Se han cumplido cinco años de la llegada de Francisco al
papado y son muchos los que alaban su
labor, como son muchos también los que la critican.
No hay más que leer los portales de religión en internet
para darse cuenta de que no son pocos los que andan en oposición a quien a día
de hoy ocupa la silla de Pedro. Como no son pocos los centenares de blogs
católicos en los que se le censura, se le tacha de demagogo y populista, de
izquierdoso, de ir contra la tradición de la Iglesia, de charlatán, de impresentable…
e incluso hasta se llegan a pedir en ellos oraciones para que muera pronto.
Y para colmo de males y demás descalabros, la cosa no se
queda en estos extrarradios, sino en círculos más próximos, generando una
guerra entre también no pocos cardenales, obispos y sacerdotes contra el papa
Francisco, empeñados en mantener la más estricta ortodoxia, la tilde de la ley,
la tradición, el inmovilismo, el boato, los privilegios y el poder. Tachándolo,
privada y públicamente, de lo que no está escrito, poniendo en contradictoria
evidencia al Espíritu Santo, tan despierto e intervencionista para ellos cuando
el Papa es de su onda, pero tan dormido, según parece ser, en el último
cónclave.
Una pena que hace que no pocas personas, medianamente
inteligentes y honestas, libres, amantes de la verdad, ante tanta incoherencia,
se retiren a sus monasterios íntimos haciendo que los templos aparezcan aún más
vacíos.
La Iglesia no tiene que cambiar. La Iglesia lo que tiene que
hacer es mostrar el evangelio, la palabra de Cristo, con claridad, sin
tergiversaciones al mundo. La Iglesia no tiene que cambiar porque solo tiene
que ser fiel al mensaje de quien es el camino, la verdad y la vida. Los que
tienen que cambiar son los que componen la jerarquía. Los que tienen que
cambiar son los Papas, yendo con su tiempo, que no significa ir contra Jesús de
Nazaret, sino todo lo contrario, acercarse a Él con valentía y de su mano dar
lecciones de amor, misericordia, perdón, acogida, unidad, paz, sacrificio, coherencia…,
poniéndose de parte de los débiles, los pobres, los enfermos, los sencillos,
los mansos, los que lloran, los que sufren… Los que tienen que cambiar son esos
cardenales que viven en las alturas cual príncipes de poder. Los que tienen que
cambiar son esos obispos que desde sus palacios dirigen cual políticos y
gobernantes. Los que tienen que cambiar son esos clérigos que rodean a los
obispos buscando cargos y honores, politicastros que se alían con los poderosos
y pudientes, de los que reciben ayudas y servicios a cambio de sus influencias para
obtener concesiones eclesiásticas, haciéndose los despistados ante los pecados
públicos que éstos cometen…, mientras ponen trabas, apartan y hasta desprecian a
los limpios de corazón, a los humildes, a los pobres, a los que dan luz… Los
que tienen que cambiar son esos sacerdotes que toman sus parroquias como una
oficina a la que van a trabajar según horario, rodeándose de personajes que los
adulan a cambio de que les dejen carguillos y les permitan ciertas
colaboraciones, sin mirar siquiera el daño que algunos hacen al salir del
templo. Los que tienen que cambiar son esos monjes y monjas que viven más
mirando al mundo que mirando al cielo, en luchas y ansias de protagonismo,
individualistas, apegados a su parcela terrenal, contrarios a una unidad en los
carismas, así se esté derrumbando el convento o queden dos. Los que tienen que
cambiar son esos seglares que se dicen creyentes de palabra, de una vela a Dios
y otra al demonio, presos del simple cumplimiento, del externo viva la Virgen y
el Patrón del pueblo, del putisantismo.
Que ha habido y hay, por otro lado, papas, cardenales,
obispos, clérigos y sacerdotes ejemplares y santos, desde luego que sí,
faltaría más. Que hay misioneros que son viva imagen de Cristo, por supuesto.
Que hay religiosos y religiosas modélicos, implicados plenamente en la
luminosidad propia de su orden, pero sabiendo siempre que el brillo mayor es el
Señor, claro que sí. Como hay seglares coherentes, comprometidos, fieles, entregados
y serviciales. Pero es que de no ser así, la Iglesia se hubiera acabado ya hace
mucho tiempo.
Se han cumplido cinco años de la elección de Francisco como
sumo pontífice y hay que ver cuántos elogios a su labor desarrollada, pero
también cuántas reprobaciones. Y es que los que cuelan mosquitos y se tragan
camellos, los martillos de herejes, los sabios y entendidos, los escribas y
fariseos, los miembros del sanedrín…, nunca desaparecen, siempre están ahí, al
acecho, porque la ley es la ley, como si el sábado no se hubiera hecho para el
hombre.
Confiemos en el Espíritu Santo y dejemos que la Historia juzgue.
Una historia, la de la Iglesia, llena de grandes luces pero también de enormes
sombras, no pocas, tan negras que hasta avergüenzan. Sombras que, algunas,
siguen ahí, cegando, frenando, haciendo que se vaya a remolque, construyendo
fallas, sembrando anacronismos…., sin dejar pasar la claridad que aliente
vanguardias, abra caminos, vaya por delante…, e impregne todo de un resplandor
deslumbrante capaz de cambiar la sociedad por completo, tal y como sucedió en el
mundo con la aparición del cristianismo hace ya dos mil años.
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