Ahora, después de haber revivido, que no resucitado, la
figura de Franco por culpa sobre todo de un gobierno aliado a socios no muy
dados a la unidad de España ni a la Constitución del 78, se ha vuelto a poner a
la orden del día el enfrentamiento, por el momento sólo dialéctico, de los
partidarios de quien fue el general victorioso que ganando la guerra acabó con
una república que parecía estar abocada a un régimen totalitario comunista, y
los detractores que lo consideran tan solo un frío y calculador tirano sin
cultura ni corazón.
Para los primeros, a Franco hay que agradecerle el que restituyese
a la Iglesia sus bienes y templos, convertidos en la contienda en simples
cuadras y cuarteles cuando no en cenizas; así como a sus legítimos dueños las
casas y palacios requisados. También el bienestar social que se fue alcanzando
con el tiempo, creándose centros escolares, hospitales, pantanos, industrias, vías
de comunicación… y el boom turístico. De igual manera la seguridad social, viviendas
de protección oficial, pagas de jubilación, de viudedad, extraordinarias… Nos
salvó de la guerra mundial. Los alcaldes y concejales no cobraban. No había que
hacer la declaración a Hacienda. Igualmente, hizo que muchas familias pobres, entre
ellas las que lucharon a favor de la República, después de haber visto incluso
ejecutados o encarcelados a sus familiares más allegados, tuvieran trabajo,
pudieran prosperar y lograr que sus hijos estudiaran y obtuvieran una carrera.
Y todo en un clima de convivencia reconciliadora, pacífica, fervorosa, solidaria
y esperanzadora. Y en un clamor de pañuelos blancos y vítores por donde pasaba
el general que no siempre era obligado ni fingido.
Para los segundos, Franco solo fue una pesadilla que
originaba un sinvivir triste, en blanco y negro, donde la población andaba
ahogada por el temblor y la angustia. Una sociedad aplastada por la venganza,
el militarismo, el clericalismo, manipulada, retrasada, pobre, sin democracia
ni libertades ni derechos, sin participación para poder elegir a los
representantes del poder. Escuelas paupérrimas. Hospitales cochambrosos. Mili
forzosa. Penas de muerte. Censura. Nada de abortos, ni divorcios, ni
matrimonios homosexuales. En definitiva, treinta y tanto años de horror bajo la
dictadura de un monigote absolutista, beato de misa y rosario, enano y gordo déspota
de voz atiplada, verdugo sin remordimientos, genocida, fascista asqueroso
pretendiendo que los pobres no levantaran cabeza, sobrevivir todo lo más, y obligados
a sacar a sus hijos de las escuelas a los nueve o diez años. Horrible.
Y hay que tomar partido. Ante esta dicotomía presentada
particularmente ante el hecho de querer sacar a Franco del Valle de los Caídos
y de paso desprestigiar a la Corona en cuanto es fruto de una decisión del
dictador y la invalidación de la Constitución debido a que también fue obra
franquista, uno tiene que tomar postura. Y he aquí el problema. No se puede ser
neutral. Ni ver lo bueno dentro de lo malo. No es políticamente correcto. No se
permite. O se está contra Franco en todo, absolutamente en todo, o eres
franquista radical, puro.
Y lo digo por experiencia. A una persona que sé que me
estima, joven, al hablarle de los veinte y pocos años que yo viví en tiempos de
la dictadura y ante el hecho de no revestir todo lo que experimenté de espanto
y terror, acabó tildándome de “franquista”.
Y mi pecado fue contar la verdad de lo que sucedió en mi
vida durante esos años. Verán, mis abuelos y mis padres fueron de izquierdas,
muy de izquierdas. Mi abuela materna era analfabeta. Mi abuelo no. Mi abuelo era
creativo y le gustaba hacer murgas para el carnaval y a punto estuvo de ser
fusilado, aunque finalmente lo condenaron a cadena perpetua. Sufrieron de lleno
la guerra y la posguerra. Eran tremendamente pobres y supieron bien lo que es el
hambre de verdad. Pero mi madre y sus hermanos pudieron estudiar aunque
tuvieran que ir a Baeza andando por no tener para comprarse el billete del
tranvía y tener que copiar a mano y a la luz de las velas los libros que les
dejaban compañeros comprensivos más pudientes. Dos de ellas obtuvieron el
título de Matrona. Otra el de Maestra Nacional. A mi tío le faltaron pocas
asignaturas para ser practicante. Mi otra tía prefirió la fotografía y
acompañar a su padre, inventor de carruseles, ya liberado, de feria en feria
para desplazarse después a Barcelona donde ella y su marido encontraron un
trabajo fijo. Mientras tanto, mis abuelos paternos con algunos de sus hijos
migraron a Mallorca.
