sábado, 11 de julio de 2020

NI LOS PERROS


El domingo pasado, temprano, a eso de las ocho y media de la mañana, yendo en mi coche camino de San Millán, donde suelo aparcar para perderme después, andando, por los túneles y puentes de la antigua vía del tren que nunca llegó a ser, cruzando por una de las calles cercanas a la Explanada, me sorprende la expresión a viva voz de una señora de edad: “¡Eres una guarra! ¿Por qué no te vas a hacer eso en la puerta de tu casa?”.

Detuve el coche, bajé el cristal de la ventanilla y pude observar entonces que, justo en la puerta de un bloque de pisos, una chica de alrededor de veinte años se había subido la falda, bajado las bragas y en cuclillas orinaba y defecaba tranquilamente. De nada sirvió la exhortación de la señora.

Después, sin alterarse, se incorporó, se colocó la ropa y se marchó despacio. La pobre mujer hacía cruces. Negaba insistentemente para ella con la cabeza mientras murmuraba: “Ni los perros”.

Pero lo peor es que al llegar la muchacha a la esquina la estaban esperando, seguro que para no oler el perfume de la miseria, otra chica y un chico de la misma edad. Y ahora vino la venganza.

Los tres fueron en busca de la mujer. “¿Por qué le has llamado guarra a mi amiga. La guarra serás tú, tía”. (Nada de usted, que eso ya es reaccionario y poco guay). Expuso el niñato con ademanes afeminados. La señora, realmente enojada, le respondió que esa era una calle pública, céntrica, dentro de una ciudad nombrada Patrimonio de la Humanidad, por lo que no era lugar para esa guarrería. El argumento del lumbreras fue antológico: “Pues a ver, si mi amiga ha tenido necesidad de cagar, pues caga, no va a reventar”. Las otras dos, admiradas por tan concluyente razonamiento, lo apoyaron: “Eso, eso.” Dijo una. La de marras cerro el círculo: “Es verdad, no va a reventar una porque a ti te dé la gana”.

Y ahora vino el subidón. Seguramente hartos de ver programas tan culturales y formativos como “Sálvame” de diario y de luxe. “Pues que sepas que te vamos a denunciar por insultar a mi amiga.” Amenazó el gallito mostrando un tatuaje algo así como esotérico que llevaba impreso en el dorso de la mano derecha y que intentaba dar a conocer orgulloso en sus gestos de abanico. La mujer estalló: “¡Venga y corre. Ya estáis tardando!” El niñato, no satisfecho con la respuesta, atacó con el insulto de moda: “Eres una facha”. Pero la mujer no se amilanó: “A mucha honra. Y tú un sinvergüenza maricón”. Y para qué… ¡Madre mía! La que se armó.

Ahora no fueron insultos, fue lo de siempre y a tres voces: “Fascista, que eres una fascista, vieja, fea, asquerosa, so carca…” Y lo que no podía faltar, la habían pillado: “¡HOMÓFOBA!”

El chaval se empavonó. “Eres una facha homófoba”. Yo me pregunté cómo es posible que mostrando esos tres chicos tanta incultura, desvergüenza y mala educación, supieran expresar tan exactamente el adjetivo. Nada de homófoga, ni homófona, ni hamófoba… HO-MÓ-FO-BA. Con todas las letras, claramente, bien pronunciadas. Y la clave: “Ahora sí que te voy a denunciar por llamarme maricón.”

La mujer se dio cuenta del error tan políticamente incorrecto cometido y casi se viene abajo. El trío La, Lo, La, vio sangre y fue a degüello. “Te vamos a seguir hasta tu casa para ponerte la denuncia y después vamos a escribir en la fachada con espray que eres una facha guarra homófoba.”

Yo, la verdad, mero espectador de los hechos, junto a otros dos hombres que desde la distancia contemplaban también la escena y se largaron ante la tensa situación, tome la decisión de bajarme del coche e intentar que la sangre no llegara al río… Y al hacerlo, ya bajándome, vi que a la señora tuvo un destello brillante…

“La que de verdad va a poner la denuncia, si no os vais ahora mismo de aquí, soy yo, so idiotas. He grabado con mi móvil a ésta cagando y no solo lo va a ver la policía sino que lo voy a colgar en todas las redes sociales que pille”. Dijo mientras sacaba el móvil del bolsillo del pantalón y lo mostraba.

Se hizo un silencio. Se miraron los tres. Dudaron… “¡Que te den, tía. Vete a tomar por culo!” Y se perdieron entre las calles más estrechas y cercanas.

La mujer respiró. Se pasó la mano por la frente, miró el móvil que lo tenía apagado, y susurró para ella diciendo: “Eso tenía que haber hecho, grabarlo. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?”. Y se perdió también en dirección contraria.

Yo, que me niego a tener móvil, por primera vez entendí que no solo es bueno si se usa debidamente, sino que puede ser un gran salvador en situaciones comprometidas. Fue entonces cuando me vino a la mente que alguien, nombrada por la señora Colau nada menos que Directora de Comunicación del Ayuntamiento de Barcelona, hace ya algún tiempo, hizo también en pleno centro de una concurrida avenida de Murcia algo semejante.

Subí al coche y lo puse en marcha. Pero antes de salir volví a mirar por la ventana y comprobar que el mojón de mierda seguía ahí, como un grito de analfabetismo, barbarie y retroceso, sin que nadie lo recogiera.

Eso, ni los perros.   




No hay comentarios:

Publicar un comentario