Lo he dicho muchas veces, este mundo en el que vivimos es una selva. Los depredadores acechan. Salir a la calle es jugársela. Algo así como convertirse en un aventurero que después de atravesar los entornos regresas a la casa de mal humor cuando no herido de muerte.
Miro desde la ventana el día y es precioso. Salgo obligado porque he de resolver algunos asuntos. Saludo al vecino que se cruza a mi paso y ni me escucha. Tres pasos más abajo me enfrento a un grupo de mozalbetes que ocupan la acera y casi a empujones me desplazan a la calzada para que un coche que se acerca a toda velocidad esté a punto de atropellarme. Un perro gigante se planta en medio de la calle y defeca ante la contemplación extasiada de su dueña. Intenta recoger el contenido evacuado, y como es más líquido que sólido, destapa una botellita de plástico que lleva en la mano y lanza un chorreón de agua por encima, esparciendo por el asfalto aún más la excreción. Observo aterrado cómo todas las esquinas de las puertas de las casas están manchadas de orines oscuros y malolientes. Medito en cómo es posible que la sociedad, tras muchos siglos de concienciación y avances, pasara del “agua va”, en la que se lanzaba a la calle las evacuaciones menores y mayores, al “perro viene”, para hacerlas sin grito alguno y además protegidos.
Al mismo tiempo observo que hay jardines poco cuidados y llenos de altos ramajes y yerbajos secos con sed de arder como el ciquitraque. Y suciedad por los rincones y los perfiles de los edificios, incluso muladares en plena vía con colchones viejos, restos de muebles, ladrillos partidos e incluso un gran caballo descolorido de cartón piedra.
Pasarme por el banco es también una aventura de tiempo y de escozor. Ahora me obligan a ser empleado no gratificado de la entidad sin poderlo evitar. Para todo. Ingresos, pago de facturas, devolución de recibos, relación de gastos… Y claves y números que envían al móvil cada vez que digo de hacer alguna operación… Pero es que, señor, ¡yo no tengo móvil! ¿Y eso cómo va a ser? ¡Hoy no se puede estar sin móvil! ¡Tú estás loco! Eso es, señor, estoy loco, lleva usted razón, pero es que yo no quiero que me controlen ni me tengan vigilado, no quiero que un artilugio tan pequeño me doblegue la vida y me subyugue, no quiero que me obligue a responder al instante cuando alguien me comunica algo, no quiero que me impida irme de vacaciones con las alas cortadas…, no quiero dar un paseo por los caminos solitarios, pararme ante la belleza de un paisaje, escuchar el sonido del canto de los pájaros, ponerme a rezar en el silencio y verme interrumpido por una musiquilla hortera, y menos escuchar que alguien me quiere vender la moto de la mentira y la estafa…, hasta enfadarme porque cuanto más amable soy más me atosiga. No quiero, en definitiva, ser un preso de esta época, quiero ser libre y poder mirar a la cara de la gente cuando los necesito o me necesitan. El móvil es tan necesario que salva vidas, cierto, pero también acaba con ellas. El móvil es un gran invento, pero también es una gran cadena para la esclavitud. Yo solo busco ser un grano de arena en el contrapeso.
Pero lo peor es que la selva no se termina cuando uno llega a la casa y se encierra en ella. Si pones la televisión o la radio o lees la prensa la selva se te mete en el alma y te irrita cuando no te cabrea. Uno no puede entender la falta de educación de las personas, de los gobernantes, de la sociedad en general. Uno no puede entender la vergüenza de sus actos, la cara dura de sus acciones, las miserables exigencias tribales…, la bajeza moral de las palabras empleadas, las mentiras que dicen, la hipocresía emitida, el egoísmo esparcido. Los políticos se han convertido en vivales que solo piensan en ellos y en las prebendas del poder, con seguidores y defensores suyos, ciegos, sin ver ninguna otra claridad diferente, sembradores de inmoralidades y corruptelas…, y todo ello hace que los imitemos burdamente, que los copiemos, al mismo tiempo que dejamos de respetarlos y de considerarlos.
Y, por último, las redes sociales, esa malla angustiosa que enreda vidas, corazones y esperanzas. Espejo donde reflejar, entre algunas luces, tus propias falsedades, tus sepulcros blanqueados, tus intereses, tus aversiones, tus discrepancias, tus odios ocultos, tus venganzas ansiadas…, creando todo ello un pueblo dividido, enfrentado, polarizado, manipulado, erizado… que me da, más que miedo, pavor. Porque pienso en otras épocas recientes de persecución, crímenes, aflicción, guerra, hambre, miseria, muerte… y tiemblo. Sucesos que creemos son rémoras del pasado que no pueden volver a repetirse… Y se pueden repetir… Y se repetirán si esta selva que hemos creado entre todos no se convierte en un paisaje de verdadera convivencia, justicia, armonía, educación y respeto, si no se convierte en un territorio con menos ramajes de materialismo y hedonismo y más flores de humanidad y trascendencia.
La sociedad, en definitiva, está enferma. Y cuando una sociedad tiene fiebre de dejadez, dolor de valores y angustia de corrupción… el diagnóstico es claro: DECADENCIA.
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