A raíz del comentario anterior,
un lector, a quien agradezco el detalle de leer mis trabajos en el blog, me
escribe diciendo que en efecto, las iglesias están cada vez más vacías y él,
que se confiesa “católico practicante”, está muy preocupado en cuanto no ve
salida a este crisis de fe, pidiéndome que si yo veo alguna, se lo haga saber
para no hundirse más en el desánimo y la desesperanza.
Creo que alguna vez ya he hablado
de ello. Las iglesias se vacían, no fundamentalmente por culpa de la política, la
masonería, el laicismo…, es solo que hay una crisis de valores y un bombardeo
constante lleno de relativismo y hedonismo que nos ciega en al carpe diem y nos
empuja a vivir buscando el menor esfuerzo y el mínimo compromiso.
Vivir en cristiano es hermoso
pero duro. Hay que nacer de nuevo, adentrarse en el desierto de la libertad,
desnudarse de los egoísmos, no venderse a los poderosos, no dejarse arrastrar
por lo mundano, defender la verdad, luchar por la justicia, ser solidario con
los más desfavorecidos, dar gratis lo que recibimos de gracia…, y amar incluso
a los enemigos.
¿Quién está dispuesto hoy en día
a ser honesto, fiel, generoso, cabal, limpio de corazón, entregado, servicial, justo,
veraz, esperanzado, consecuente…? Y si alguno lo es ha de saber que la sociedad
no lo mirará bien por ello, sino todo lo contrario, no será más que un ingenuo,
uno de esos carcas de derechas, un facha, un fascista, un beato, un putisanto…
Y a todo esto hay que añadir la
individualidad de los cristianos. El cristianismo no es un salvándome yo, los
demás que se las apañen. El cristianismo no es una singularidad, es
una corporación. El mismo Jesús
se rodeó de discípulos, hombres y mujeres con los que hablaba, compartía,
convivía…
El cristianismo además, ante esta
individualidad tan propia de nuestro tiempo, se ha convertido en general en un
mero cumplimiento sin mayor responsabilidad. Nada es pecado. Todo lo más, ir a
misa, si puedo, si me apetece; salir en alguna procesión, si es que salgo; tener
una estampa de algún Cristo o Virgen, si es que la tengo…, y ser uno más entre
los demás. Comportándonos de la misma manera que la masa, con la misma
vulgaridad, con los mismos defectos, intrigas, ambiciones, mentiras, envidias,
recelos, odios… Y sin podernos aceptar entre nosotros, no solo con los que nos
cruzamos por la calle, sino entre los mismos que acudimos al templo, la
mayoría, desconocidos; intentando dar de lado a quien no me cae bien, a quien
considero un falso, al que le veo imperfecciones, al que sé que no me puede ver…
Es por esto que muchos, ante estas
situaciones, hastiados, hartos de los demás y de sí mismos, no pocas veces
desde su propia honestidad, creen incluso que es mejor dejar de ir a las
liturgias y adaptar el traje de la fe a su propio capricho íntimo y personal,
cuando no renunciar de pleno a todo lo que tiene que ver con la religión.
El cristianismo así se hunde. Y
lo mismo es para bien. Ya cada vez vale menos el simple cumplimiento. Por lo
que no cabe más que volver a la raíz del Nuevo Testamento y formar auténticas
comunidades que sustituyan a las parroquias, donde sobren los tibios cumplidores
y estén los verdaderamente dispuestos a andar en el camino del amor, la verdad
y la vida. Donde los pocos que las constituyan se reúnan en un lugar digno,
sencillo, acogedor, costeado y mantenido por ellos, independientes de las
subvenciones oficialistas que dan lugar, directa o indirectamente, a los chantajes
y presiones gubernamentales. Donde se relacionen, donde nadie se encuentre
solo, se conozcan, se respeten, se sientan amigos, hermanos, se ayuden, se
escuchen, se animen, se alegren de verse… Donde se perdonen de corazón unos a
otros. Donde se lean las escrituras y se comenten. Y donde el sacerdote que
consagre (que puede que en el futuro llegue a estar casado e incluso ser mujer)
sea un padre, un amigo, un apoyo constante... Una comunidad en la que no vale
eso de una vela a Dios y otra al diablo. En donde el evangelio, el matrimonio,
los hijos, la familia, la coherencia y la vida son sagrados. En donde se den
soluciones a los problemas personales y de conciencia que surjan. En donde no
se entre en el juego, casi siempre interesado, que los no creyentes buscan
promover. Ovejas en medio de lobos, cándidos como palomas pero astutos como
serpientes. Donde se mantengan valientes actitudes que den pie a que los
muertos entierren a sus muertos. En donde tras cada Eucaristía, en la que nada
menos que Dios Salvador, que mure en la cruz por nosotros, se hace pan y vino
para dejarse comer, salgamos, no como ahora, cabizbajos, serios y fríos…, sino
rebosantes de gozo, ilusionados, ardiendo de vida. Donde, en definitiva, los
que miran desde fuera solo puedan decir: “Mirad cómo se aman”.
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