Hay
donantes que lo hacen en vida por compatibilidad. Son aquellos que donan su
médula, un riñón o un trozo de su hígado. Pero la mayoría de los donantes lo
han de hacer cuando ya nada de lo que tienen les sirve. Cuando han fallecido.
Entonces, nada mejor que dar lo que ha sido parte suya, ya inservible, para dar
vida a quien estaba siendo asfixiado por la muerte.
Un amigo
mío, quien un día me saludó en un supermercado y a quien no conocí porque su
rostros enjuto, demacrado y amarillento era más el de un fantasma que el de un
ser vivo, y que me hablaba al modo de quien busca despedirse de uno para
siempre, vive hoy gracias a un anónimo donante que murió por culpa de un
accidente. Y anda feliz, gozando de las pequeñas y maravillosas cosas con que
la vida nos regala cada instante.
Ahora, otro
amigo, con quien he compartido tardes gloriosas de arte y teatro, sufre el
dolor y la angustia de ver que su hígado, por culpa de un virus, le ha dejado
de funcionar. Lo mismo aparece otro donante y le regala nuevos años de vida.
Pero de
todos los casos, el que más me ha llegado al alma, es el de hace un par de
días, paseando por Córdoba junto a mi hijo mayor, hematólogo en el Hospital
Reina Sofía. De golpe se le acercó un niño de seis años, sin pelo, con los ojos
redondos como dos lunas llenas en noche de verano, y se lanzó a sus pies para
abrazarlo con fuerza al tiempo que su madre intentaba apartarlo, un tanto
avergonzada por tanta ligereza. Venían del Corte Inglés donde le acababa de
comprar una gorra con el escudo del Barcelona y que lucía con gozo y orgullo.
De repente el pequeño se la quitó y se la dio a su médico: "Toma, para ti, que
eres del Barça". Mi hijo lo abrazó y se la devolvió: "No, mejor quédatela tú. A
ti te sienta mejor. Eres mucho más guapo que yo". Y el niño se fue de la mano
de su madre dando saltos como si de un sabio saltamontes lleno de sueños y
esperanzas se tratara.
Yo, lo
juro, en ese momento hubiera dado sin dudarlo la vida por salvar la vida de ese
inocente. Entonces miré a mi hijo y le dije: “No es justa esta vida. Ese niño
merece vivir muchos años”. “En eso estamos, papá”, me respondió mi hijo. “En
eso estamos.”
Felicidades
a todos los que vivís gracias a que otros os dieron algo suyo. Y gracias a
quienes vivos o ya en la otra orilla del cielo disteis parte de vuestro ser
para dar vida a quienes la perdían y así seguir teniendo vosotros también vida
por toda la eternidad. Felicidades a todos en este Día Mundial de los Pacientes
Trasplantados.
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