Todos los años tenemos que recibir una buena ración de pitos
al Himno de España en la final de copa. Y da igual qué equipos lleguen, porque
en todas las aficiones hay descontentos y rencorosos que, parapetados en el
anonimato de la masa, expresan sus frustraciones a base de silbidos a lo que
sea. Más, desde luego, si los equipos finalistas son catalanes o vascos, porque
a muchos de estos seguidores, además de a las propias frustraciones personales,
hay que añadirles la estrechez de mente y el odio que rezuman sus corazones debido,
sobre todo, a la pésima educación recibida. Estrechez de mente porque el mundo,
se quiera o no, está abierto, enlazado, globalizado, por lo que ya vale poco
eso de mi parcela, mi jardín y mi choza. Y odio porque, a base de mentiras,
tergiversaciones y visión de la Historia partidista y distorsionada, se crean
mentes deformes y de pocas perspectivas que llegan a no diferenciar la realidad
de la fantasía, a creer que las grandezas pretéritas de un todo son suyas y los
grandes defectos de ese todo sólo de los otros, generando esta lava dentro un
rencor que quema y estalla.
Pero silbar al Himno de España es, sobre todas las cosas, un
signo de falta de valores y de educación, porque silbar al Himno es, aparte de silbarnos
a nosotros mismos, silbar a nuestros abuelos y bisabuelos, a cientos de
generaciones antepasadas, a millones de hombres y mujeres que lucharon, se
esforzaron, sufrieron y dieron su vida por lo que creyeron más justo, más noble
y mejor… Personas con sus defectos y virtudes, con sus pensamientos y sueños,
con sus valentías y temores… que no podemos juzgar desde nuestra perspectiva actual,
desde nuestro presente, fuera del contexto histórico.
Muchos también de los que silban al himno de España lo
hacen, además, porque se creen mejores e incluso superiores a los que no
piensan ni sienten como ellos. Y no lo son, no lo son porque quienes son
mejores y superiores, los que de verdad valen más –y esto es de manual básico
de psicología–, se caracterizan precisamente por todo lo contrario, por ser los
más respetuosos, tolerantes, compresivos y dados al amor sin interés.
Pero bueno, todo continuará igual y los que nos gobiernan de
allí y de aquí, dentro de esta España resquebrajada, seguirán jugando al gato y
al ratón, dividiéndose, tirando de la cuerda, viendo quién se lleva el trozo
más grande de la tarta que una y otra vez se pone encima de la mesa…, desacreditando
con todo esto a toda esta nación que podría ser mucho más grande, infinitamente
más grande de lo que es de no ser por nosotros mismos, que no paramos de desprestigiarnos,
de golpearnos, de lanzar piedras sobre nuestro propio tejado. Una España tan
extraordinaria que, todavía y pese a tanto, es admirada por el resto del mundo… Mundo que cada vez que ve o escucha las
noticias en las que se dice que los mismos españoles se silban a sí mismos, se
lleva las manos a la cabeza diciendo: ¡Están
locos!
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