Se trata de un matrimonio de Úbeda, ya entrado en años, impactado aún por el terrible accidente de coche que sufrió su única hija, en el que falleció, quedando además parapléjica su única nieta. Esta, las Navidades las pasaba aquí, en familia, pero también con las amigas, disfrutando de lo que más le gustaba, patinar sobre el hielo en la pista instalada en la plaza de toros.
Este año no podrá ser porque las pasará con su padre y sus otros abuelos muy lejos. El matrimonio, roto por la tristeza y el desconsuelo, había decidido no sacar de la buhardilla las cajas de cartón que contienen los adornos navideños… Y menos el Misterio, por mido a ser irreverentes cuando no blasfemos.
Pero he aquí que, hace unos días, la nieta, sabiendo que no estará con ellos en estas fiestas, aprovechando el puente, ha venido a visitarlos. No puede andar por sí misma, pero se mueve con facilidad en su silla de ruedas, y lo más importante y digno, irradia alegría.
Al enterarse las amigas, vinieron a verla, sacándola a pasear por las calles ya iluminadas con la intención no desvelada de llevarla el coso de San Nicasio. Y ahí fue la sorpresa. Al entrar, las amigas pusieron en los pies de la discapacitada unos patines y, a peso, sostenida por ellas, pudieron dar juntas, entre risas y aplausos, unas cuantas vueltas sobre el suelo helado convertido ahora en clara hoguera de amor y de amistad.
Al día siguiente, cuando la nieta se levantó, los abuelos habían adornado ya la casa y habían puesto el Nacimiento en su lugar. Sobre el pequeño Belén colgaron también la típica cartela de todos los años en la que se podía leer: DIOS HA NACIDO, FELIZ NAVIDAD.
Y yo, lo confieso, al conocer la noticia, tan sencilla como luminosa, he sonreído emocionado, y pese a tanta niebla y miseria humana que nos envuelve, me he dicho: Todavía hay luz. Cabe la esperanza.
Pues eso, FELIZ NAVIDAD, amigos.
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