Sabiote es un pueblo especial. Es uno de esos rincones
únicos en donde nadie se siente ajeno. Un punto de encuentro lleno de belleza,
historia y lealtades.
Pero Sabiote es, sobre todo, un espacio de convivencia. Sus
habitantes son trabajadores, amables, serviciales, respetuosos… Uno de esos
sitios que ha sabido conservar la unidad en la lucha por no verse destruido ni
perder su idiosincrasia, la ayuda mutua, la colaboración para mejorar, la
sencillez para ser más grande, el sentimiento hecho coraje para volar muy alto.
Y más. Sabiote, pese a los vientos oscuros que buscan encenagar
la vida de las familias, del bombardeo constante de la televisión basura, de la
lluvia permanente de la mediocridad de los pensamientos y el frío abrasador de
la incultura que no trae más que abono para la falsedad, el engaño, el desamor
y la infelicidad…, es cristiano.
Todavía queda en sus gentes gran parte de la inmensa luz de
la alegría de la fe desbordada a borbotones por el cáliz de la esperanza y, al
fondo de todo, las semillas de la palabra viva del Evangelio heredadas por
generaciones, de padres a hijos, como un valioso capital de respeto y de amor.
Por ello a nadie puede extrañarle que cuando suena la
trompeta desde la torre del castillo de la autoridad para crear encajes que
engrandezcan el pueblo, todos se vuelquen en la tarea común de hacerlos. Y ahí
tenemos grandes cuadros donde han quedado reflejados los resultados. Ahí, por
poner un ejemplo reciente, las Fiestas del Medievo; o más alejado en el tiempo:
la Fiesta de las Espigas de hace veinticincos años. Fiesta que alumbró de tal
manera en ofrenda de paz al Amor de los Amores que todavía perdura en el
corazón de cuantos anduvimos en ella por ejemplar y bellísima.
Y lo que nos queda. Ahí tenemos también el esplendor de este
día 6 de julio de 2019. Ahí tenemos a Sabiote encendido como un ascua brillando
sobre la loma y los balcones que miran a los paisajes milenarios del
Guadalquivir y del Guadalimar. Ahí queda este retablo adornado con tanta
elegancia, finura y encanto que permanecerá imborrable en las páginas de oro de
la Historia. Ahí tenemos a este cenáculo viviente, con lámparas de aceite
encendidas. Ahí el altar en forma de sagrario infinito con mantel de entrega
sin tiempo, para que sobre él venga Cristo a posarse en redondez de trigo y ser
adorado porque nada más grande que Dios hecho Pan para no solo tenerlo cerca,
palparlo y sentirlo…, sino comerlo.
Qué honor para Sabiote que Jesús, el Señor, lo haya elegido
para, de manera especial, bajar de un salto de las alturas, consagrarse,
convertirse en luna redonda de sol, pasear por sus calles, bendecir sus campos
y no marcharse ya nunca porque se queda para siempre en lo más hondo del alma
de todos cuantos lo han acompañado.
Qué honor para los sabioteños ser testigos de este gran
acontecimiento, de esta Vigilia Diocesana de Espigas con motivo del Centenario
de su Adoración Nocturna. Qué honor para todos los adoradores presentes. Qué
honor para la vida misma que se hace más noble y más sagrada. Y qué gran honor
para mí que ante tanta grandeza me brotan estos versos salidos del fondo del
corazón:
Ir a Sabiote es andar
Ir a Sabiote es andar
hacia
tierra de los sueños.
Mas en cuanto harina y uva,
por milagro del misterio,
se hacen cuerpo del Señor
sobre al altar de este pueblo,
se alcanza la eternidad:
que Sabiote ya es el cielo.
Mas en cuanto harina y uva,
por milagro del misterio,
se hacen cuerpo del Señor
sobre al altar de este pueblo,
se alcanza la eternidad:
que Sabiote ya es el cielo.
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