Lo he pensado muchas veces y muchas veces me he hecho la misma pregunta: ¿Somos los humanos el eslabón final de la cadena de los seres vivos?
Si me respondo sí, no dejo de
sentir un cierto engreimiento lleno de vacío. Si me respondo no, me surge de inmediato
una nueva pregunta: ¿Entonces, quiénes hay más allá de nosotros?
Y dejando aparte conceptos,
enseñanzas sociales y adoctrinamientos con los que hemos crecido, me voy
creando una fantástica historia diciéndome que no podemos ser los últimos, los
más grandes, los seres superiores del universo; que somos demasiado pequeños,
demasiado poco, algo así como unos insignificantes viajeros metidos en una mota
de polvo que flota hacia nunca por el universo infinito, para creerlo.
Tiene que haber algo –me insisto
a mí mismo– por encima de nosotros que no conocemos, no entendemos, no
atisbamos. Y lo mismo que por debajo hay toda una cadena de seres vivos de los
que nos aprovechamos, igual hay también una cadena de seres vivos por encima
que se aprovechan de nosotros.
¿Y cómo? Me pregunto. Pues lo
mismo que nosotros lo hacemos con los animales y plantas. Nosotros nos alimentamos
de nuestros inferiores. (Esto de inferiores, con permiso de los radicales
animalistas, claro está.) Tenemos infinidad de espacios creados para sus crías.
E incluso conocemos aquellos que son más aptos para la reproducción y los
reservamos. También ponemos los medios suficientes y creamos recursos ambientales
y tecnológicos para que se críen en mejores condiciones y así den mejor carne,
y más leche, huevos, frutos…
Nuestros seres superiores hacen
lo propio. Somos su granja, su colmena. Nos tienen en este corral redondo del
que no podemos salir. Nos cuidan sin que nos demos cuenta. Nos dan los medios
para que no cesemos de producir. Nos van dejando avanzar con su ayuda para que
mejore la especie y seamos mejores “denominación de origen”. Y todo para que
demos el jugo del que se alimentan.
¿Pero qué jugo es este? Más que
jugo es un néctar inmaterial que se forma sobre todo a base de nuestros
sufrimientos: dolor, angustia, miedo, llanto, pesar… y muerte.
La vida es, sobre todo, eso: sufrimiento.
Para un momento bueno… ¿cuántos malos? Decimos. Raro es el día que nos tenemos problemas, contratiempos, enfados,
dificultades, decepciones, llantos, enfermedades… Todos los días con luchas,
miedos, preocupaciones, engaños, esfuerzos, dolores… Todo está programado para
que la madeja se líe creando confrontaciones mediante las políticas, las
religiones, las culturas, los racimos, las sociedades, las ideas…, que alienten
los sufrimientos y todos en todo formemos un panal en donde dejamos, sin
percibirlo, toda una sustancia etérea, impalpable, espiritual…, invisible, riquísima,
de la que se alimentan los extraños seres superiores, también invisibles a
nuestros ridículos ojos mundanos.
Y nos dan algún capricho, una
especie de terrón de azúcar, de vez en cuando, para que no nos desanimemos,
para que la vida, pese a todo, nos parezca maravillosa, para no desfallecer. Y
cuando lo creen conveniente, bien porque no damos el fruto deseado o porque lo
consideran mejor, o porque lo necesitan para alimentarse más convenientemente, mueven
los hilos necesarios y nos quitan de en medio, nos mueren. De este modo
consiguen más comida y de paso más ambrosía en las celdillas de los seres
cercanos al difunto que, inconscientemente, dejándose llevar por la pena
inmensa tras la pérdida del ser querido, aumentan la cantidad y calidad del
elixir espiritual que segregan.
Y cuando hay un banquete especial
porque algo celebran ellos en colectividad, no tienen reparo alguno en bajar a
la esférica corraliza y llevarse de golpe a unas cuantas decenas de pobres
animales humanos y pegarse un festín. Algo así como cuando los pescadores
terrícolas sacan del mar las redes llenas de peces, gambas y langostinos
indefensos. Mientras aquí hablamos de catástrofes, cataclismos, batallas, epidemias,
tragedias, accidentes múltiples…
No estamos solos en el universo.
No somos los más grandes. No somos los únicos. Todo es demasiado grandioso,
extraordinario, sublime… para tan solo albergar un montoncito de microscópicos
seres inteligentes en un planeta pequeñísimo bajo la luz de una estrella
ridícula perdida en un rincón de las afueras de una galaxia del montón… Baste
solo pensar lo listos que somos siendo unos don nadies… Cuánto más no lo serán
entonces los que habitan en otras dimensiones superiores y son tan grandes y
tan superdotados que ni nos damos cuenta de que están ahí, aprovechándose de
nosotros, al igual que los apicultores, tras construir panales geométricamente
estudiados para que habiten y trabajen mejor las abejas, se aprovechan de estas
sin que sean siquiera conscientes de que existe otra existencia superior que
las maneja, las controla y las utiliza.
Pobre de mí. Al final, después de
tanto buscar explicaciones al eterno dilema de quiénes somos, de dónde venimos
y adónde vamos, resulta que he llegado a la conclusión de que no soy más que un
simple insecto en las manos manipuladoras de unos extraterrestres que se
aprovechan y se ríen de mí. ¡Qué estupidez!
Pero…, ¿y si fuera verdad?
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