Al sentimiento de amor que siento por la mujer en general,
he de añadir el de admiración.
La mujer es un ser especial. Nada de sexo débil. Nada de
persona inferior. Nada de entidad de segunda. Su capacidad de darse es
ilimitada. Su sentido del deber, extraordinario. Su fortaleza, algo especial. Su
espíritu de sacrificio, infinito…
Y a todo esto, habría que añadir la injusticia histórica. La
tremenda discriminación que ha tenido que sufrir a lo largo de los siglos, donde
el machismo ha triunfado, relegando a la mujer a un segundo término tanto en el
plano social, como económico, político, intelectual, artístico, religioso…
Dicen que la mujer es menos noble que el hombre, más sagaz,
más astuta e intuitiva, más desconfiada, y puede que sea así, tal vez por esa
necesidad que ha calado en los genes a lo largo de los siglos de tener que
sobrevivir al ostracismo y la marginación en las que se le situó en las viejas
civilizaciones, llegando en casi todas a extremos más que indignos e infames. Se les
ha apartado de la cultura, de las universidades, del mundo del trabajo, del
gobierno, del arte, del deporte… Y han tenido que demostrar, y siguen teniendo
que demostrar, pese a todo y a tanto, que son capaces, iguales en inteligencia,
en hondura de alma, en grandeza de corazón, en capacidad de desarrollar y dirigir…,
por lo que siendo diferentes, hermosamente diferentes en la forma, son iguales
en todo lo demás al hombre, y por lo tanto iguales en derechos y obligaciones.
Yo admiro a mis tías y a mi madre, más pobres que las ratas,
que nada más acabar la guerra tenían que ir y venir andando a Baeza para poder
estudiar, y copiar a mano los libros que les dejaban las compañeras ricas,
porque mi abuela, que murió sin saber leer ni escribir, se negó a que sus hijas
fueran unas don nadies como ella. Y una fue maestra y las otras dos comadronas.
Que era lo poco a lo que podía aspirar en cuestión de estudios una mujer en la
posguerra.
Y ya está bien. Ya ha de acabarse la discriminación en todos
los sentidos. Cada mujer debe tener las puertas abiertas para alcanzar cualquier
titulación y aspirar a cualquier trabajo, como también a elegir, si así lo
considera libremente, a quedarse en la casa, al cuidado del hogar y de los
hijos. Como puede elegirlo igualmente el hombre. Tarea ésta, dicho sea de paso,
harto difícil, desprestigiada, poco considerada, casi denigrante. Tanto que
cuando celebramos el Día Internacional de la Mujer, se le añade, no sé por qué,
“Trabajadora”, como si los millones de amas de casa no trabajaran, cuando lo
hacen sin horas, sin descanso, sin vacaciones, sin jubilación, sin paga alguna,
sin pensión…
Hora es ya en pleno siglo XXI de acabar con la
discriminación. Haya igualdad total entre hombres y mujeres. Iguales
oportunidades, iguales derechos, iguales aspiraciones, iguales obligaciones, iguales
opciones de ser y de elegir… Haya igualdad hasta en el terreno religioso, porque
no me cabe duda de que si alguien mira el mundo con ojos de verdadera igualdad ése
es Dios.
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