Antes de morir, su madre le dijo que le trajese una pequeña caja
que escondía en la parte baja del armario. El hijo se la trajo pensando tal vez
que en ella habría algunos cientos de euros o alguna joya de gran valor, pero
no, sólo había una moneda. “Toma, hijo
mío, esta peseta… y tenla siempre guardada en alguna caja de tu casa. De este
modo nunca te faltará para comer.”
El hijo tomó la moneda y la miró entre la decepción y la
incredulidad. Era una simple peseta de Franco, de níquel y cobre. Una moneda
que guardó sin darle mayor importancia. Cosas de viejos, supersticiones de
mayores. “Guárdala. Siento no tener mucho
más, pero ten por seguro que a mí, si bien nunca he tenido para lujos, no
dejando la caja vacía, guardando siempre en ella una peseta, he mantenido la
seguridad de que no me faltaría para comer ni para que tú estudiaras. Y así ha
sido.”
La mujer fue enterrada y el hijo, que hacía algunos años
había terminado Magisterio, andaba buscando trabajo en lo que fuese.
Coincidí con él la primavera pasada en Córdoba. Estaba yo en
el parque con mi nieto. Fue él quien me llamó la atención. Estudió como interno
en SAFA de Úbeda e hizo las prácticas conmigo. Entonces, mientras hablábamos, pasó
un chaval repartiendo tarjetas de propaganda: “Compro oro y monedas antiguas”.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjB3d9tPaImQYQedQYXknrp28pSCIjHTT16cFXSeSlL7cpP6qs0dYfY61zjr-n_XcYufy1Z3k4SbHXRPBAxy150qU3E6fk7Er92fY6DLT1Pd5-Cot0fmpPDXLNVo4WBkxp1-vF31HHn3KJj/s1600/peseta+1946+-+copia.jpg)
Pero no había pasado ni un cuarto de hora cuando lo vi
llegar de nuevo. “¿Has dicho que una
peseta de 1946 vale unos seis o siete mil euros?” “Hombre, yo de numismática no sé mucho, pero eso tengo entendido.” Le respondí. “Pues mira qué casualidad.” Y me mostró una peseta perfectamente
bien conservada. En ella se veía le efigie de Franco y bajo su perfil la fecha:
1946. “Amigo, ya tienes para salir del
apuro. En esa tarjeta pone que te la compran…” Y salió a toda prisa…, pero
de repente se detuvo. Volvió hacia mí y con lágrimas en los ojos me dijo: “No puedo venderla. Hay cosas que valen más
que todo el dinero del mundo.” Y acariciando la vieja peseta con sus dedos…
se perdió lentamente.
Este sábado pasado, en Córdoba, hemos vuelto a encontrarnos.
Estaba mucho más feliz que la última vez que nos vimos: “¿Sabes una cosa? El uno de septiembre comienzo a trabajar como maestro
en el colegio de los Trinitarios”.
Y me emocioné. Me emocioné tanto que lo abracé con toda el
alma. “Lo de la moneda funciona. No te
deshagas nunca de ella, amigo.” Le dije.
“Ni borracho.” Me contestó. Y entre risas nos fuimos a celebrarlo. Había
motivos: una vez más la vida pagaba bien a quien bien obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario