martes, 13 de septiembre de 2022

LADRONES

Aumentan los robos.

En ciudades y pueblos hay un aumento considerable de hurtos. El empobrecimiento de la población, la galopante inflación, la mala educación que se fomenta, la ley del mínimo esfuerzo que impera, el deseo de ganar dinero sin esfuerzo, la ausencia clamorosa de valores, la inmoralidad reinante, las leyes favorecedoras para con el que delinque y el mal funcionamiento y desprestigio de la justicia hacen que cada vez más personas se vean abocadas a introducirse en propiedades privadas y con más o menos violencia, sin estar o incluso estando los dueños, llevarse cuanto de valor encuentran a su paso para beneficio personal.

Y así aparecen raperos y mangantes que al menor descuido te roban la cartera, el móvil, el bolso, el reloj, la maleta…, o lo que se les ponga en el camino y que puedan darles alguna ganancia.

Pero lo peor es cuando los ladrones se constituyen en bandas estructuradas capaces de asaltar viviendas y sin ningún escrúpulo arrasar con cuanto allí hay, ocasionando, no ya el que se lleven algún que otro collar, sortija o pulsera que puedan tener los propietarios, sino el tremendo destrozo que dejan al paso, como un asalto de bárbaros al mando de Atila para que donde pisan ya no vuelva a crecer la hierba.

Y por ello, estas bandas ciegas de odio y ambición, sin conciencia, sin miramientos, sin misericordia, son terribles. Perfectamente organizadas, tras estudiar las viviendas, ser avisados e informados por compinches que trabajan allí, o se mueven cerca, saber quiénes las habitan, cuáles son sus costumbres, qué estatus presentan, cuándo no están…, dan el golpe.

Y así, hace unos días, a un matrimonio cercano y familiar mío le han dado un golpe que los ha dejado hundidos, y más que económicamente, anímicamente. Resulta que el marido, ingresado en el hospital de suma gravedad, mientras era intervenido a vida o muerte, y la esposa esperaba impaciente en la sala los resultados, los viles cacos forzaron la puerta de entrada y arrasaron con todo. Abrieron cajones, levantaron camas, tiraron y destrozaron cuadros, ropas, menaje, alimentos… y se marcharon con las pocas cosillas de oro y bisutería que guardaban en la coqueta, alguna que otra, recuerdos de sus padres, y un puñado de euros para el día a día…

Normal. Dirán ustedes. Cosas que pasan. Mala suerte. ¿Normal, mala suerte entrar por la puerta del bloque de tres accesos, subir al piso sexto h, forzar la puerta arrancando los pernos y pasar dentro sin que nadie se atisbara ni de lo más mínimo…?

Qué ladrones, qué sinvergüenzas…, pero, sobre todo, qué canallas. Porque bien sabían ellos que mientras robaban, tras darles alguien el aviso, el dueño de la vivienda se debatía entre la vida y la muerte, y su esposa andaba ahí, cerca de él, abrasándose en el dolor ante la incertidumbre. Cuando, después de largas horas, el equipo médico, ya de madrugada, informaba de que la situación era extrema y que al pobre hombre lo tenían que ingresar en la UCI, mientras intentaba limpiarse las lágrimas y pedir a Dios un último esfuerzo milagroso, le sonó el móvil informándola de la fechoría cometida en el lugar donde él y ella, solos, sin más compañía que el amor que se tienen, luchaban por pasar juntos y en paz los últimos años de sus vidas. Lo que les faltaba.

“No han tenido conciencia”. Le dijo el informador con pena. ¿Conciencia? Uno de los grandes ladrones de la historia, “El sapo”, el que, entre otros, robó el banco de Yecla y los cuadros de Esther Koplowitz, y al que para mayor gloria de la decadencia en la que vivimos se le hacen entrevistas para sacarlas en la televisión, y se vanaglorie de sus infinitos hurtos y crímenes, lo dijo bien claro: “¿Que si duermo bien?, como un niño, no ves que yo no tengo conciencia”. Pues que te proveche y aproveche de paso a los ladrones del matrimonio cercano al que han robado y herido de muerte el vacío tan negro de alma que tenéis, so miserables.            

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