El 19 de marzo se celebra en España y otros países del mundo
el Día del Padre. Ya sé que esto no viene a ser más que una tradición no muy
lejana de la que se aprovechan sobre todo los grandes comercios con la
intención de hacer caja. De ahí que para algunos este día no venga a ser otra
cosa que un invento americano que tiene sus orígenes cuando en 1909, Sonora
Smart, en el estado de Washington, escuchando un sermón en el Día de la Madre,
pensó que también habría que dedicarle otro día al padre, y más teniendo en
cuenta que ella no tenía madre y fue su padre quien cuidó y se hizo plenamente
cargo de sus seis hijos tras el fallecimiento de su esposa de parto.
Pese a todo, pienso que no está mal tener un recuerdo especial
para el padre en un día determinado del calendario, aunque bien es cierto que a
un padre le tenemos que tener presente a lo largo de toda la existencia. Porque
el padre es alguien a quien le debemos la vida, los desvelos de muchas noches,
el esfuerzo de infinitas jornadas, la entrega constante, la paz que buscamos,
el apoyo necesario, la fortaleza de alma…
Un padre siempre está ahí, con sus defectos, sus errores,
sus equívocos, sus rarezas… Está ahí, desde el silencio, la palabra, la sonrisa…
Está ahí, esperando, sufriendo, gozando, queriendo…
Por eso es siempre hermoso tener un detalle con él. No hace falta regalo material alguno, sólo un
gesto de ternura, de un te invito a una copa, de cómo estás hoy…, porque cuando
ya no esté, cuando quede sepultado bajo la sombra de los cipreses, cuando solo
sea ceniza, se le echará de menos. Como de menos echaba a su padre un pequeño alumno
mío de primaria que no llegó ni a conocerlo.
Recuerdo que, en la víspera del Día del Padre, les mandé
hacer un dibujo para que al día siguiente se lo regalaran. Sobre el dibujo, en
algún lugar, debían escribir: “Feliz día, papá. Te quiero”. Cuando lo
terminaron, todos vinieron a la mesa a enseñarme sus obras maestras. Todos
menos uno. Me fui entonces hacia él y vi que no había dibujado nada. Cuando le
pregunté el motivo, me respondió, muy triste, como avergonzado, que él no tenía
padre.
No sé, por qué
entonces, tal vez porque hiciera la actividad como todos y no se sintiera
discriminado, se me ocurrió decirle que pensara que su padre era yo… ¿Vale?
Sonrió el pequeño y contento se puso a pintar su dibujo. Al día siguiente, en
aquellos tiempos San José era festivo, llamaron a la puerta de mi casa. Abrí y
vi que era mi pequeño alumno. “Para ti.” Me dijo. Me conmoví, lo acepté y le di
un abrazo. Yo entonces no estaba casado y no sabía bien que era eso de ser
padre, pero comencé a comprenderlo. Aquello me impacto. Y tanto que todavía hoy
guardo ese dibujo en la carpeta de mi escritorio, junto a otros que después me
regalaron mis hijos.
Bienaventurados, por lo tanto, los padres, porque de ellos
debe ser el reino del respeto y el amor que se merecen.
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