Nos manipulan.
Este es el mundo en que vivimos. Un mundo en el que unos
cuantos mueven las fichas de la convivencia y actúan para que el resto de la
población siga sus instrucciones, sirviéndose, sobre todo, del amplio campo de
la enseñanza.
Saben muy bien que el ser humano es manipulable, maleable,
dúctil, fácil de modelar… Basta con fijar una idea, poner en práctica la ley
del embudo, crear consignas, movilizar colectivos y usar la prensa, radio y,
sobre todo e insistentemente, la televisión, para que tarde o temprano todos
entran al redil. Y si hay algunos que se resisten, se les etiquetan, denigran,
insultan y discriminan.
Y de este modo nos usan, llevándonos por el camino marcado
por esos cuantos privilegiados que se sientan alrededor de la mesa de la tabla redonda
y mueven los hilos para alcanzar metas políticas, sociales, militares, comerciales,
culturales, económicas… Y también religiosas, aunque estas, en la actualidad,
importan muy poco porque pueden entrar en colisión y contradecir las otras
líneas marcadas que por el momento interesan más conseguir.
Pero para que el éxito de la siembra sea más grandioso es
conveniente contar con un campo lo más adormecido e inconexo posible, donde
poder plantar las simientes que luego den una gran cosecha. Y ahí está el
lavado de cerebro, las drogas, el pan y circo constantes, las subvenciones, la
ruptura de la familia, el aborto como gran derecho, los divorcios a la orden
día, la tiranía de los hijos, el sexo sin compromiso, la tribu cooperativista, la
ideología de género… y la palabra progreso… Porque todo esto hay que envolverlo
en papel brillante de progresía… y lo demás es retrógrado y reaccionario.
Y no se puede parar. Como digan de lanzar una idea al ruedo
de la sociedad, démosla por conseguida. Como se nos diga “no a esto o sí a
aquello”, tarde o temprano el logro llega. Si se nos dice, por poner un par de
ejemplos, “no a las pieles”, vayan cerrando las peleterías, como ya de hecho ha
sucedido. Y si se nos dice que hay que usar el femenino para el genérico, o en
todo caso emplear ambos géneros a la vez, o inventar una tercera desinencia, ya
puede la Real Academia ir cambiando la gramática. Y hasta la justicia ha de
entrar por el aro, juzgando en atención, no a la igualdad, sino teniendo en
cuanta raza, procedencia, clase social, profesión, religión, orientación sexual…
Y se proyectaran los rostros de unos hasta el cansancio, y de otros ni sombra,
según beneficie o no al proyecto que se persigue…
Y por último, la consigna de las consignas: todo aquel o
aquella que no opine igual y se atreva a exponer su parecer diferente, hay que arruinarlo
en todos los sentidos. Cordón sanitario. Ni agua. Para ellos no hay democracia
ni liberta de expresión que valga.
Pero para los otros sí. A todos los pertenecientes al
ejército de los enseñantes que sirven para la causa y se ponen, por el interés
que sea también, el uniforme específico que hace sentirse moralmente superiores,
hay que alabarlos, premiarlos, subvencionarlos, alimentarlos y enriquecerlos… Y
pueden decir cuanto les venga en gana porque para ellos sí hay democracia y
libertad de expresión. Y si son terroristas, o separatistas, o nacionalistas, o
antisistema, o populistas, o roban, o andan en la corrupción, o se inventan
fundaciones o plataformas para medrar, chupar y blanquear, o son unos manifiestos
hipócritas e incoherentes..., da igual, ningún mínimo cordón sanitario para
ellos, al fin y al cabo son los necesarios maestros que sirven debidamente al
empeño.
Y saben muy bien lo que tienen que hacer en todo momento: a
todos aquellos que no acudan a sus clases adoctrinadoras, y no aprueben sus
conceptos y consignas, y no rindan la pleitesía debida a sus ideas propuestas: atacarlos
sin miramientos, castigarlos, acomplejarlos y llamarlos una y otra vez, hasta
la muerte si es preciso: dictadores, nazis, fachas… y criaturas repugnantes.
Y, claro, así, a ver quién es el valiente que dice de dejar
de ir a la escuela.
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