Mi madre trabajó de día y de noche trayendo niños al mundo y
obtuvo fama de gran profesional. Mi padre trabajó en mil cosas. Desde amo de
casa a capachero, molinero y fotógrafo, pasando por droguero y ayudante
protésico. Y pudieron comprarse su casa, y su otra casa, y otra más, y un
coche, y viajar, y veranear unas semanas en Lo Pagán y finalmente hacerse un
módico chalé en La Yedra.
A mí me llevaron un tiempo a una escuela de portal que era
un viejo pesebre. Después, estuve dos cursos el colegio público de la Trinidad.
A los diez años entré en el instituto recién inaugurado San Juan de la Cruz. Y
de allí a la SAFA donde hice Magisterio. Y todo gratis. Los últimos años con
becas. Y a todos les estoy agradecido. También a los curas. Bien es cierto que
unos maestros fueron mejores que otros, y que mientras algunos me ayudaron
amablemente, otros hasta me pegaron y castigaron con dureza, pero no guardo
rencor a nadie, después de todo a todos ellos les debo lo poco que soy y lo
mucho que siente mi corazón. Mi hermano, que estudio en los salesianos, se hizo
médico en Granada y después odontólogo en Madrid.
Quiero decir que con Franco no todo fue negativo ni
terrible. Como tampoco ahora, en democracia, no todo es idílico y perfecto. Hoy
hay muchísimas personas sin trabajo, y jóvenes que no pueden estudiar, y muchos
que después de numerosos estudios y varias titulaciones, están en el paro
cuando no han tenido que emigrar, y familias que no pueden aspirar a comprarse siquiera
un rincón donde vivir… A no pocos los dejamos morir, una y otra vez, como
perros anónimos a la orilla del mar. A muchos los condenamos y hasta odiamos
por ser de tal o cual partido. La violencia, el robo, la delincuencia, los
malos tratos, el relativismo, el enchufismo, el chalaneo, el miedo y el terror se
han convertido en costumbre. Hay dieciocho gobiernos con sus dieciocho cortes
de innumerables vivales apegados. La corrupción atufa y anda por todos sitios. Abortar
es un derecho. La indigencia abunda. La cultura es más chabacana que sublime. Las
demagogias y los separatismos están desatados. Los impuestos son asfixiantes. El
control sobre nuestras vidas es casi total. La moral, la ética y los valores, en
lugar de mejorar, han ido esfumándose para dar paso a la mala educación, la
grosería, la irrespetuosidad, la irresponsabilidad, la mentira, la
informalidad, la falta de palabra, la incoherencia, la morosidad, la
hipocresía, la falsedad, la cobardía, el egoísmo, la estafa, la prevaricación… Tampoco
hay verdadera separación de poderes. La política, la justicia y las
universidades están desprestigiadas. Ni siquiera uno puede tener auténtica
libertad de pensamiento, creencias y expresión. Porque si bien es cierto que no
te fusilan, ni te meten en la cárcel por decir lo que piensas, crees y sientes,
ni te golpean, como podía suceder durante el franquismo, sí te lo pagan, lo que
a veces puede ser hasta peor, con las rejas de las etiquetas, el apartheid, la
indiferencia, las represalias y la persecución, cuando no con los golpes del
absoluto desprecio por no estar en el mismo sendero de los que quieren que seas
y expreses lo que ellos quieren que seas y expreses.
Y a los hechos me remito. Como decía anteriormente, por
hacer uso de mi derecho a la libertad de expresión y decir lo mismo que ahora
escribo a esa persona que sé que me estima, me catalogó, como me catalogarán
unos cuantos más después de leer esto –con lo que ya sabemos que eso significa
y acarrea– de “franquista”.
Pero se equivocan. Si algo tiene valor para mí es la
LIBERTAD. De ahí que no me haya vendido nunca a nadie ni me haya doblegado al
poder. Y como también sé que la libertad es hija de la verdad y madre de la
honradez, no puedo ni debo tergiversar ni cambiar la Historia, al menos la
historia que he vivido, como ahora hacen muchos aprovechados y numerosos
intelectuales y escritores partidistas con estómagos agradecidos, y sí mostrar
las dos caras de la misma moneda, al tiempo que procuro expresar la realidad presente
que vivimos. Y si como consecuencia de ello me llega el insulto y la
discriminación de algunos, pues bienvenidos sean. ¡Qué le vamos a hacer! Ser
libre nunca salió barato.
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