Cuando llegan a ocupar los cargos
personas de gran altura, éstos lo primero que hacen es rodearse de hombres y
mujeres de gran valía, porque saben que la empresa que tienen en sus manos irá
a más y brillará con más luz. Cuando son los mediocres los dirigentes de algo,
se rodean de chusma, por aquello de que nadie les haga sombra. Y cuando es
chusma los que alcanzan el vértice de la pirámide de alguna cosa, se rodean de menos
que chusma, es decir, de indignos, rastreros y maleducados.
Y eso está ocurriendo en nuestros
días. Sobre todo en el mundo político, social, cultural y religioso. Menos en
el de la economía, por aquello de que con el pan de comer no se juega. Y así
nos va. Gentucilla dándoselas de nada, ocupando sillones que les quedan más que
grandes.
Y pongo tres ejemplos recientes
de aquí mismo. En el social: Una cooperativa oleícola marcha de maravilla con
un presidente competente. Se crea un grupo morralla de oposición que hace saber
que si sigue él la entidad irá a pique y además es hora de acabar con el
enchufismo de colocar en ella a los familiares de los dirigentes. Ganan las
elecciones. Años después, la sociedad está llena de empleados relacionados con los nuevos mandamases envueltos en una tela de araña de corrupción. Yo me como las
uvas de cinco en cinco, tú de tres en tres y él de dos en dos… El dinero de los
socios no aparece. Los listos de siempre ya han sacado el suyo. Faltan cerca de
cincuenta millones de euros. Concurso de acreedores. Asambleas, trampas,
papeleo, abogados, notarios… Casi todo está perdido. Familias enteras en la
ruina. Todos se lavan las manos. “Cosas
que pasan, nadie es culpable”, dice uno de los jefecillos. Y otro, amigo íntimo
desde niños, le responde: “Todos los
directivos, si bien no sois culpables, sí sois, al menos, responsables”.
Desde entonces no le habla. Pobre venganza de pobres personas.
En el cultural: Un arrogante que se las da de periodista sin serlo, es nombrado jefe de protocolo de una
asociación que dirige otro inculto. Había un concierto conmemorativo cuya
entrada era gratis, por invitación. El cielo amenazaba lluvia. La esposa del
director se persona pocos minutos antes de comenzar el acto con sus dos hijos,
un varón de unos seis años y una niña de cuatro. “Si no tenéis invitación no se puede pasar”, le indica con
prepotencia el pseudoperiodista. “Mire
usted, señor, soy la esposa del director de la orquesta y estos son nuestros
hijos”, aclara con suma educación la buena señora. “He dicho que si no tenéis invitación no pasáis”. “Bueno, haga usted el favor de llamar a mi
marido o deje, al menos, pasar al niño, su padre tiene mucho interés en que
escuche el concierto.” “He dicho que
sin invitación no se pasa”, sentenció el engreído portero. La dama y los
pequeños se dieron media vuelta. Ya había empezado a llover y permanecieron un
rato a la puerta del recinto. Después, viendo que no escampaba, salieron a todo
correr en busca de una cafetería donde refugiarse. Mientras tanto, el concierto
había comenzado y más de la mitad del aforo estaba vacío. Al fondo, el ridículo
guardián que se cree alguien por aparecer de vez en cuando en un medio de
comunicación de poca audiencia engolando la voz, seguía permaneciendo de pie
vigilando la entrada. Allí, por sus narices, no pasaba nadie que no tuviera el
papelito firmado por su vulgar superior. Tal para cual. Chusma manda a chusma.
Y chusma, perro fiel, cumple la orden a rajatabla. Si quieres conocer a Juanillo
dale un carguillo.
En el religioso: Tras el acto
final penitencial a puerta cerrada en el templo, el hermano mayor de la
cofradía hace saber a cofrades y fieles allí presentes, que en la casa de la
hermandad se dará una bolsa con pastas a cada uno de ellos… Añadiendo: “Espero que haya para todos”. Ya en la
casa, uno de los cofrades de toda la vida, anciano, que había estado en el
templo y que no puede procesionar ya por las calles por sus dolencias, tras
esperar a que los penitentes y costaleros se llevasen a pares y a triples las
bolsas, y viendo que en la caja quedaban algunas, se acercó a la pareja
encargada de la distribución y, con máxima humildad, prudencia y educación, les
dijo: “Me pueden dar, por favor, una
bolsa…, si es que sobra”. Se miraron los dos repartidores, vestidos aún con
las túnicas penitenciales, y la mujer le respondió secamente: “No sobra”. El pobre hombre, sorprendido,
triste y humillado, agachó la cabeza y se apartó lentamente. Pero se giró de
golpe al escuchar a uno de los costaleros decir con la boca llena: “Nena, me voy, dame un par de bolsas más que
estas pastas están riquísimas”. Y vio, sorprendido, casi a punto de llorar,
como le ponía en sus manos dos bolsas sin rechistar. Cofrades impresentables
vacíos de alma.
¡Ah!, ¿que no he puesto ningún
ejemplo del mundo político? Ni falta que hace. Todos conocemos de sobra cientos
de casos sangrantes acerca de esta fauna peligrosa.
Y si esto es a escala pequeña,
imagínense a escala mayor. ¿Se puede vivir, amigos, en un mundo así, a la
deriva? A mí, que he sido testigo e incluso parte de los hechos que acabo de
relatar, me cuesta cada vez más, por lo que busco apartarme siempre que puedo
camino de la soledad. Ya lo dijo hace siglos también Juan de la Cruz: “Entre las piedras me encuentro mejor que
entre los hombres”.
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