Respetando todos los pareceres y opiniones, expreso que no soy muy partidario de las procesiones fuera de lugar y tiempo debidos.
Quiero decir, por ejemplo, que si una cofradía tiene fijado un jueves o un viernes o un domingo para salir a la calle en pública manifestación religiosa, procesionando sus titulares, si por cualesquiera circunstancias no pudiera llevarse a cabo, no por ello debe hacerlo otro día.
Y aunque así está dispuesto por la autoridad eclesiástica, es evidente que los fieles cofrades no suelen poner mucho de su parte para que se cumpla. Insistiendo para que la norma no les sea contraria a sus pareceres. Y se inventan eventos religiosos y los organizan para sacar a la calle sus imágenes y salir ellos acompañándolas a cara descubierta con los varales e insignias reglamentarias correspondientes.
Y nos llenan el almanaque de efemérides cofrades a celebrar, cuando no con vía crucis y vía lucis, con rosarios de la aurora, de la noche, de las velas, de las candelas, de las estrellas…, o con innumerables aniversarios, encanjando aconteceres, tales como diez años de la fundación, veinte del encargo al imaginero del Cristo, treinta de su llegada a la ermita, cuarenta de la primera salida procesional…, o lo que venga bien. El caso es salir a la calle y además fuera del día que les corresponde.
Sin embargo, considero que cuando se trata en verdad de un aniversario destacado, como es un cincuentenario o, todavía más, un centenario, sí es motivo suficiente para que se organice no solo una procesión especial, sino diferentes actos que confluyan en una expresión colectiva que ponga punto de oro a la celebración.
Y esto es lo que ha sucedido con la Cofradía ubetense de la Entrada de Jesús en Jerusalén que, al cumplir el centenario de su fundación, ha venido presentando y realizando a lo largo del año diferentes actos que han desembocado en una gran procesión en plena eclosión de calor como ha sido la del pasado día 30 de mayo.
Y recién llegado del frío de Bruselas, muy cansado, fui a verla. Hice un esfuerzo, porque menuda gracia tiene ir en plena ola de sobrevenido calor a ver una procesión que entra de lleno, sin ser Semana Santa, dentro del panorama penitencial de la Semana Santa. Y como al llegar a la plaza del Reloj ya había pasado el Cristo, atajé por callejones, como en los viejos tiempos de mi infancia, hasta llegar al Real, situándome justo en la esquina del palacio de los condes de Guadiana, ahora convertido en hotel de cinco estrellas.
Y quedé gratamente sorprendido. Los hermanos desfilaban en orden y con formalidad. Estandartes, gallardetes, bocinas… como si se tratase de la procesión del Domingo de Ramos, solo que sin túnicas ni hachones, vistiendo trajes oscuros los hombres con guantes negros y elegantes vestidos las mujeres. La banda de cabecera bien uniformada y con toques actuales. Luego, el Cristo, montado en un pollino, "¡a hombros!" Y me gustó. Lo llevaban, con delicadeza y sencillez, costaleros venidos de no sé qué pueblo de otra provincia, con sus camisas negras del Santo Entierro y La Soledad. Tras él, la banda del Amor, muy bien uniformada también, con altura en las marchas que tocaban. Junto al Señor Jesús las autoridades y representantes de todas las cofradías. A continuación, un amplio grupo de mantillas pertenecientes a diferentes hermandades, portando en el pecho una insignia dorada del Borriquillo con lazo verde, para no dejar sola a la Madre de Dios, la Virgen del Amor, sin palio ella, sobrecogedora, acompañada por la banda joven… Y la sorpresa: justo donde me encontraba, sin yo saber nada ni esperarlo siquiera, se detuvo de golpe la imagen de Nuestra Señora y se le cantó una especie de salve, al son de la música, más que con la voz con el alma, haciendo caer de repente, desde uno de los balcones del palacio, miles de pétalos de rosas hasta el punto de inundar no solo el trono y la figura de la Virgen del Amor, sino el asfalto, dejándolo, tras pasar el trono, como una alfombra de colores serenos que exhalaban un olor a perfume como bajado del cielo.
Y yo, que suelo ser crítico desde profundos silencios, porque en esto de las procesiones la comprensión es más fuerte que la agria opinión personal, me alegré de haber sido testigo de una procesión de Semana Santa, sin ser Semana Santa, especial y conmemorativa, que cruzaba las calles y plazas de Úbeda con majestuosa seriedad…, y que catalogaría de sobresaliente de no ser por los de siempre, por esos señores fuertes y aguerridos, con el costal en la cabeza tapándole hasta los ojos, que son magníficos bajo el trono y anárquicos fuera de él, con subidas y bajadas, entrando y saliendo, hablando y saludando por medio del guion, rompiendo con ello la solemne armonía de un procesional histórico que, conmemorando la historia, ya es historia.
Enhorabuena a todos los que lo habéis hecho posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario