El panorama es aterrador. Los
muertos son demasiados. El confinamiento cansa. La confusión irrita. El PIB se
desploma. Los alimentos suben de precio y hasta pueden llegar a escasear.
Muchas familias ya están pasando verdadera hambre física. El paro es imparable y estremecedor... Y la luz que aparece al
final del túnel está más llena de penumbras que de otra cosa.
Sin duda, aparte del tremendo desconcierto, la inseguridad, los recelos y las desconfianzas entre personas por temor al contagio del virus, hay una crisis económica tremenda que traerá cola y será duradera. No se abrirán establecimientos. Otros, tras abrirse, cerrarán. Se recortarán pagas, se suprimirán ayudas, escasearán los medicamentos, aumentará la pobreza y el número de indigentes, se ampliarán las deudas, se acrecentarán las diferencias entre ricos y pobres, aumentarán las revueltas y saqueos, se intensificará la violencia, se incrementarán los robos… y el desempleo será inasumible. Mientras, la tristeza alargará su sombra de lágrimas sobre las miradas y los sueños.
Pero peor aún será la convivencia
entre los supervivientes. No me gustan nada las posturas de trinchera que se
están levantando. Se diría que después del Covid-19 nos espera una nueva guerra
civil que si bien, probablemente, no se dirima en el campo a tiros de escopeta,
sí desde los despachos de las demagogias, las estrategias, las manipulaciones,
los medios de comunicación, las alianzas, los chantajes, las mentiras… y la
poda de derechos y libertades así como de instituciones a golpes de hoz y
martillo.
La democracia anda sucia y débil.
Cada vez hay menos escala de grises. Aquí todo es o blanco o negro. O estás
conmigo o contra mí. Aquí hay ya dos bandos cada vez más definidos,
radicalizados e irreconciliables que no admiten ambigüedades. O eres de extrema
izquierda o eres de extrema derecha. Y ambos arrancando del mismo centro de la
cuerda y tocándose por los extremos. No valen medias tintas.
Y ambos preparándose para el
asalto final. Lanzándose granadas de humo y misiles ruidosos para que vayamos
tomando posiciones. Uno: nacional, centralista, constitucionalista, conservador,
liberal, capitalista... Otro: republicano, ropturista, intervencionista, laicista,
socialista, comunista…
¿Y quién ganará? Nadie lo sabe.
En la partida de ajedrez que juegan hasta ahora la cosa va en tablas. Cincuenta
por ciento. Se mueven fichas. Se crean adeptos. Acérrimos y fanáticos. Intolerantes.
Llegando a ser mayor el odio a los otros que el amor a los míos. Eso de quedarme
tuerto con tal de verte ciego.
Lo malo es que uno de los dos, o
los dos a la vez, en un momento determinado, puede que tras el ensayo del
encierro obligado, dentro de la gran crisis, y empujados por las masas ebrias
de rencor y desprecio –cada vez más en alza–, vayan más allá y sientan la
tentación de tirar el tablero al carajo y pretender imponerse como sea hasta
aniquilar al otro por completo. El campo está abonado y lleno de cadáveres. La
situación vive la excepcionalidad. La justicia anda atacada, desprestigiada y en
estado latente. Los separatismos están envalentonados. Los golpistas no solo se
sientan en sus poltronas incumpliendo las sentencias a su antojo, sino en el
mismo Parlamento Europeo, siendo incluso considerados como héroes. Los
presidentes de las comunidades son reyezuelos ansiando sin cesar más
competencias. Los etarras gobiernan pueblos y ciudades. Los corruptos se van de
rositas. Las demagogias cotizan. La mentira y la verdad se han hecho simbiosis.
La propaganda se impone. La censura arrecia. La libertad está presa. Las
dimisiones no existen. Las traiciones dan ganancia. Los medios de comunicación con
sus correspondientes periodistas se venden para subsistir… Y la mediocridad de
los políticos raya lo ridículo. Y para colmo, el parlamento se encuentra
prácticamente cerrado. Y hasta el rey Felipe VI anda en la cuerda floja, sin
fuerza moral, después de la corrupción y los líos de faldas del Rey emérito, su
padre, que pudiendo pasar a la Historia como una figura en la cumbre del
respeto y la admiración, por culpa de sus indignos devaneos, acabará colocado
en el subsuelo de la repulsa, manchando, de paso, de asquerosa pringue, no ya a
él mismo, sino a la institución que lo configura y, en cierto modo, a la misma
Transición de la que fue artífice.
Ya lo dijo Machado en 1912. Pero
somos tan torpes que, después de más de un siglo, no hemos hecho nada por
cambiarlo:
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Aunque mejor decir las dos
Españas a la vez.
Porque estas dos Españas a las
que nos están llevando los políticos, tensadas en la locura de los extremismos,
pueden terminar, más que helándonos, abrasándonos el alma.
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