Andamos en una sociedad que pierde valores, y entre ellos uno fundamental: el respeto.
No hay más que mirar a quienes nos rodean y lo comprobaremos. Alumnos que no consideran a sus maestros y profesores. Se ha perdido el don y el usted, sin que se hayan sustituido por un “mira” con deferencia y un “tú” de acatamiento, sino, mayoritariamente, por un grave modo de altivez y desconsideración. Jóvenes que no tienen la más mínima reverencia por los mayores, a quienes consideran personas desfasadas e irrelevantes. Niños que se rebelan con los padres y les levantan la mano porque los padres buscan la amabilidad con ellos y ellos entienden que es debilidad. Compañeros que en lugar de ayudarse y compartir siembran egoísmos y recelos. Políticos que de pensamiento único que te insultan, discriminan y desprecian si no piensas como ellos. Extremistas que quieren imponer sus ideas por la fuerza…
Y el coche. Salir a las calles en coche o a la carretera es adentrarse en el reino del terror. Muy pocos te dejan amablemente salir de un cruce por más tiempo que lleves detenido ante un ceda el paso. Peatones que se cruzan de repente cuando ya se está entrando en el paso de cebra y gritan siendo ellos los de mayor culpa por su imprudencia. Vehículos que realizan mal el paso por las rotondas, circulando por el carril que no corresponde y te amenazan porque consideran que eres tú el infractor… Y lo peor, insultos, agravios, improperios sin venir a cuento, por cualquier nimiedad… Y lo del evangelio… encontrarme en una calle un vehículo en el que el conductor, bajada la ventanilla, charla amigablemente con un amigo y tenerme parado por minutos sin que yo haga un mínimo gesto de descortesía…, por educación. Y dar la circunstancia, poco después, de detenerme yo para abrir la cochera y llegar el mismo señor de antes y hacer sonar el claxon como si se lo llevara el diablo, porque he tardado en abrir la puerta unos segundos.
Y hasta en la iglesia. Como impedirle con malos modos a una chica joven, hermana además de la cofradía, llegada de fuera, entrar en ella para rezar por su padre moribundo porque se está colocando la imagen del Cristo para la fiesta. O como le ha sucedido a un amigo, subir al altar para contemplar de cerca la belleza de una Virgen y recibir una lluvia de afrentas e improperios por tal atrevimiento… Y eso que él es una persona de reconocido prestigio por su labor y siembra en pro de la investigación y la enseñanza…
Todo un despropósito. Cada vez hay menos vergüenza. La política y la mala educación lo han embarrado todo. Nadie ahora es más que nadie. Respeto ni para Dios. En Madrid, ayer, el cardenal Cobo, paisano nuestro, se detiene en su coche y es asaltado por un grupo de católicos irritados. Uno de ellos se dirige a él reprochándole a gritos, indignado, los acuerdos con esto del Escorial. Le habla de tú, le dice repetidas veces judas, vendido, traidor… El cardenal le responde “Dios te bendiga” y él le replica con un “y él te lo demande”. Y se repite la escena una y otra vez, hasta la saciedad.
Y así uno y un millón de casos cada día en los que el respeto y la cortesía brillan por su ausencia. Y esto me entristece mucho. Y lo que más me entristece es ver a alguien hablándole a otro con delicadeza, amabilidad y humildad, y ver al otro respondiéndole con desprecio y arrogancia.
Y qué consuelo encontrase en este desierto de incomprensión y desaires una gota de agua. Como me sucedió el pasado jueves en Andújar. Llovía a mares y andaba perdido en las afueras, junto al polígono, después de dar infinidad de vueltas sin encontrar la calle que buscaba… Y tras preguntar a unos y otros y apenas responderme que la calle quedaba lejos y quitarse el problema de encima, aturdido, abatido y desilusionado, porque ya llegaba a tarde al encuentro que tenía concertado, una señora me dice: “Véngase detrás de mi coche que yo le llevaré a su destino…” Y en apenas dos minutos ya estaba en el lugar exacto.
Y es que, después de todo, todavía queda luz en medio de tanta tiniebla y cabe la esperanza. Un alivio para la convivencia.