El poeta Pablo Neruda lo expresó magistralmente en uno de
sus versos: Es tan corto el amor y tan
largo el olvido…
Tan largo el olvido que de no ser así la vida se nos haría insoportable
y más, mucho más, en nuestro mundo de hoy, tan agobiante en sucesos, tan abrumador
en episodios, tan rápido en acontecimientos… Antes de que podamos digerir un
hecho ya han sucedido varios. Antes de que una noticia nos haya impactado, ya
han aparecido varias que nos asombran… El mundo se nos ha hecho una aldea
global en la que al segundo quedamos enterados de lo que sucede hasta en las
antípodas de donde estamos. Los medios de comunicación y, sobre todo, internet
han contribuido a ello. Y tanto y tan veloz que la prensa escrita nada más
llegar al kiosco ya es obsoleta Y son
tantas las noticas, tanta la saturación que recibimos, tantos los mensaje de
las redes sociales, tantos los comentarios, las diversidades, los pareceres,
las opiniones, las decisiones tomadas… que o bien abrimos de par en par el pozo
del olvido o nos volvemos locos porque nuestra mente no puede retenerlo ni
asimilarlo todo.
Y optamos por lo primero, por abrir el pozo del olvido donde
echar a diario la inmensa mayoría de los asuntos que nos llegan a la mente y
quedar liberados de su peso.
Y del olvido saben mucho nuestros políticos. De ahí sus
comportamientos, sus decisiones, sus actuaciones… Ellos conocen perfectamente
que lo que hoy llama poderosamente la atención, mañana está olvidado; que la
indigna corrupción que surge en un momento preciso, se convierte en amnesia apenas
unos días después; que el daño causado por la promesa incumplida, la subida de
impuestos, la aprobación de una ley vergonzosa, el cese fulminante del que
estorba, el comportamiento indigno, la ambición y la arrogancia del que anda en
los sillones…, todo ello acaba siendo aire, tamo que lleva el viento, apenas
rastro de polvo en el sendero de nuestras vidas… Y, de ahí que, una y otra vez,
nos engañen, nos mientan, nos hagan comulgar con ruedas de molino. De ahí que
nada más llegar las elecciones salgan, como siempre, a la calle a hacerse
cercanos, simpáticos, como de la familia. De ahí que prometan lo que no está
escrito… Total, si luego, poco tiempo después, nadie recuerda nada. De ahí
también que no tengan demasiada preocupación por cuanto de obsceno hacen. La
lección la tienen bien aprendida, en caso de ser pillados en algo, lo único que
hay que hacer es esconderse en la concha de su propio caracol, no echar leña al
fuego, guardar silencio y esperar unos días a que escampe, entonces se podrá
salir de nuevo al sol y gozar de sus cálidos rayos dorados.
Y del olvido saben igualmente mucho los sembradores del mal,
los que sacan beneficio de las desgracias de los otros. A base de bombardearnos
con imágenes que eliminamos sin descanso acabamos como rocas, sin alterarnos,
petrificados, acostumbrados, ahítos. Por ello somos cada vez más insensibles al
dolor ajeno. Y ya ni las pequeñas ni las grandes desgracias nos arañan siquiera
la conciencia. Vemos montones de seres humanos muertos, puñado de cadáveres
flotando en el mar, miles de caminantes buscando refugio, ciudades
bombardeadas, inundaciones, terremotos, tsunamis, ríos de sangre, crímenes,
violaciones, raptos, hambrunas, infinidad de injusticias…, y miramos para otro
lado. “¡Qué pena!”, decimos, mientras comemos, para añadir, con la intención de
lavarnos, a modo de como lo hacen los gatos, la conciencia: “pero yo no tengo
la culpa”. Y tan tranquilos.
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