PRIMER
CLAVO
Dame,
Cristo, tus manos, venga, aprisa,
que
tengo que clavarlas al madero.
El
tiempo apremia. Acércate. Primero
la
derecha, más fuerte y más precisa.
Ésa
con la que escribes, más concisa,
la que
bendice y se alza en verdadero
empeño
de entregarse por entero.
La que
estrechas unida a una sonrisa.
Ven y
acércala aquí, sin protocolo.
Te va
a doler y mucho. Te lo advierto.
Será
como a tu entraña echarle lava.
Mano,
clavo y la cruz. Ya falta solo
el
martillo. ¿El martillo? Eso no es cierto.
El
martillo soy yo que es quien te clava.
SEGUNDO
CLAVO
Ahora
dame la izquierda, la otra mano.
La que
siembra el amor de cada día.
La que
niega discordias, la que guía
por
senderos del buen samaritano.
¿Qué
esperas? Ponla aquí. Formando un plano
de
tierra con el sol. Ten valentía.
Te
vestirá este clavo de agonía
y todo
lo verás cerca y lejano.
Y lo
hinco con ira y con violencia,
leproso
el corazón cual un gusano
de
sombras que ni a él mismo se quiere.
Mira
Cristo al romano con clemencia.
El
romano anda a oscuras. ¿El romano?
El
romano soy yo que es quien te hiere.
TERCER CLAVO
Ya
sólo queda un clavo y oxidado.
Un
clavo largo y hondo como un río.
Y me
quedan dos pies en desafío
que
prender a la cruz. Ando cansado.
Venga,
crúzalos ya. No seas pesado.
Que
viene oscureciendo y hace frío.
Y uno
madera y carne. Escalofrío.
Y se
acabó. Ya estás crucificado.
Ya
eres Vera Cruz, Cruz Verdadera
de
entrega hasta morir. Punto y final.
Tres
clavos herrumbrosos han bastado.
¡Ha
muerto Cristo! ¡Dios! ¡Cuánta ceguera!
¡Qué
infame el criminal! ¿El criminal?
El
criminal soy yo que lo he matado.
Poema ganador Juegos Florales en Honor a la Santísima Vera Cruz de Sevilla, 2015.
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