martes, 31 de agosto de 2021

EL CAMINO DE SANTIAGO

Caminar sabiendo a donde vamos es la grandeza del Camino de Santiago. Uno sabe al partir, sea del lugar que sea, que la meta es una plaza amplísima, presidida por una catedral impresionante, en cuyo interior hay un pórtico de la gloria que nos lleva a un abrazo soñado. Lo demás es la vida. 

 Y la vida tiene altibajos, pasos cansinos, amaneceres exquisitos, subidas y bajadas, rincones mágicos, cansancios, descansos, amores, amistades, posadas para pasar la noche, albergues donde compartir esperanzas, lavaderos donde lavar la ropa sucia, ermitas para rezar, templos en los que meditar y reponer fuerzas espirituales con las misas del peregrino…, paz y bien…, recuerdos y nostalgias, silencios y músicas, risas y lágrimas, dolor y fiebre y luchas…

Y venga, adelante, a cargar con la mochila, a levantarse temprano, a sentir el aire frío de la mañana, a cruzar los arroyos cristalinos, a respirar el aire puro, a confundirse con el verde del paisaje, a saludar a todo el que se cruza contigo, “buen camino”. Venga, sin parar, con la mirada puesta en el horizonte y el alma en las torres que ya el monte del gozo te muestra nada más alcanzar su cima. 

 

Y así un día y otro. Y hay lugar para conversar, para inspirarse, para mirar a las estrellas, para coleccionar experiencias personales, para arrepentirse, para prometer ser mejor, para comprobar lo pequeño que es uno, para dejar en algún lugar la piedra pesada del pasado, para saber que al final solo llegaremos a una tumba sobre la que un botafumeiro plateado y enorme danzará su apología de incienso con la mística intención de que se eleve el espíritu entre la blanca humareda sagrada y perfumada. 

 

Y flechas amarillas e hitos y conchas de vieira… señalando el destino, y la distancia, y los kilómetros que vamos desgastando… Y, al paso, monasterios, hospitales, aldeas, refugios, mesones, animales…, y cementerios. Infinidad de cementerios, como pretendiendo no olvidemos lo que somos y seremos. 

 

El camino de Santiago, por más que queramos hacerlo intrascendente, por más que lo programemos desde la frivolidad, nos atrapará y nos envolverá con su hado de misterio. Y hasta puede que al llegar a su punto final queramos obviar la fuerza espiritual que lo creó y lo mantiene, pero jamás podremos eludir la impronta que, como un hierro candente, no deja de marcar su huella azul en la clara piel del corazón.

Yo acabo de hacer el camino de Santiago. Y he llegado después a Finisterre. Al kilómetro cero. Allí dejé mis zapatillas desgastadas y perdí la cruz de madera que colgaba en mi pecho. Allí se quedaron también mis ambiciones y vanidades. Ahora, ando descalzo y la cruz la llevo levantada en el calvario de mi alma, y desde ella pido a Dios perdón con la misma fuerza que perdono a quien me ha ofendido. Y miro con templanza el camino que me va quedando para llegar de nuevo a Santiago, a su plaza mayor, al obradoiro, al taller donde se pula definitivamente la piedra que me conforma para que el apóstol me lleve de su mano, definitivamente, a la presencia de quien, al fin y al cabo, más que buscarlo, nos busca. De ahí que una mañana de sol, me detuviera en el camino y escribiera con el viejo cayado que me acompañaba, en el pergamino sediento de la tierra, estos humildes versos:  

Entre miles de pisadas, veo las que yo dejo.

Las demás van buscando, aun sin saberlo, a Dios. 

Las mías son las de Dios buscándome a mí. 

 

Y el camino de Santiago sigue ahí. Andándolo todos irremediablemente. Es solo que unos lo hacen a sabiendas y otros solo se darán cuenta de que lo han hecho cuando vean frente a ellos la asombrosa fachada de la eternidad.   

1 comentario:

  1. Enhorabuena amigo Ramón, por haber realizado el Camino de Santiago, yo aún no lo he realizado.., te diré que cuando aún trabajaba en el IES los Cerros pude realizarlo con compañeros que si lo hicieron, perdí una ocasión de oro, ya quizás no lo haga nunca, aunque eso nunca se sabe..., te reitero mi felicitación...
    Al llegar a la Plaza de Obradoiro, ese gozo espiritual si lo experimenté en un viaje que hice a Santiago y sentí el abrazo del Apóstol y el perfume del botafumeiro cuando lo lanzaban los hombres "tiraboleiros" de la Catedral...

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