los que tenemos que
saber qué comen, qué visten…, y con cuántos se acuestan, como si se tratara de
una competición atlética… Mira, yo, con veinte años, ya cuento en mi haber con quince;
pues yo cuento con cincuenta, teniendo treinta…
Y eso sí. Eso se valora. Vende.
Triunfa. Cuántas más relaciones e infidelidades, más famoso eres y más alto
llegas en el podio de la miseria revestido de monedas. Y es que el sexo para
ellos es algo muy simple: “Aquí te pillo aquí…” Perdón por poner puntos suspensivos, pero es
que hay palabras que, aunque sean simplemente en el contexto de un dicho
popular, están vetadas, y las damas y caballeros políticos y parciales
disfrazados de falsos feministas lo pueden aprovechar para crucificarme en
menos que canta un gallo, y eso que yo llevo ya cientos de crucifixiones en mi
vida. Mejor: “Aquí te pillo, aquí lo hago”. ¿Hago? ¿Qué hago? ¿El amor?...
Sí, el amor, te responden los
protestones que todo lo protestan menos lo suyo. Porque el amor es así, algo
que llega y pasa…, y punto. Algo que solo
precisa un sí. Porque no es no. Bien que lo sabemos. Y prohibido queda todo lo
demás. Prohibido el halago, la seducción, la galantería, la cortesía, la
gentileza, las palabras bonitas, las flores, la educación, la ternura, el
afecto…, en una palabra: el romanticismo. Porque el romanticismo, en opinión que
leí esta mañana de la exministra de Cultura y ahora secretaria de Igualdad y
número cuatro del pesoe, Carmen Calvo, no es más que machismo encubierto con lo que hay que
acabar cuanto antes, como también hay que acabar -añade- con eso del amor para siempre, tan carca, tan
de fachas, tan anticuado.
¿Cómo actuar entonces cuando dos
personas se encuentran? Nada de miradas insinuantes, porque eso es agresividad.
Nada de cortesías, porque eso es signo de superioridad cuando no de abuso. Nada
de galanterías ni lisonjas, porque eso es acoso. Con lo fácil que es la cosa. Te
acercas y preguntas: ¿quieres copular conmigo? Si dice no, media vuelta y a tu
casa. Si dice sí, te evitas el tremendo trabajo de la conquista y hasta la posible
cárcel. Y después cada mochuelo a su olivo, no sea que nos comprometamos y
dejemos de ser progres. Y todo esto lo digo sin expresar género, no sea que me
la líen.
Y adiós de paso a los poetas.
Adiós a los románticos Allan Poe, Whitman, Goethe, Hoffmann, Víctor Hugo, Lord
Byron, Leopardi, Amado Nervo, Rafael Pombo, Bécquer, Espronceda, Ramón de
Campoamor, Rosalía de Castro, Carolina Coronado… Adiós a todos estos y todas estas,
tan machistas.
Y mientras me sonrío pensando
todo esto, miro a mi nieta y me da miedo su futuro. Y ya no sé si llevar un
vestido de flores, tener el cabello largo, recogido con un lazo de color, y mostrar
una pulserita en su brazo es que la estamos discriminando. Que lo mismo es
mejor ponerle un mono vaquero y raparla al cero para que nadie sepa si es niña
o niño, y que nadie se lo diga tampoco, que eso lo tiene que decidir ella
cuando crezca.
Después, cuando ya ha arrojado
todo el pan a las palomas, le digo de irnos. De inmediato, todas salen volando
para esconderse en los árboles. Menos dos. Una de ellas -lo juro- empieza
entonces a inflarse como una pelota girando a modo de una danza alrededor de la
otra, que se aleja dando saltitos para regresar arrogante… Aquella arrulla y da
un ligerísimo picotazo a la otra, que vuelve a alejarse unos pasos para volver…
Aquella insiste y se pone flamenca…, la otra, presumida, le sigue el juego. Y
cuando aquella da un salto para montarse, la otra levanta el vuelo y la deja
con dos palmos de pico. Y le está bien empleado, porque alguien ha debido explicarle
a ese ser indigno y machista que eso no se hace, que eso es acoso, y abuso, y hasta
agresión. Con lo fácil que hubiera sido preguntárselo. Y es que estos prehistóricos
incultos no aprenden ni progresan.
Adiós palomas, dice mi nieta. Y
yo la miro confuso y triste porque creo que estamos confundiendo la gimnasia
con la magnesia, al tiempo que deseo para ella todos los derechos y todas las
igualdades del mundo, faltaría más… Pero, por favor, que nadie le robe el
limpio y poético romanticismo.
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